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Editorial

Osvaldo Magnasco

Osvaldo Magnasco

Jurisconsulto, legislador, docente, ministro de Educación… esencialmente una buena persona. Ese era Osvaldo Magnasco, quien falleció el 4 de mayo de 1920 en Buenos Aires y había nacido en Gualeguaychú el 4 de julio de 1864.


Hay tres entrerrianos que merecen ser destacados a principio del siglo XX en materia de educación. El gualeyo Onésimo Leguizamón, quien tuvo una destacada actuación cuando se sancionó la Ley 1420, cuyos aportes lo hacen merecedor del reconocimiento de todas las generaciones que sucedieron a la suya. El segundo es Alejandro Carbó, defensor del normalismo y con quien tuvo un fecundo debate con la personalidad que ocupa hoy el Editorial de EL ARGENTINO: Osvaldo Magnasco.
Magnasco fue diputado nacional en 1890, previamente había dirigido por poco tiempo los Ferrocarriles Nacionales. Posteriormente asume como ministro de Justicia e Instrucción Pública en la presidencia de Julio Argentino Roca.
Su vida política se apagó en junio de 1901 cuando el propio Roca le pidió la renuncia en medio de un complot que llevaban adelante los mitristas.
Como legislador se destacó en un tema que fue crucial para la Argentina de entonces: el primero vinculado con los ferrocarriles y su clara oposición a cómo aplicaban los ingleses las tarifas sin controles del Estado y la gran evasión que hacían en detrimento del fisco. Fue gracias a sus aportes que el 24 de noviembre de 1891 se promulgó el Reglamento General de los Ferrocarriles. Y como ministro de Justicia e Instrucción Pública intentó reformar la educación pública de raíz. Él sostenía que la educación se había convertido en un servicio para las elites ilustradas y carecía del sentimiento nacionalista. Su sana obsesión fue crear escuelas donde se aprendieran los más variados oficios profesiones, y es el autor de las escuelas industriales y fue un gran animador para crear escuelas agropecuarias. Su pensamiento expresaba que la educación tenía que tener una íntima como directa relación con la realidad socio económica y cultural del país.
En la Cámara de Diputados tuvo un intenso como apasionado debate con su coprovinciano Alejandro Carbó, normalista, que se oponía a las escuelas técnicas en el prejuicio de que creía que iban a reemplazar a las dedicadas a formar maestros. Ese debate fue vehemente pero dentro de los cánones de la razón y la inteligencia. Finalmente, el proyecto no prosperó, pero el tiempo le dio la razón a Magnasco sobre la necesidad de fortalecer la enseñanza técnica sin descuidar otras especializaciones de bachilleres.
Hombres de la Generación del ´80, tanto Onésimo Leguizamón (en la primera etapa) como Osvaldo Magnasco (en la última) son un claro ejemplo de la necesidad de sumar esfuerzos por el bien del país. Ambos coincidieron en modernizar la Educación y lograron con sus ideas ubicarla entre las mejores del mundo, a pesar de que no contaron con la comprensión de sus contemporáneos –especialmente Magnasco- y aún así sus ideas lograron tocar a varias generaciones para que encontraran en la formación permanente su mejor aliado para construir el futuro y protagonizar el destino.
Por eso recordarlo es asumir los mismos compromisos, porque al igual que Domingo Faustino Sarmiento, Magnasco comprendió como pocos el carácter prioritario que debía el Estado darle a la Educación si aspiraba a tener progreso, crecimiento y desarrollo.


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