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Diario El Argentinomartes 19 de marzo de 2024
La Mujer

Mujeres que hacen cosas...

Hay que vivirlo para poder contar

Hay que vivirlo para poder contar

Ella es Médica especialista en medicina general y familiar; ejerce en el hospital, donde hace guardias y en el Centro de salud Juan José Franco.



Pero no la convocamos por eso. Supimos que vivió una experiencia que vale la pena compartir, cuando integró un grupo de médicos voluntarios que viajaron a Salta, para ofrecer sus servicios a los pueblos aborígenes, los Chorote, Chulupí, Wichis, que viven en las misiones La Paz, Las Vertientes, La Estrella, Km. 11 y Aguas Verdes.
Anneris Florentín contó “en Misión La Paz, la mayoría de los hombres aborígenes no tienen trabajo. Reciben planes sociales o subsidios, a veces pescan, no hay muchos animales para cazar y algunos hacen artesanías”.
“Las mujeres, además de ocuparse de los hijos y los quehaceres del hogar, cortan y acarrean leña que venden a módicas sumas en la misión o del lado paraguayo. Su vestimenta se parece mucho a la nuestra. En algún gobierno edificaron un barrio y a estas casas les van agregando dependencias hechas con madera y hoy, la mayoría tiene letrina a unos metros de la vivienda”, describió.
¿Cómo te incorporaste a este grupo de voluntarios? preguntamos y Anneris contó “supe de esto por una amiga y colega. Así me enteré de lo que hace SIPAS - Solidaridad integrada para el ascenso social- una ONG que tiene sede en capital federal”.
Aquí buscamos y encontramos su portal, que a modo de presentación expresa “La Fundación SIPAS se dedica a trabajar para la ayuda e inclusión social de los excluidos y marginados con independencia de su raza, credo u origen, colaborando para mejorar su educación y salud como herramientas de libertad, propendiendo a la reivindicación de los derechos de las comunidades aborígenes”.
Volviendo a Anneris, recordó “invité a una amiga con la que estudiamos juntas y viajé con Marcela Heredia, directora de SIPAS, que me puso al tanto de lo que hacen y lo que tendríamos que hacer y me habló del Proyecto Hortensia, que daba marco a nuestro viaje”.
“Eran personas desconocidas las que viajaban conmigo pero iba con mi amiga y además, todos compartíamos un objetivo. También sabía que para estos viajes se hace una especie de selección previa porque no cualquiera se banca algunas cosas, como la falta de comodidades, la inhospitalidad del lugar, los cortes de luz y agua, por ejemplo”.
“Nosotros estuvimos en la Misión La paz, ubicada en el limite con Formosa y Paraguay, pero también fuimos a Las Vertientes, La Estrella, Km. 11 y Aguas Verdes, a la que en la temporada de lluvias, sólo se llega en helicóptero, porque el Pilcomayo desborda e inunda todos los caminos.”
Cuando llegamos a Tartagal, nos dijeron que estábamos a ciento y pico de kilómetros y que tardaríamos mucho en llegar, lo que no entendí hasta que vino el colectivo. Ahí supe que llega a la Misión dos veces por semana y ese día no lo hacía. Nos dejó en medio de la nada. Debimos caminar por esa inmensidad de polvo-tierra-polvo, con todo nuestro cargamento, porque llevábamos equipaje, provisiones, ropa y alimentos no perecederos para distribuir, medicamentos, en mi caso -comentó- pastillas potabilizadoras que pedí en el hospital...”
Tras una pausa, Anneris creyó necesario aclarar “hoy siento otras cosas, pero cuando llegué y vi aquello pensé “¡uy!”.
Y siguió reviviendo la experiencia de junio pasado relatando “un grupo se quedó en casa de Luz, el nexo de la Fundación allá y el resto en una casa de Gendarmería, donde llevamos el cargamento”.
Como se dijo, Anneris se integró al Proyecto Hortensia, un programa de control anual y detección precoz del cáncer de cuello uterino en las mujeres de la zona. El nombre es el de una joven que fue valiosísima para este trabajo.
Anneris explicó “el grupo de médicos comenzó a ver que año a año se producían muchas muertes de mujeres jóvenes. Comprobaron que esta población tiene predisposición al HPV y cáncer de cuello uterino. A SIPAS le costó mucho trabajo entrar, lo que lograron tras incontables gestiones con los caciques, porque en estas sociedades, todo depende de esta figura. Y Hortensia fue de mucha ayuda porque se acercó e hizo de nexo, lograron que se venciera el temor y que otras lo hicieran. Hortensia falleció, porque su diagnóstico fue muy tardío. Pero en base a esto, se decidió trabajar en la salud ginecológica”.
“Se compraron colposcopios para hacer los papanicolau, material para las biopsias cuando son necesarias; la Fundación analiza las muestras en capital y cuando vuelven a Salta, las pacientes patológicas son buscadas y se da aviso a los centros de salud. Cuando se trata de un caso que sólo se resuelve en capital, SIPAS la lleva, aloja, trata y devuelve a su lugar”, señaló, aclarando que cada misión de profesionales extiende su atención al resto de la población.
¿Qué trajiste de allí?, preguntamos y Anneris dijo “un montón de afecto, porque la gente es muy cálida, cuando uno trabaja no lo hace por el agradecimiento del otro, pero no está mal recibirlo”.
Es un abrazo al alma, le dijimos y Anneris coincidió con nosotros.
“Cuando estás allá, tenés que desprenderte de tus estructuras, porque es difícil lograr entender un montón de cosas y poder ayudar”.
“De pronto -siguió- el mayor problema era que la mayoría de las familias tiene uno o dos hijos muertos, a causa de deshidratación o porque cayeron al río. O de repente ves un chiquito de dos años que no camina, pero esto es cultural, porque al vivir al lado del río, su madre lo lleva atado a la espalda”.
Además de afecto, Anneris trajo una experiencia en la que como dijo, “aprendí mucho. También siento indignación, por muchas ausencias. Una ONG tiene que hacerse cargo de cosas que no le corresponden”, como satisfacer necesidades básicas o garantizar el ejercicio de los derechos, que son deberes del estado.
A un año de aquel viaje y cuando está apunto de salir otra vez un contingente, Anneris lamentó no poder participar por su agenda laboral.
Pero sabe que puede hacerlo a futuro, para llevar lo que puede ofrecer y tender nuevos puentes, que de eso se trata.

Por Silvina Esnaola


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