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Pobreza Cero: ¿será posible?

Pobreza Cero: ¿será posible?

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)


Los seres humanos tenemos en el corazón deseos de grandeza. Si bien a veces pareciera que somos “conformistas”, buscamos plenitud de aquellos anhelos más profundos: libertad, verdad, justicia, amor, solidaridad... En esto no nos gusta quedarnos a mitad de camino.
¿Es posible una sociedad justa? ¡Qué pregunta! Pero vamos más al fondo: ¿es “realista” pensar en que somos hermanos en la paz universal o es una ilusión absurda? ¿Podemos soñar en un mundo para todos? ¿O debemos resignarnos a que algunos –muchos- queden “afuera”, lejos, muy lejos de una vida digna? Yo no me rindo ante la evidencia de la avaricia o la injusticia. Sé que algo nuevo es posible.
Pero para eso debemos levantar la mirada: “Apuntar alto”. Si queremos pobreza cero hace falta sacarse un diez en solidaridad, en compromiso, en compasión; y un cero en indiferencia, comodidad, hedonismo, egoísmo.
El fin de semana que viene es la Colecta de Cáritas. El lema propuesto es “Apuntamos alto: pobreza cero”. ¿Con una colecta se resuelve todo? Claro que no. Pero por algo se empieza. Además de generosidad hace falta compromiso para cambiar las estructuras injustas que generan pobreza, desnutrición infantil, y que expulsa del sistema social, haciendo que muchos se sientan sobrantes, sin importancia.
La semana pasada lo escuché en una conferencia en Tucumán al doctor Abel Albino, fundador de Conin. Para los que no lo conocen, es un médico pediatra que ha consagrado muchos años de su vida a combatir la desnutrición infantil. Él contaba de las secuelas irreversibles que provoca la falta de alimentación adecuada en el primer año de vida.
Qué es más absurdo: ¿pensar en pobreza cero o que haya niños sin alimentos suficientes en la Argentina? Sin duda esto segundo es más intolerable, además de constituir una profunda inmoralidad con todas las letras.
Para cualquier persona de buen corazón el atropello de la pobreza es detestable. Pero además, si sos creyente en Cristo, acordate que Él quiso identificarse con los pobres y sufrientes. Su enseñanza fue muy clara: “tuve hambre y me diste de comer, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y viniste a visitarme...” (Mt. 25).
Hace pocos días también, el Papa Francisco nos recordaba una predicación de San Juan Crisóstomo, uno de los grandes obispos de los primeros siglos del cristianismo fallecido en el año 404: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles sus vidas. No son nuestros los bienes que poseemos, sino suyos”.
Alrededor del 80 por ciento de quienes vivimos en la Argentina estamos bautizados en la Iglesia Católica. Pero, ¿somos un país cristiano? ¿Vivimos la pobreza del hermano como dolor de mi propia carne? La pobreza ofende al Creador y Padre, y habla muy mal de nuestra coherencia en la fe.
Hoy celebramos la Fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Él se hace alimento para quienes peregrinamos en la fe. Su sangre derramada es redención para nosotros y prueba evidente de la entrega de la vida por amor a la humanidad. Lo adoramos en su presencia entre nosotros. Tal vez ayer, muchos de nosotros hemos salido en procesión por las calles para dar testimonio de nuestra fe en Cristo Jesús.
Si adoramos su presencia en el pan y el vino consagrados en su Cuerpo y Sangre, también debemos servirlo en la persona de los más pobres. Si no, corremos serio riesgo de una piedad in-trascendente; un culto vacío que poco agrada al Señor.
Podemos tener un diez en solidaridad. El fin de semana que viene es ocasión para mostrarlo.

(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.



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