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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
La Mujer

Mujeres que hacen cosas...

Cuando el juego se vuelve una enfermedad

Cuando el juego se vuelve una enfermedad

Mabel sabe lo que significa el juego compulsivo. Esta realidad se le presentó hace un tiempo, en casa y comenzó a roer los cimientos familiares.


Al tomar conciencia, comenzó su tarea de ayudar a esa persona querida y si bien como afirma, no fue fácil asumirlo, hoy puede hablar de “mi enfermo”, sabiendo que el juego compulsivo es una enfermedad de origen emocional, que puede despertar en cualquier momento y ocurrirle a cualquiera.
Esto le hizo comprometerse en la recuperación de su jugador e impulsar, hace ya cuatro años, la creación del grupo de autoayuda JA para jugadores compulsivos y el correspondiente a sus familiares, Jug Anón, que se reúnen todos los lunes a las ocho y media de la noche en el salón de la Parroquia Nuestra Señora de Luján.
“Estamos siempre, aunque sea feriado, porque consideramos que esto puede ser aprovechado por la persona interesada en consultar”.
Explicó que comparten el día, el horario y el lugar, pero cada grupo se reúne por su lado y se guían por el método de Jugadores Anónimos y Jug Anon de Argentina, con el programa de los doce pasos para la recuperación.
El camino recorrido le permite decir a Mabel “en la sociedad, el jugador está catalogado como un sinvergüenza al que no le importa nada; una persona capaz de enfermar a sus seres queridos, de jugarse el sueldo sin pensar en su familia. Por eso mucha gente no quiere que se conozca por lo que pasa”.
“Por lo general, la familia está cansada de las mentiras del jugador y de lo que su compulsión genera. Por eso el grupo ayuda, porque ponerse al hombro al enfermo implica un desgaste. A veces la familia no se siente preparada para acompañarlo pero nosotros buscamos, más allá de que el jugador deje de hacerlo, que su grupo familiar esté mejor. Sabemos que cambiando algunas actitudes para poder acompañar se puede lograr que el jugador vea que ya no es agredido y pueda comenzar a trabajar para tener una buena calidad de vida”.
“En mi caso, con mi marido tenemos esto conversado, estamos en un servicio, tratando que cada persona que tiene un problema de este tipo encuentre con nosotros al menos un camino para comenzar su recuperación”.
Escuchándola, se entiende el padecimiento de los familiares de jugadores compulsivos, que piden que no se abran más salas de juego en la ciudad.
¿Qué los anima a pedir ayuda en este sentido, sabiendo que tendrán respuestas como “el jugador va a jugar, aquí o en cualquier lado” y también “el que quiere jugar inventa por qué hacerlo”?, preguntamos y Mabel dijo “el hecho de que hemos trabajado mucho para que nuestro enfermo tenga una vida normal y hay mucha gente que todavía necesita que alguien le dé una mano para salir de esta situación”.
“Sabemos de todo lo que se padece en silencio. Hay mucho por hacer. No podemos bajar los brazos. Por más que nos digan que una sala nueva no incidirá, nosotros entendemos que es ponerles delante una oportunidad más de caer, porque el enfermo no tiene límites, su enfermedad no le permite ponérselos ni manejar las situaciones de vida de todos los días”.
“No ignoramos que ir a un casino puede ser una salida social. El problema es cuando se despierta esta enfermedad”, alertó.
Ella descubrió el problema en su casa, logró que su enfermo hiciera el tratamiento y dejara de jugar.
“En mi caso, conté con la docilidad de mi enfermo, que aceptó el tratamiento psiquiátrico y al cabo de un tiempo y ya participando del grupo, pudo reducirla y hasta dejarla. Y al tomar distancia del juego se da cuenta de todo lo que perdió y es su oportunidad de hablar a otros del valor de la familia y la vida”, compartió.
Mabel no se dejó vencer, se comprometió con su enfermo y trabajó para crear los grupos de ayuda “porque lo que viví no quiero que otro lo padezca. Debimos buscar apoyo para continuar siendo familia y pudimos salir adelante, pero esto no se da en todos los casos. Cada uno enfrenta las cosas como puede. Y esta vorágine arrastra muchas veces los matrimonios, porque el amor entre padres e hijos es incondicional, pero en el matrimonio, puede terminar”.
“Elegí esta opción, de aceptar que es una enfermedad y que nuestro enfermo no deja de ser bueno por ella”, dijo casi al finalizar, destacando “estamos viendo que todo se puede lograr; con esfuerzo y dejándose acompañar”, como hace cada lunes, desde hace cuatro años. Como decidió que quería hacer en casa, hace un poco más.

Silvina Esnaola


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