Secciones
Diario El Argentino
Secciones
Diario El Argentinojueves 25 de abril de 2024
Ciudad

La cautivante historia de la difusora Grecco

La cautivante historia de la difusora Grecco

Cuando nos proponemos conocer cómo vivieron nuestros mayores, necesitamos algo más que los datos de los archivos, publicaciones y documentación de que se nutre nuestra historia. Porque además de línea central de acontecimientos, hay otras vetas de nuestro pasado que enriquecen su crónica.  Por Gustavo Rivas (*) (Colaboración)


La historia de los medios de comunicación en Gualeguaychú, en sus tramos más antiguos, está contenida en los propios medios, que en principio eran exclusivamente escritos, cuyas colecciones se han conservado. En épocas más recientes, se incorporaron los medios radiales y televisivos.
Pero va quedando en el medio, con riesgo de olvido si no la rescatamos, una especie de bisagra entre dos tiempos y que resulta por demás atractiva. Nos referimos la Difusora Grecco que funcionó durante cuatro décadas, y sus comienzos fueron en un local en calle Urquiza entre España y Chacabuco.
Su rico contenido es un espejo de nuestra vida comunitaria; por ella pasó lo más destacado de la actividad social, artística, cultural o deportiva de la ciudad. Por si algo faltara, fue también un vehículo de solidaridad y tuvo un papel protagónico en las aciagas jornadas de la gran creciente de 1959, cubriendo desde la espontaneidad, una función que luego asumieron los poderes públicos.
Se constituyó en una alternativa para muchos gualeguaychuenses pobres que carecían de recursos para pagar su entrada a los espectáculos. Ellos tuvieron su oportunidad de verlos gratuitamente en las presentaciones multitudinarias que se hacían en la cuadra de la difusora, como promoción previa a sus actuaciones contratadas. Fue además, la puerta por donde ingresaron a la fama muchos artistas jóvenes de la ciudad que concurrían allí para actuar individualmente o participar en concursos populares, los fines de semana.
Fue la “escuela primaria” de una pléyade de locutores que actualmente se desempeñan en los medios de nuestra ciudad y otras latitudes. Alguien de entre ellos la ha definido de ese modo y otros recuerdan con nostalgia que su primer contacto con micrófono lo tuvieron en la difusora. Fue despertadora de vocaciones, oportunidad para jóvenes ¡y niños! marco propicio para vínculos duraderos, sociedades exitosas y múltiples ideas, inquietudes y emprendimientos que nacieron en su seno. Por ello su importancia; y no podría elaborarse en el futuro la crónica de los medios que le sucedieron, sin pasar antes por la etapa emblemática de la Difusora Grecco.
El relato de los protagonistas y testigos de aquella rica trayectoria, que poblarán los capítulos subsiguientes, nos ha llenado de asombro y emoción a la vez.
La Difusora Grecco tuvo dos periodos bien marcados. El primero, que fue de crecimiento y esplendor y el segundo, que refleja su lucha por la subsistencia, cuando ya estaba rodeada de una competencia novedosa y desigual, que apuró su final.

Los cincuenta
¡la mejor década!

Empecemos por describir el contexto en el que nació la difusora, a mediados del siglo pasado. Gualeguaychú tenía por entonces menos de 40.000 habitantes. Su casco urbano poco se extendía por fuera de lo que hoy llamamos el macro centro y algunos barrios como Pueblo Nuevo, el Oeste, Franco, el del Puerto, de la Estación del FC y del Hipódromo.
Le rodeaban grandes espacios verdes – hoy densamente poblados- situados dentro del ejido y dedicados por entonces a chacras, quintas, granjas, viveros que abastecían la ciudad.
Apenas dos décadas cumplía la ruta terrestre a Buenos Aires y un poco menos, su acceso por Urquiza al Oste, que del Hospital hacia el Oeste era casi todo campo abierto. Por entonces mantenía importancia el puerto, como vía de transporte de mercaderías y pasajeros. Para ir a Concepción del Uruguay había que cruzar el puente (actual Méndez Casariego) y seguir por la ruta que hoy lleva el N° 42. No sólo no existía Pueblo Belgrano, sino que en esa zona recién comenzaba la colonización de El Potrero. Y hacia Urdinarrain se iba por la vieja Ruta 12 que, arrancando del Aero Club, corría junto a la vía del ferrocarril.
Fuera de las calles centrales, pocas tenían pavimento (como Del Valle, Costanera, Av. Luis N. Palma); las transversales eran casi todas empedradas y con circulación doble mano.
Muchos se preguntarán si era aburrido aquel Gualeguaychú.
Nuestra respuesta es ¡no! Pero aclarando, en aras de la honestidad, que la misma surge de nuestro fanatismo por la maravillosa década del 50. Y cada vez que entre los viejos sale el tema, la defendemos porque lo necesita, ya que, a diferencia de las que le siguieron, de ella quedan pocos registros fotográficos, fonográficos o cinematográficos. Y en cuanto a los testigos de ese tiempo, vamos quedando cada vez menos. En otras palabras: la del 50 no tiene prensa.
En la década anterior -allá por 1947- un joven veinteañero había montado una empresa publicitaria, talvez la primera que hubo en Gualeguaychú. Y además, innovadora, en cuanto a los recursos técnicos que empleaba.
Roberto Carlos Rudecindo Grecco, nació el 1 de marzo de 1916. Era hijo de Francisco Grecco y Elena Clementina Estrampes.
Don Francisco era uno de los peluqueros más conocidos de la ciudad (con Juan Giovanetti, Macho Peralta, Edelmiro Rivas, Meco Farabello, Evaristo Martinez, Arcusín, entre otros) y tenía su local en 25 de Mayo casi España, parte de lo que había sido la residencia del general. Urquiza y hoy sucursal del Banco de Entre Ríos. Sus hermanos mayores eran: María Elena, esposa de Don Carlos Riera, Francisco Toto, y le seguía Eduardo.
En 1948 se une en matrimonio a Cecilia Aurora Silva, Quica, del que nacieron Roberto “Beto”, en 1953 y María Elena, en 1955.
Aquella empresa unipersonal, desde sus inicios y hasta 1951, se denominaba Grecco Publicidad y luego cambió por Organización Publicitaria Grecco. Su innovación técnica era la utilización de amplificadores y parlantes montados en una camioneta Wippe muy moderna y vistosa, por las partes de madera barnizada que ornamentaban su carrocería.
Por aquellos años, estos equipos eran una novedad. Recordemos que en nuestra ciudad, hasta los años 30, las orquestas actuaban sin amplificación. Recién a fines de esa década se introdujeron en Gualeguaychú los primeros equipos, que eran muy distintos de los actuales. En el corazón de su sistema, los electrones debían pasar de un ánodo a un cátodo en el interior de un tubo al vacío, llamado comúnmente válvula. Esto requería unos minutos de calentamiento previo para empezar a rendir. Era el mismo sistema que utilizaban las radios hogareñas y que hoy perfeccionado, se emplea nuevamente en los equipos de sonidos de alta fidelidad. En 1948 la ciencia mundial había dado un gran paso (por entonces sin repercusión), cuando tres ingenieros de la empresa telefónica Bell de Estados Unidos, inventaron el transistor, un pequeño adminículo en el que los electrones, en vez de saltar en el vacío, transitaban por una superficie de material semiconductor (silicio). Cuando la innovación del estado sólido empezó a difundirse, se lograba rapidez, economía de consumo, menor calentamiento, mayor vida útil y menos tamaño. Los resultados no fueron inmediatos; recién una década después, fines de los 50, llegaban a nuestro país las primeras radios Spika fabricadas por los japoneses que se adelantaron a los norteamericanos en la aplicación práctica de aquel gran invento de ciencia básica.
Volvamos la amplificación de Grecco: para la reproducción de la música, no había llegado aún el grabador a Gualeguaychú. Por entonces, aquella venía grabada en discos de pasta de vinilo que giraban a 78 vueltas por minuto. Luego a fines de los 50 se modernizaron al aparecer los discos de 45 revoluciones por minuto, y los llamados long play de 33 r.p.m. Yendo más atrás en el tiempo, cabe recordar que antes de llegar la amplificación electrónica a nuestros pagos, en los hogares la música se escuchaba por medio de discos en victrolas manuales. Había que darles cuerda y el sonido surgía de una membrana vibratoria, sin uso de electricidad. Estaba incorporada al brazo, en cuyo extremo inferior se fijaba la púa metálica, que debía cambiarse luego de varios discos. En la bandeja giratoria entraba un disco por vez; los de 78 rpm (vueltas por minuto) contenían un solo tema por cada lado, terminado el cual, había que parar para darlos vuelta manualmente. Recién a fines de los 50 aparecieron los primeros tocadiscos eléctricos. Los Wincofón, trajeron una notable innovación: cargaban varios discos juntos e iban cayendo de a uno, mientras el brazo se levantaba para volver a posarse en el inicio del disco siguiente. Era una de las primeras muestras de la robótica, que llegaba a nuestros hogares. Nos quedábamos mirando largo rato, como el perro de Betolaza, admirando esa maravilla tecnológica. Casualmente era la Casa Betolaza, la principal proveedora de discos, radios, y victrolas. El legendario perro, no era una mascota de Don Enrique, su fundador, sino el emblema publicitario de la RCA Victor, conocido en todo el mundo, porque meneaba su cabeza frente a una victrola de esa marca. Betolaza tenía uno en la vidriera de su local.
Y bien; todo esto era una fuente de dificultades para Roberto Grecco y para quienes luego incursionaron en esa actividad. ¿Por qué? La mayor parte de las calles de la ciudad eran de tierra; sólo las del centro que corrían de este a oeste estaban pavimentadas y casi todas las transversales eran empedradas con adoquines o piedras más rústicas. Ello dificultaba la circulación del vehículo publicitario porque, unido a que sus amortiguación era muy dura, provocaba frecuentes saltos del brazo con la púa. Si se procuraba paliar el inconveniente agregando peso al brazo, el disco se rayaba prematuramente y quedaba inutilizado. Por lo tanto, en calles desparejas, había que detener el vehículo para pasar la música y después se avanzaba para hacer la locución publicitaria. Dado que no había grabadores, el locutor debía hacer la publicidad en vivo frente al micrófono y atender el cambio de los discos, o púas.
Para hacer la locución del rodante, Grecco incorporó desde el comienzo a un jovencito de 15 años con muchas inquietudes quien abandonó el Colegio Nacional en tercer año para trabajar con él; era Gerardo Raúl Pugliese y tenía una condición natural que por entonces era más que suficiente: una voz microfónica excepcional. Ese era el único requerimiento por entonces, en que no se necesitaba otra preparación profesional. ¿Por qué? Muchos de los que se fueron incorporando después a la actividad no habían completado sus estudios secundarios y sin embargo, leían correctamente de corrido, además de su buena ortografía. Porque la enseñanza primaria argentina, era todavía la más avanzada del continente. Totó Pugliese trabajó unos años en rodante y cuando luego inició su actividad la Difusora Grecco, fue el primer locutor de la nueva empresa. Quiso la casualidad que la difusora se inaugurara el 16 de de diciembre de 1953, el día que Totó cumplía 21 años.
Fue el primero de una joven generación que vino a romper el unicato de los dos locutores que hasta entonces hegemonizaban esa profesión en Gualeguaychú: Carlos Aurelio Cepeda (a) El Pato y Alfredo Durand Thompson (a) Pelotilla. No había hasta entonces, voces femeninas.
La mayor parte de esa nueva camada, como luego veremos, pasó a integrar los medios que vinieron después, como la radio y la televisión y son hoy, ya mayores, las voces emblemáticas que escuchamos los gualeguaychuenses. Pero la mayor parte de ellos, se inició en la Difusora Grecco.

(*) El autor de este artículo es abogado e historiador de Gualeguaychú.
 

Este contenido no está abierto a comentarios