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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Indio: ver para creerlo y vivir para contarlo

Indio: ver para creerlo y vivir para contarlo

Me resulta imprescindible tener que romper un precepto básico del periodismo y ponerme como protagonista de esta historia, para poder ser lo más claro posible. Es cierto que muchas veces, se puede perder objetividad al momento de contar algo en primera persona, pero como no me considero precisamente un cultor del “periodismo del yoísmo”, me tomo esa licencia para poder contar con palabras lo que viví en el show del Indio Solari.


Debo reconocer que siento una particular admiración por el Indio, más que nada por haber crecido escuchando a Los Redondos, disfrutando de sus letras aunque sin llegar a considerarme un “ricotero”, ravioles y canelones al margen. En su etapa solista no lo he escuchado tanto, pero cada tanto me tomo un tiempo como para conocer los trabajos de este último tiempo de su carrera, donde se nota la calidad de composición intacta y esa verba que se traduce en frases célebres que se reflejan y multiplican en cientos y miles de banderas y remeras.
Pero además quise vivir todo lo que representó la llegada del Indio a mi ciudad de una forma especial, precisamente por eso, por sentir un orgullo especial al jugar de local. Poniéndome en la piel de muchos fanáticos de Gualeguaychú que han viajado miles de kilómetros para verlo tocar en otros puntos del país, tener al Indio en Gualeguaychú ya era sobrado motivo de satisfacción y de orgullo.
Traté de mantenerme al margen de las discusiones por las redes sociales de los días previos. Entendí que todo el mundo tiene derecho a opinar, que algunos lo hacen por desconocimiento, otros porque necesitan motivos para sacar a relucir su permanente mala onda y otros opinan porque es gratis, ni más ni menos. Desde mi lugar busqué ponerle un poco de humor cuando leí que se habían comido los patos de la laguna y otras barbaridades más.
Traté de vivir la Misa India de los días previos desde adentro, recorriendo la ciudad, conociendo gente, compartiendo sus historias. Conocí a dos chicos que viajaron desde Comodoro Rivadavia, llegaron el miércoles y se volvieron ayer. Me encantó la historia de las dos familias de Villa Gessel que llegaron de vacaciones a la ciudad, metieron en el mismo combo el show del Indio y parte de Semana Santa. Aprecié en los ojos de sus hijos la emoción de un pibe que no terminaba de entender lo que sus ojitos veían, pero que ellos también disfrutaban a su forma. Uno de ellos se llama Indio, como para no dejar dudas de esa pleitesía paterna.
El viernes por la noche, pese a la lluvia molesta, que complicó la previa y dejó el Hipódromo hecho algo parecido a un pantano, compartí la previa con amigos, escuchando historias de otros show en diferentes puntos del país y más tarde me di una vuelta por la Costanera como para ver un poco más de cerca esa enorme marea que recorría la ciudad. Conocí vendedores ambulantes, tipos que hicieron 400 kilómetros para poder rebuscarse vendiendo vasos o recuerdos del Indio, es más, uno de ellos me regaló un vaso “por la buena onda”, vaso que fue estrenado el sábado, en una previa algo solitaria que hice antes de ir al show.
El sábado de nuevo salí de recorrida, me metí en la Costanera Sur y aprecié como Gualeguaychú empezaba a desbordar y las estimaciones previas se disparaban rápido. Confieso que nunca vi en Gualeguaychú tantos asados juntos en la vereda, no es común y los vecinos estamos acostumbrados a otra cosa. Sin embargo, el sábado cualquier rincón fue bueno para prender fuego, tirar un pedazo de carne a la parrilla y compartir ese ritual único.
A media tarde me encaminé al show, aproveché mi condición de local para cortar camino y ganarle varias cuadras a la procesión que se acercaba al Hipódromo. Dada mi condición de vecino del barrio del Corsódromo, corté derechito por Chacabuco, me hice el pavote y cuando quise acordar, caminaba al lado de una pareja de San Luis que llegó en colectivo y tenían previsto volverse al toque del show.
El acceso fue ágil, alcanzó con mostrar la pulserita de prensa en mi muñeca para que los controles franquearan el paso. Ya dentro del Hipódromo y sabedor que no había lugar destinado para la prensa, caminé buscando algún lugar más o menos piola, sabiendo que indefectiblemente iba a meterme en el barro en algún momento de la noche, cosa que sucedió al minuto de ingresado al predio, casi sin poder encarar por la recta.
La espera la compartí con amigos y gente conocida de Gualeguaychú, todos asombrados por lo mismo, la gran cantidad de gente que no paraba de ingresar. A mi lado, un grupo de amigos que vinieron desde Federación aguantaban la espera sacando cuentas de lo que tenían que caminar hasta el Parque Unzué, donde habían estacionado el colectivo.
Pasaron las diez de la noche y cuando salió el Indio cantando “Nike es la Cultura” empecé a darme cuenta que nada era igual a lo imaginable.
Disfruté cada momento, pese al barro y al frío. No solamente el Indio y su magnetismo sobre el escenario me cautivaron, sino también una banda sólida, perfectamente ajustada y que no en vano tocan con quien tocan. Estos Fundamentalistas del Aire Acondicionado con grossos en serio y lo demostraron en cada tema.
Canté “Me Matan Limón” y “Caña Seca y un Membrillo”, temas que hacía un montón que no escuchaba y que no imaginé escucharlos en vivo, me deslumbré con Débora Dixon cantando “Blues de la Libertad” y, ya cuando estaban en el escenario Semilla Buciarelli, Walter Sidotti y Sergio Dawi me animé al primer pogo personal con “Ya Nadie va a Escuchar tu Remera” y “Nene Nena”, aunque entre el barro y la falta de estado, guarde energías sabiendo lo que venía en el cierre.
Quizás anticipando el final, disfruté “Todo un palo”, uno de los primeros temas que escuché de Los Redondos en mi vida y cuando quise acordarme, “Jijiji” ya sonaba en todo Gualeguaychú. Ahí me sentí parte del “Pogo más grande de la historia”, saltando todo lo que me dieron las piernas y disfrutando de algo que jamás pensé vivir en directo.
Después emprendí el retorno, salí rápido del Hipódromo, corriendo casi para poder escribir la crónica para el diario del domingo. Embarrado pero contento, cansado pero feliz, con el mismo orgullo de haber sido local en una fiesta incomparable, que no tiene comparación con nada porque nada se le asemeja.

Por Daniel Serorena
EL ARGENTINO

 

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