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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Diálogo con Nina Fuentes, bailarina

 Diálogo con Nina Fuentes, bailarina

“Estoy convencida que todos los seres humanos deberíamos tener un vínculo con la expresión artística” Por Nahuel Maciel EL ARGENTINO


Magdalena Fuentes es más conocida en la ciudad y en su mundo como Nina Fuentes. Y en este caso es sinónimo de danzas. Es la mayor de dos hijos y su padre fue un comerciante líder en artículos para el hogar y electrodomésticos.
Nina Fuentes tiene dos hijos: Ramiro, 37 años, es ingeniero mecánico e ingeniero civil; y Rogelio, 23 años, estudiante del profesorado de Teatro y este año tiene previsto recibirse; además es actor y es su productor.
Es profesora y coreógrafa de danzas clásicas y directora de uno de los institutos más importantes a nivel provincial y nacional.
Nina Fuentes recibió a EL ARGENTINO en la tarde del sábado en su propio Instituto ubicado en 25 de Mayo 768. Su salón es su aula. Piso de madera, espejos que rodean todas las paredes y un ventanal que se conecta con la ciudad y el mundo.
Enseñan los que saben que el arte es una poderosa herramienta que permite cambiar el mundo. Porque además de aprender a sentir, se aprende a compartir desde lo más profundo del ser y que esa profundidad está vinculada con la altura del alma.
En el caso de la danza, la belleza requiere de algo más que el equilibrio de lo dinámico, necesita del saber estar en el espacio. Se trata de un movimiento que no sólo convoca al cuerpo sino al espíritu, esa energía que facilita la comunicación que no se viste necesariamente de palabras; pero es todo un mensaje. Es una entrega total.
Ella lo dice con sus palabras: “Estoy convencida que todos los seres humanos deberíamos tener un vínculo con la expresión artística”. La danza así comprendida es la belleza del compartir.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, Nina Fuentes habla de esto, pero también de sus inicios y cómo a través de la danza, la vida cobró otro fundamento. 

-¿Cuándo comenzó su diálogo con las danzas?
-Mi primer recuerdo es a los 8 años. Vivíamos en la zona del Hogar de Ancianos, a media cuadra de “Juancho” Martínez. A esa edad mis padres decidieron enviarme a danzas porque era muy delgada, tenía una postura corporal que no era buena y encima era muy tímida. Y así fui a mi primera clase con mi maestra “Tuchi” Tourón y con ella me recibí de profesora de danzas a los 17 años. Me encantó la danza y eso en parte se lo debo a la maestra “Tuchi”. Años más tarde comprendo que fui a hacer danzas para mejorar mi postura física y superar mi timidez, pero encontré en esta actividad una vocación de vida. 

-A los 17 años ya sabía que estaba haciendo una carrera en las danzas…
-No. Al menos en el modo en que está planteado. Es más, considero que no se hace una carrera en danzas, al menos hasta que se completen bien los estudios. Podría decir que a partir de los 17 comienzo la búsqueda de la carrera. Cuando uno dice “me recibí”, recién entonces comienza la carrera. Además, convengamos que a los 17 años una persona no está preparada para ser docente. Y lo hablo por mi propia experiencia.

-¿Pero usted comenzó a dar clases a los 17 años?
-Justamente por esa experiencia es que sostengo lo que dije. A los 17 años comencé a dictar clases pero más por audacia. 

-¿Cuántas sedes tuvo el Instituto en estos cuarenta años de vida?
-Tres. El primero, cuando tenía 17 años, mi padre me alquiló un salón en calle Gualeguay, entre 25 de Mayo y Urquiza. Al año siguiente pasé a otro en calle Urquiza y Lavalle, donde estuve diez largos años. Y finalmente me mudé a 25 de Mayo 768. Y aquí fue algo distinto, porque mi padre había mandado a construir el edificio y ya en el diseño había contemplado hacer el estudio, con los pisos de madera, tal como se lo conoce en la actualidad.

-Se quedó recordando algo…
-Sí, mis primeros inicios. A los 8 años era muy tímida y mi primera clase lo hice con un vestido de calle, floreado. Mis padres no me compraron la ropa de danza desde un inicio, sino que esperaron. Y eso lo aplico con mis alumnas, porque a los padres les recomiendo que hagan lo mismo, que esperen para saber si realmente esta actividad es la que le gusta a sus hijos. Fui con mi vestido floreado con colores verdes. Y antes era diferente como es en la actualidad.

-¿Podría dar un ejemplo?
-Muchos ejemplos. Desde los 8 años hasta los 17 años bailé solamente dos veces ante el público en general. Sí recuerdo que en la adolescencia a veces decía que no tenía ganas de hacer nada o andaba desganada y cuando entraba a clases, y me ponía en la barra y me transformaba con el entusiasmo.

-Nunca tuvo crisis en cuanto a abandonar la danza…
-Jamás, al contrario. Además, la danza nunca me privó de nada; nunca tuve la disyuntiva de danzas o estar con mis amigas, porque podía hacer todo eso junto. En el colegio me fue bien, nunca me llevé ninguna materia, y no porque era inteligente sino porque a todo le dedicaba su merecido tiempo y esfuerzo. Salíamos a bailar a los boliches con mis amigas, tenía novio… en fin… una vida normal, como la de cualquier muchacha de mi época.

-En la pista de baile tenía ciertas ventajas…
-No, porque bailo mejor ahora.

-A los 17 años comienza a enseñar, pero dijo que fue una audacia. ¿Por qué?
-Porque considero que para enseñar se debe tener otra experiencia de vida, que a los 17 años difícilmente se tenga. Lo he contado muchas veces: mis 17 años era 1976, plena dictadura, y mis padres no me dejaron ir a estudiar a otra ciudad. Entonces me planteé qué hacer y decidí que al menos por un año me iba a dedicar a enseñar danzas y luego me voy. Y hoy hace cuarenta años de eso y realmente he sido y soy muy feliz con esta actividad.

-¿Una vocación por la danza o por enseñar?
-Ambas cosas, pero la danza en sí es lo que prevalece. Y lo digo en todo lo que abarca la danza: bailar, enseñar, ver espectáculos, conocer la historia, escuchar música… conocer mucha gente. Fue una paradoja, porque me dedico a enseñar danza por esta cuestión fortuita que no me dejaban ir a estudiar a otra ciudad por ese contexto de país en que vivíamos, y a través de la danza he conocido muchas ciudades y otros países. Me acerco a la danza por mi timidez y a través de la danza descubro la maravilla de conocer mucha gente.

-Otra vez se quedó en silencio, como pensando…
-A veces mis amigas me dicen hasta cuándo voy a seguir trabajando. Y siempre les contesto que el día que deje de hacer esto, es porque entonces dejé de ser yo misma. Yo soy esto.

-¿Le gusta algún ritmo en particular?
-Me gustan todas las músicas y todos los ritmos y eso depende del estado de ánimo o el estado emocional o las ganas de un determinado momento o contexto. Paradójicamente lo que se llama ballet de repertorio, me gustan ciertas partes. Por eso no hago ballet de repertorio sino clásico. Y desde casi siempre he hecho nuestra propia producción de ballet, donde puedo elegir la música, el vestuario y darle lugar a la creatividad y no permitir la simple copia de lo que ya está hecho.

-¿Cuántos alumnos tiene en la actualidad?
-Aproximadamente 170 alumnos, muy pocos varones en comparación y las edades van desde los tres años hasta más de cincuenta años. Y mi instituto es uno de los más accesibles en todo sentido, además de que tenemos sistemas de becas para aquel que lo necesite. Cuando formo a mis bailarines, en realidad formo artistas de la danza. No es lo mismo bailar, que bailar y estar simultáneamente representando el rol del personaje que permite al público interpretar lo que está sucediendo sin necesidad de palabras. El presidente de la Confederación Interamericana de Profesionales de Danza, Rodolfo Solmoirago, siempre me dice que mis bailarines se destacan por ser pasionales más que técnicos. Y eso es un elogio para mí. Y me encanta. Porque la mayoría viene al instituto en un momento de sus vidas, luego terminan la secundaria y siguen con la búsqueda de sus vocaciones y profesiones, pero disfrutan lo que hacen e incluso todos se lucen con sus actuaciones y superan sus desafíos.

-¿Todos pueden aprender a bailar o el que “es pata dura” no lo hará nunca?
-Todos pueden aprender a bailar. En materia de aprendizaje no hay límites. Y como en todas las cosas, cada uno sabrá de sus posibilidades, del tiempo que le dedique, de la responsabilidad que ejerza frente a eso que está haciendo. Hay que tener en cuenta que el cuerpo es la herramienta para bailar. Y más allá de la estética, el bailar también comprende una cuestión de salud. La danza que practico requiere de ciertas exigencias. Por ejemplo, la persona está sostenida solamente por la punta del dedo gordo del pie, soportando el peso de todo el cuerpo. Y eso requiere de condiciones físicas adecuadas en cuanto al peso, justamente para no sufrir. De todos modos, en términos generales todos pueden aprender a bailar. Y al aprender a bailar, también aprenderán a dialogar mejor con su cuerpo e incluso a comunicarse con los demás. Y si alguien siente que es un “pata dura”, tiene que confiar que para superar esa sensación están los maestros. Pero no digo nada extraño, porque lo mismo pasa con el ejercicio de cualquier rama del arte. Una persona puede pensar que el arte no es para ella, y sin embargo, luego puede descubrir todo un mundo sensible que apasiona.

-¿Usted cómo se prepara para estar frente a la clase?
-Con mucho tiempo y dedicación y siendo consciente que el proceso de aprendizaje es permanente. Voy a seminarios y clases magistrales. Hace poco estuve en una clase con Paloma Herrera que dictó en Rosario, Santa Fe. Y me gusta mucho que ese acceso que tengo con la danza, mis alumnos también tengan esas posibilidades y siempre intento que esos grandes maestros vengan al instituto a compartir una clase. En octubre, por ejemplo, vendrá Paloma Herrera, que es una de las mejores bailarinas del mundo. Y por eso en octubre estaremos de fiesta. En estos momentos estoy en una etapa de mi vida donde siento una profunda necesidad de devolver lo mucho que he recibido a través de la danza. No estoy ni me interesa la competencia, sino el compartir. Estoy en una etapa en la que estoy devolviendo lo que la vida me ha dado.

-Anteriormente hizo referencia que su instituto es accesible, que tienen un sistema de becas para aquel que lo necesite…
-Sí. En estos momentos la cuota mensual inicial es de 300 pesos, pero nunca dejamos que eso sea un condicionante. Y aquella persona que necesita una beca, claro está, tiene que tener ganas y pasión por la danza, tener constancia, disciplina, responsabilidad. En nuestro instituto se aprende y hay exigencias. No alcanza con solamente querer divertirse, para solamente divertirse hay otros espacios. Insisto, cuando una persona tiene las condiciones pero no las posibilidades materiales, siempre encontrará en el instituto a un aliado. No sólo con la cuota, sino a veces alguien no puede llegar con el vestuario y lo ayudamos también, porque lo importante es que la pase bien.

-¿Por qué considera que hacer danzas es importante?
-Es importante como toda actividad artística o cultural e incluso formativa o educativa. En el caso específico de la danza, además de enriquecer el cuerpo, se enriquece el espíritu. Y la danza además desarrolla la creatividad, te permite relacionarte desde otro lugar. Muchas alumnas me han compartido, por ejemplo, que la danza les ayudó en el colegio a pararse frente al aula, frente a sus compañeros y profesores y tener que dar una clase o lección. Lo mismo alumnas que hoy se desempeñan en distintas profesiones, me dice que la danza las ayuda a enfrentar (en el buen sentido) a los demás. Estoy convencida que todos los seres humanos deberíamos tener un vínculo con el arte. Cosas sencillas: el cocinar debe despertar la creatividad. La vida es eso, ser creativos. Y eso nos permite sentir de otra manera la presencia del otro. Estar cerca del arte nos enseña a crecer con nuestras emociones. 

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