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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
Columnista Invitado

Las historias de Clarita, Melina, Roberto… nombres ficticios para historias reales

 Las historias de Clarita, Melina, Roberto…  nombres ficticios para historias reales

  (*) Por monseñor Jorge Eduardo Lozano 




Hace un tiempo, estuve conversando un rato largo con una muchacha llamada Clarita, de unos 20 años de edad. Me contó su historia, su presente, muy poco ??casi nada?? de su futuro. En un momento que estimé oportuno le aconsejé: “Mirá, vos sabés que te estás haciendo daño a vos y a los que querés y te quieren. Si podés no te drogues. Si no sabés qué hacer o no tenés fuerza, pedí ayuda”. Con un tono casi derrotista me preguntó “¿dónde?”. Me quedé en silencio pensando una respuesta, y antes que pudiera esbozar una palabra me dijo: “Ves que a nadie le importo. No hay lugar para mí”.
Procuré superar ese momento, seguir charlando, y de a poco fueron apareciendo algunos nombres: una docente con quien tuvo buena onda en la secundaria, una prima que es enfermera, el dueño de la panadería en la cual trabaja, el pediatra que la atendió hace unos años… Después, conversando un rato más, vimos que con alguna de estas personas no iba a resultar, pero quedaron un par para hacer el intento.
Para el “con quién hablar” ya conseguimos. Pero nos faltaba el “dónde” acudir para tratar de hacer un camino de sanación. Nos estaba faltando una respuesta. Y me pregunté, ¿a quién le toca darla?
En otra oportunidad conversé largo con Melina, de 15 años. Una historia de vida (¿de vida?) muy dolorosa, plagada de abandonos, carencias físicas y afectivas, mala alimentación, ausencia de cuidados de la salud, problemas de aprendizaje y de conducta. No me sale abundar en detalles. A los 10 años tomaba alcohol en la casa, y a los 11 empezó a drogarse. A esa edad, pobre, sola, ya imaginamos cómo conseguía la plata para comprar las drogas. Y de nuevo el consejo, y otra vez la pregunta “¿A dónde voy?”, “¿a quién le importo?”.
Historias parecidas son las de Osvaldo, Magdalena, Roberto, Juan Carlos… y muchos nombres y rostros. No sabría decir si empezaron a consumir en la infancia o adolescencia, si los expulsaron de la escuela, la familia, el club… Los nombres son ficticios y las historias se parecen a algunas experiencias concretas.
Tal vez vos también te hiciste preguntas alguna vez. Yo sí me cuestioné en muchas oportunidades. Te comento lo que fui encontrando y viendo.
En estas historias y tantas otras hubo una cadena de fracasos. La familia, la escuela, el municipio, la Provincia, el país, la catequesis, la Iglesia, la salud, el club, los amigos… Tal vez la expresión “fracaso” es demasiado fuerte. Digámoslo de este modo: no cumplieron adecuadamente, plenamente con su función.
Volvamos, entonces, a reformular la pregunta: “¿de quién es el problema?”. Cada vez me convenzo más de que el problema es de todos. “¿Y la solución?”. También de todos. Cierto es que hay diversos grados de responsabilidad. El Estado (en sus distintos niveles) tiene la obligación irrenunciable y primaria. Pero eso no nos exime a los ciudadanos, organizaciones, comunidades de fe, a que hagamos lo que esté a nuestro alcance (de verdad) para estrechar vínculos que sostengan a otros.
Así surgió el Hogar de Cristo en nuestra diócesis y en otros lugares del país. Es una respuesta comunitaria de abordaje integral. El Cardenal Bergoglio decía a los sacerdotes que comenzaron con esta experiencia “hay que recibir la vida como viene”, mostrando que no hay que meter a las personas en un molde, sino hacer camino desde su propio punto de partida.
En el Hogar de Cristo se da la hermosa conjunción de fuerzas de aquellos que quieren dar pasos hacia la vida digna y los voluntarios que se comprometen a no dejarlos solos en ese esfuerzo. También hay algunos profesionales que aportan al camino desde la ciencia. La fuerza y el empeño son comunitarios, y los logros y fracasos oscilan entre lo personal y lo grupal. Repetimos: “el problema es de todos, la solución también”.
Decimos que el abordaje es “integral” porque para muchos la droga no es el único ni el principal problema. Algunos, la última vez que estuvieron en contacto con un médico fue en el momento de su nacimiento. Para quienes llegan al Hogar hay un primer tiempo de discernimiento para ver dónde estamos parados: chequeo médico, poner en regla la documentación y mucho diálogo para conocer su vida. Poco a poco se va dando una amistad fraterna que alienta a una vida más plena.
El vacío existencial, el sinsentido, la angustia, van cediendo en la medida en que gana lugar la esperanza. No se les pide a todos lo mismo, porque están en situaciones diversas. Sí se le alienta a que cada uno haga todo el bien que le es posible. Sabemos que “un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas”. (Papa Francisco, EG 44)
En muchos lugares del país (y del mundo) somos testigos de hermosas historias de sanación, de vida, de esperanza. Aun en los fracasos aparentes el amor logra sembrar semillas de algo nuevo. Ningún gesto de amor es inútil o estéril.
Gracias a Dios van surgiendo varias propuestas de recuperación. El Cenáculo, la Fazenda de la Esperanza, el Buen Samaritano, y tantos otros, que surgen del compromiso de quienes no quieren quedar de brazos cruzados. “A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos.” (EG 279) Si Dios nunca considera a nadie como un “caso perdido”, ¿podemos hacerlo nosotros?
Hoy, en el Hogar de Cristo Nazareth de la ciudad de Gualeguaychú comenzamos una nueva etapa: construir una “casa amigable” que se llamará “El Padre misericordioso”. Gracias al aporte económico de los feligreses de las comunidades de la diócesis y de otros amigos ponemos manos a la obra.
Cada 26 de Junio se realiza en el mundo la “Jornada para concientización de lucha contra el narcotráfico y el consumo de drogas” instituida por Naciones Unidas. Qué buena manera de adherir con compromiso.
(*) Moseñor Jorge Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
 

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