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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
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Diálogo con un matrimonio que atravesó el infierno de las adicciones

Diálogo con un matrimonio que atravesó el infierno de las adicciones

“El vivir un día a la vez, es algo que quiere decir para siempre… para el resto de nuestras vidas”


Los lectores de la Sección Diálogos saben que el entrevistado tiene nombre y apellido. Y cuando se “arma” el artículo, se acompaña con una fotografía del entrevistado. La entrevista que sigue es diferente, no tendrá nombres y apellidos verdaderos, sino que los nombres son ficticios para conservar el anonimato que requiere quienes forman parte de Narcóticos Anónimos y del grupo de familias de Nar-Anon. Obviamente, tampoco tendrá una fotografía que los identifique de manera particular, aunque sí sea una imagen representativa de esa identidad.
EL ARGENTINO solicitó a los coordinadores de Narcóticos Anónimos que funciona en la casona de Belgrano 123, que eligieran a un matrimonio que pudieran compartir la experiencia de lo que significa un adicto en recuperación, pero al mismo tiempo que reflejara también lo que pasa en el entorno familiar.
Así, se compartió el siguiente diálogo con Juan y María (se recuerda que son nombres ficticios) e incluso tampoco se dirá sus ocupaciones para evitar alguna posible identificación por deducción.
Juan tiene 47 años y está casado hace 25 años con María, con quienes tienen dos hijos: un varón de 22 años y una nena de 13 años. Ellos hace aproximadamente cinco años que asisten de manera constante al grupo de Narcóticos Anónimos y al grupo de Familia de Nar-Anon.
En el caso de Juan, asiste al grupo de Adictos en Recuperación, espacio al que concurren solamente quienes están atravesando o hayan atravesado “el infierno” de las adicciones. El propio Juan aporta que el valor terapéutico de un adicto en recuperación que ayuda a otro, es una ayuda impar.
Mientras que su esposa, María, asiste al grupo de Familias de Nar-Anon, que es un espacio que se construye con la presencia del círculo afectivo íntimo del adicto, especialmente familiares pero al que también pueden asistir amigos.

-Juan, cuánto tiempo consumió, qué sustancia y hace cuánto que no consume.
-Consumí quince años seguidos, sin parar, sin feriados ni nada. Hoy gracias a Dios y a mi buena voluntad, tengo cinco años, nueve meses y dos días que no consumo drogas ni alcohol.

-¿María, cómo se acercaron a Narcóticos Anónimos?
-Me enteré que mi esposo era adicto un mes antes de ir al grupo de Narcóticos Anónimos y Nar-Anon. Esto hace poco más de cinco años. En nuestro caso particular, fue mi esposo quien se acercó a Belgrano 123, que es donde funcionamos. Y lo señalo porque somos uno de los pocos casos en que se ha dado así, porque por lo general, es primero el familiar quien se acerca pidiendo ayuda y luego ingresa la persona adicta.

- Es sano pedir ayuda. Pero cómo fue en su caso Juan, teniendo en cuenta que fue solo… que no lo llevaron.
-En mi entorno afectivo nadie sabía que era adicto. Cuando le pedí ayuda a mi señora nos estábamos preparando para celebrar las fiestas de fin de año. Antes de reunirnos para fin de año pasé por la casa del “transa” (proveedor de drogas) y le compré una buena cantidad. Consumí mucho, tenía taquicardia y una sensación de que me iba a morir de un paro al corazón. Me quería acostar y me sangraba la nariz, porque consumía cocaína. Discutimos con mi señora y en una de esas, ella me preguntó: “¿Vos no te estarás drogando?” Y le respondí de manera directa, sí.

-¿Y usted María qué hizo?
-Sentí que en ese momento se me derrumbaba el mundo. Nunca pensé que mi esposo fuera un drogadicto. Sentí una gran desilusión. En ese entonces teníamos un hijo adolescente y una nena chiquita. Y como mamá desconfiaba más de los hijos y nunca se me hubiera cruzado por la cabeza desconfiar de mi esposo. Pero, luego con el tiempo y ya en proceso de recuperación, me di cuenta que mi esposo me había dado señales de que estaba mal y durante años no pude darme cuenta.

-¿Cuáles por ejemplo?
-Son muchos y cotidianos. De repente estábamos bien y de la nada surgía una discusión y de esa discusión una gran pelea. O desaparecía durante un par de días y me decía que estaba trabajando. O la plata que nunca alcanzaba para nada, a pesar de que los dos trabajábamos muy bien. No había banco al que no le debíamos un crédito. Perdimos el automóvil para pagar deudas que no sabíamos por qué las habíamos contraído. Y hasta perdimos el sentido de familia, porque éramos un caos tremendo. Cuando llegamos al grupo de Narcóticos Anónimos y al de Nar-Anon, creo que ni siquiera dignidad teníamos.

-Volvamos María a esa noche “de la confesión”…
-Esa noche me había llamado la atención algo. Tengo una sobrina que es muy obesa y mi esposo la levantaba como si fuera una pluma y eso que por el consumo de drogas era un alfeñique, una piltrafa, que pesaba casi 40 kilos. Y cuando observé esa escena, me pregunté: ¿De dónde saca tantas fuerzas? Bueno, luego de la discusión y la pelea, me descompuse. Me llevaron al hospital Centenario, no me atendieron y regresamos a casa, más distanciados que nunca.

-¿Y qué pasó luego?
-Al otro día hablé con una amiga que llevaba al hijo al grupo de Narcóticos Anónimos. Le conté lo que me pasaba. Hablé con mis padres, quienes me dijeron que era una enfermedad y que había que ayudarlo… pero yo no quería saber nada de nada. Mi amiga me dio una tarjeta de Narcóticos Anónimos, que tenía la dirección y el horario de funcionamiento. Como a los cuatro o cinco días, hablando con mi esposo le di esa tarjeta, pero le dije que no lo iba a acompañar. Que tenía que ir solo si algo le importaba en la vida.







-¿Se acuerda Juan del día que fue al grupo?
-Por supuesto. Incluso fui al grupo como un mes y medio, pero seguía consumiendo. Fui una mañana a Belgrano 123, pero antes pasé por la casa del “transa”. Me recibieron dos mujeres del grupo Nar-Anon y pude descargar de algún modo la mochila de la vida que llevaba. Pero cada diez o quince minutos salía de la reunión para consumir. Y para parar totalmente me costó casi dos o tres meses. Era un tiempo en que vivía para consumir y consumía para vivir.

-¿Cómo es eso?
-Me levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y ya consumía. Y le daba todo el día. Llegaba la noche y no me podía dormir. A veces disimulaba que dormía para que nadie sospechara y me volvía a levantar y de vuelta a empezar todo. Durante varios días podía estar sin dormir y sin comer. Es algo triste, no es ninguna hazaña. Al grupo de Narcóticos Anónimos llegué separado, aunque compartíamos el mismo techo. El asunto es que como al mes o mes y medio, invité a mi esposa para que me acompañe. Y gracias a Dios me dijo que sí.

-¿Y qué pasó María con su primer día en el grupo?
-La pasé muy mal. Tenía mucha vergüenza. Mucho dolor. Mucha rabia. No entendía por qué me estaba pasando esto a mí. Pero gracias al programa aprendí que no soy responsable de los actos del otro. Las primeras veces me iba muy enojada a mi casa, hasta que uno aprende que lo que le pasa a tu familiar es una enfermedad y como toda enfermedad necesita sanarse.

-Pero ahora en el tono de su voz se descubre el sano orgullo que siente por su esposo…
-Ahora sí, porque lo podemos contar. Sentimos un sano orgullo porque hemos podido atravesar juntos ese infierno y ahora disfrutamos de los hijos y de nosotros mismos. Nos sentimos plenos.

-Sus hijos Juan saben que usted es un adicto recuperado…
-No soy un adicto recuperado, sino en recuperación. Tenemos que entender que esto no tiene una cura definitiva, sino que es un día, todos los días. Me considero solamente que estoy un pasito más adelante del que en estos momentos puede estar consumiendo, pero nadie está exento de tener una recaída. Por eso hablo y pienso con mis hijos todos los días.

-¿Y esa enfermedad es suya?
-Es mía, pero la familia, el grupo íntimo también padece sus consecuencias. El consumir, de algún modo me consumió mi dignidad. Y de eso les hablo mucho a mis hijos.

-Quiere aportar algo María…
-Sí, porque en mi caso también tengo que trabajar el equilibrio, la sobriedad emocional y eso lo logro en el grupo. Por eso siempre sostenemos que es el grupo el gran sostenedor de este cambio.

-Es interesante la experiencia de ustedes, porque son un testimonio que claramente enseña que la lucha contra las adicciones puede ganarse…
-Sí, es una esperanza, pero requiere de mucho, pero mucho esfuerzo. No es como en otras enfermedades donde se toma un remedio y se cura. Esto es de todos los días y el remedio es algo que hay que trabajar internamente.

-Lo alejamos un momento de su experiencia particular. Quien asiste a Belgrano 123, lo primero que observará es que es un lugar enorme de grande, pero sin embargo cada vez queda más chico…
-Es que hay cada vez más personas que consumen. Y para males, no hay muchos lugares donde encontrar herramientas para salir adelante. La vez pasada éramos en una reunión cerrada, donde concurren solamente adictos, más de cincuenta personas. Y en la otra sala había una o dos personas por cada adicto. Por eso la necesidad de contar con un espacio más amplio es imperiosa. Porque todos los días llegan personas que consumen, hay otras que vienen y hace dos o tres meses que no consumen; están también las que llevan varios años sin consumir… y a todos hay que escucharlos y atenderlos porque esto es una sanación día por día. Y hay que tener en cuenta que al ser tantas las personas que asisten, se pierde la intimidad necesaria para hablar de temas que son de por sí muy sensibles, algunos muy dolorosos y que requiere de cierto ambiente de confianza para que la palabra fluya y con ella alcanzar la posibilidad de no seguir consumiendo. Por eso el tener un espacio más amplio es una necesidad que no podemos seguir postergando.

-¿Y qué pasa cuando llega alguien por primera vez?
-Todos llegamos alguna vez por primera vez. En el grupo nadie da consejos, sino en todo caso sugerencias o comparte su experiencia. Lo primero que se trata de inculcar es algo simple, pero que cuesta mucho trabajo, mucho esfuerzo: no a la primera oportunidad para continuar con las adicciones, no al ambiente donde hay consumo, del grupo a casa, y poner buena voluntad, no fuerza de voluntad. Todos sabemos que no es fácil dejar el consumo, pero se puede. A todos nos costó, pero lo que viene después es lo más lindo porque es la vida, el amor en familia, el sentirse digno de uno mismo y de los demás.

-¿En qué se quedó pensando Juan?
-En muchas cosas. En la amiga de mi esposa que le pasó la tarjeta de Narcóticos Anónimos. En el grupo que me salvó la vida. Y en mi señora, a la que le debo la vida por haberme dado esta nueva oportunidad de familia. Hemos perdido muchas cosas como familia y no me refiero a lo material. Por empezar me hice mucho daño a mí mismo, pero también le hice mucho daño a las personas que más me aman. Gracias a Narcóticos Anónimos pude reconstruirme como persona y a partir de eso, reconstruir mi familia. La droga nos saca hasta el sentimiento. Por eso al estar “limpio” puedo expresar mejor los sentimientos y eso nos alimenta, nos fortalece. Y así como esta enfermedad es para toda la vida, se necesita para enfrentarla mucha perseverancia.

-Dejó de consumir… pero pareciera que no alcanza…
-No, porque si bien se deja de consumir, luego hay que enfrentar a la sociedad. En mi caso, luego de estar un tiempo en el grupo, nos sentamos con mi esposa en casa y le conté con lujos de detalle todo: cómo me drogaba, por qué en casa aparecían bolsitas de plástico o el plástico de las biromes vacíos, e incluso le conté que generalmente consumía en el baño, para que nadie me viera. Y la ventaja que tuve al contarle todo, fue recibir ayuda a tiempo. Hoy, por ejemplo, cuando voy al baño a hacer mis necesidades, mis hijita me golpea la puerta si me demoro mucho. Son ejemplos mínimos, pero que para mi recuperación fueron enormes. Dejar de consumir es un paso, luego hay que romper ciertos hábitos que nos pueden llevar de nuevo al consumo. Por eso insistimos que esta es una recuperación día a día y nadie, por más tiempo que haya pasado sin consumir, puede decir que está curado para siempre. Para siempre es el esfuerzo que tenemos que hacer para no consumir. Para recuperarse hay que ser honestos, no mentirse. Por eso quienes atravesamos el infierno de las adicciones, hoy podemos hablar y valorar el paraíso de la recuperación. El estar limpio y sereno; el saber que es solo por hoy; y el vivir un día a la vez, es algo que quiere decir para siempre… para el resto de nuestras vidas.

 

Por Nahuel Maciel


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