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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
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En Mazaruca la gente vive en terraplenes y ven lejano el regreso al hogar

 En Mazaruca la gente vive en  terraplenes y ven lejano el regreso al hogar

Pese a las advertencias de las autoridades de Prefectura de Islas del Ibicuy los isleños no quieren abandonar sus hogares, para poder cuidar de los pocos animales que les quedan. Cuentan con asistencia médica y alimentaria, pero necesitarán de la ayuda del Estado para retornar a sus hogares. EL ARGENTINO recorrió la zona. 


La población de Mazaruca está compuesta por unas treinta casas aproximadamente, más un galpón de aserradero, un taller mecánico, una carpintería, viveros y dependencias para oficinas.
Está ubicada a unos 30 Km de Holt Ibicuy por tierra y a una hora de lancha, hoy el único medio disponible para poder llegar hasta el poblado, debido a que los caminos están cortados por la crecida.
Esas edificaciones fueron construidas por la ex−empresa ?Yacimiento Carboníferos Fiscales? (Y.C.F.), la cual en la década del 90 fue vendida a la empresa Victorio Américo Gualtieri, una superficie que ronda las cinco mil hectáreas.
En la venta quedaron excluidos dos lotes que corresponden a la Fuerza Aérea. Lotes, calles y ciento sesenta y dos hectáreas, que fueron donadas o transferidas al Estado provincial para que se formara una futura urbanización, estando incluidas la totalidad de las casas y demás dependencias donde funcionaba toda la explotación foresto-industrial del establecimiento.
Sin embargo, pese que allí viven familias desde hace más de 30 a 50 años, el Estado provincial nunca resolvió la cuestión dominial de los lugareños.
La Empresa Gualtieri, ante la vista y complacencia de las autoridades públicas (municipales, departamentales y provinciales) sigue gratuitamente ocupando en forma exclusiva y excluyente, sin razón ni causa legítima, inmuebles e instalaciones que son propiedad del Estado, donde hoy están alojados la mayor parte de los inundados, según denunciaron los pobladores del lugar.

Vivir aislados

Algunas de las 35 familias que habitan Mazaruca decidieron evacuarse hasta Holt Ibicuy, debido a que el fenómeno meteorológico hará que la crecida siga afectando sus hogares por muchos meses más.
Juan Burgos trabaja en la cooperativa de leñeros en la zona de Mazaruca, y que por la crecida ya hace meses que no pueden trabajar.
Vive en la zona desde 1975, cuando llegó para trabajar en YCF, y recuerda que: “La más brava que tuvimos fue la de 1982, luego la de 1998 que superó a la anterior, ésta en cambio fue una crecida importante, fue baja en relación a las otras pero causó problemas porque obstruyó todos los caminos y rompió terraplenes afectando al ganado y a los animales silvestres”.
Juan tuvo que improvisar un corral en el sector más alto del caserío “para evitar que los animales se mueran de hambre”, agregó.
La repentina crecida hizo que no hubiera tiempo de evacuar a todos los animales y se ahogaron 30 caballos y unas veinte vacas.
“El terraplén no aguantó tanta presión del agua y solo tuvimos dos días para poder evacuar el pueblo”, agregó.
En tanto aseguró que “por ahora estamos bien, recibimos donaciones y tenemos la asistencia de de Prefectura, pero si deja de llover la situación podría llegar a mejorar más al poder habilitarse los pasos terrestres; no obstante hasta el próximo verano la situación no volverá a la normalidad”.
Carmen Saucedo, hace 36 años que viven en Mazaruca y recordó que la peor crecida que le tocó vivir es la actual porque es la primera en que decidió quedarse.
“Antes había una Defensa Civil organizada, entonces las familias con niños eran evacuados mucho tiempo antes, solo se quedaban los adultos a cuidar las propiedades, la mayoría de la gente no se quiere ir porque tienen animales y no quieren perder lo poco que tienen. Además, para irse al pueblo (Holt Ibicuy) hay que disponer de dinero para sobrevivir y es más difícil”, dijo Carmen.
“Mi esposo tiene unos pocos animales, no los pudo evacuar de Mazaruca y tuvo que llevarlos al terraplén, que está cerca del pueblo, pero todos los días hay que llevarles un poco de maíz o pasto para que los animales coman. Hoy el principal drama son los animales porque nos estamos quedando sin alimentos y tenemos que vender, para luego comenzar de nuevo, es todo pérdida”.
Carmen se refiere al terraplén de unos dos metros que rodea la estancia de 5000 hectáreas, hoy propiedad de los Gualtieri, cuya construcción se hizo a principio de siglo XX con decenas de cuadrillas y “a pala de buey”, como suelen decir en el lugar. A su vez la provincia construyó otro terraplén más para poder proteger a los pobladores, pero la crecida lo arrasó todo.
Los lugareños cuentan hoy con electricidad, asistencia alimentaria gracias a las donaciones de parientes o amigos que viven en Gualeguaychú y otras localidades de Entre Ríos y cuentan con servicio de enfermería permanente.
No obstante la repentina crecida y con fuerza de la correntada, no les dio mucho tiempo a las familias para poder sacar la mayor parte de los muebles. Esto fue lo que le sucedió a la escuela primaria del lugar. El domingo a la tarde el agua casi tocaba el techo, y el director del establecimiento no tuvo tiempo de sacar la heladera, el freezer, muebles y hasta se perdió el archivo de la institución escolar.
“Tuvimos que salir con lo puesto y unas pocas pertenencias, no hubo tanto tiempo para prepararnos esta vez. En otras oportunidades sacamos todos los muebles y hasta las aberturas de la casa para que no se nos arruinen, ahora esperamos volver a nuestros hogares en la primavera”, explicó Carmen.
A unos 15 minutos en lancha desde Mazaruca por el Paraná Pavón, se encuentra el paraje La Argentina. Allí vive la familia Trespien. Luis con 80 años, es el integrante de mayor edad de la familia, quienes durante el verano y los fines de semana largos, explotan un camping para acampe y pesca recreativa en la zona.
“Hace 49 años que vivo aquí, ahora trabajamos en un camping junto a mis hijos y nietos, habíamos construido cabañas, pero tuvimos que desarmarlas para que la crecida no se las lleve, aunque muchas partes se me rompieron al igual que el resto de las instalaciones del camping”, narró Luis a EL ARGENTINO.
El isleño también es apicultor y en su campito de 60 hectáreas, a veces ponía animales en arrendamiento, “pero este año perdí todo con la creciente, me quedaron las máquinas y el tractor bajo del agua”, dijo.
“Tenemos que ver cuando baje el agua, cómo podemos empezar, es mucho la inversión que hicimos y perdimos prácticamente todo. Nadie esperaba que el agua fuera a crecer tanto, pero fueron los vientos del sur lo que más afectó por el oleaje que provocó. Esto va a estar así por más de un año y vamos a necesitar ayuda del Estado para poder recuperarnos”.
Luis se molestó por el abandono del Estado: “Tuvimos dos meses totalmente aislados sin ninguna asistencia, lo único que pedíamos era agua potable y control médico, después nos arreglamos con lo que tenemos”, aunque luego reconoció que “ahora la ayuda comenzó a llegar”.
A unos 500 metros de la casa de Luis, viven en el terraplén su hija Griselda junto a su marido, hermanos e hijos en una casilla improvisada con materiales de las cabañas que pudieron salvar de la creciente.
“El problema que tenemos es el suministro de agua potable y lavandina, vamos a estar aquí por mucho tiempo, porque las olas está rompiendo las paredes de material de nuestras casas, es por eso que decidimos venir a vivir arriba de un terraplén, aunque no sabemos hasta dónde es seguro esto porque ya se está desbarrancando”, dijo Griselda que vive en la zona desde que nació.
“Estamos todos sin ingresos desde enero, no pudimos trabajar este verano y cuando el agua se retire vamos a necesitar ayuda del gobierno para poder comenzar de nuevo”.
La creciente que se está dando en ese sector, no solo afecta a los pobladores nativos, también los animales silvestres la están pasando mal. Es común ver a carpinchos y nutrias muertas por falta de alimentos.

Los pobladores y animales tendrán muchos meses por delante de vivir entre el agua y el aislamiento absoluto. El Estado tendrá que estar presente en esta situación crítica en la que viven, pero sobre todo deberá acompañarlos en el regreso a sus hogares desvastados por una de las crecientes más dañinas que les tocó sufrir.

POR DIEGO ELGART


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