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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
La Mujer

Padeció una fumigación y convive con sus secuelas

Padeció una fumigación y convive con sus secuelas

Se la conoce como “la maestra fumigada” pero Estela Lemes es más que eso, aunque esto sea hoy su lucha, por las consecuencias que tiene a causa de haber sido literalmente rociada con un insecticida y un herbicida.


Por Silvina Esnaola
EL ARGENTINO

Cuenta con 21 años de Maestra rural, egresada en la segunda promoción del Profesorado con orientación rural de Villa Paranacito.
Nacida en Ceibas, empezó como maestra en la escuela Bartolito Mitre, de la que hoy es Directora, el 1 de agosto de 2001.
“Llegué a la escuela en la peor época de la provincia y el país. Era agosto de 2001 y cobré el primer sueldo en febrero de 2002. Lo padecimos (en alusión a cinco de sus siete hijos que estaban con ella en ese momento), pero tuve mucha ayuda de la gente del lugar. Hacía el pan, ordeñaba, un vecino me prestó una vaca, otros me llevaban verdura y siempre estaban a disposición. Tomé la escuela sin conocerla y allí crecí como persona, como mamá... me hizo mucho bien”
Cuando llegaste, ¿qué encontraste?, le preguntamos.
“Encontré la casa del director hecha un galpón, abandonada, con hormigueros hasta el techo; le faltaban los vidrios, tenía baño, pero no los sanitarios. Cruzando el patio había un aula grande y un salón a medio hacer, y el aula era la vieja.
En ese aula transcurrían las clases, con los chicos sentados en mesas hechas de tablones con banquillas alrededor. Como también mis hijos de 4, 5 y 9 años iban a clase, cocinaba para todos. Obviamente, las comidas eran guiso, puchero, fideos con tuco para todos y empecé a pedir, porque había una nena que se dormía”.
EL ARGENTINO se hizo eco de eso y mucha gente ayudó. Recuerdo que un día vino Mimí (Noemí Díaz de Guastavino) recorrió la escuela, y nos ayudó. Pero no quería que se supiera y a partir de ese día, cada 17 de agosto, el cumpleaños de su hija, llevaba sandwichitos de miga, helado, gaseosas. Ella hizo las gestiones para que tuviéramos el comedor escolar. Mientras, los nenes comían en casa, con la ayuda de las familias Del Valle, Boari, Arostegui, Greissing y una empresa local que hasta el día de hoy nos dona leche”.
En 2006 Misiones rurales de Argentina le entregó el Premio Ave María, que se entrega en la Misa de campo en la Rural de Palermo, y en 2010 recibió el premio “Abanderada de la Argentina”, propuesto por canal 13 de Buenos Aires, por la tarea realizada en la “Bartolito Mitre”.
Ya dijimos que pasó necesidades, que debía arreglarse sola, pero también, que levantaba la mirada y en los alrededores siempre encontraba alguien que habría de darle una mano.
Hasta esa siesta, la del 26 de septiembre 2012, cuando al mirar al cielo, sintió en la cara el rocío de la mezcla agrotóxica.
“Estábamos en el recreo de las dos de la tarde. Como preparábamos una fiesta, había mucha gente. Y empezó la fumigación. El viento estaba para el lado de la escuela, sentíamos que caía un rocío que nos provocaba ardor. Hicimos señas al piloto. Aparentemente no nos vio. Una mamá llamó a una radio, que denunció lo que estaba ocurriendo; después vino la brigada de Abigeato y pararon al fumigador. De inmediato hice la denuncia penal, que pasó al Juzgado, pero supe que llamaron al fumigador y a mí no. Un día pregunté y me dijeron que no había pruebas. También iniciamos una demanda civil al dueño del campo, al arrendatario y al fumigador”.
Con los días, sus hijos tuvieron una erupción en la piel. “Y yo empecé a sentir que me cansaba, perdía el equilibrio, me dolían las piernas, me agitaba... Pero pensaba que era la menopausia”, contó.
“Un día me invitaron al Congreso a una charla en la que estaríamos maestros de distintos puntos del país para hablar de las fumigaciones. Al terminar, me ofrecieron hacerme un análisis específico para ver si en mi sangre tenía algún componente de la fumigación. Acepté. Y me dio positivo. Me dijeron que tengo clorpirifos etil, (un insecticida) en sangre. Fui a Paraná, donde me vio una toxicóloga que trabaja para el ministerio de salud, que minimizó el tema”.
“No me quedé conforme y mi médico personal me mandó a hablar con un infectólogo que me derivó a una toxicóloga ambiental que trabaja en el Hospital Fernández.
Ella hizo un informe específico y me explicó cómo afecta a mi organismo. Como quería saber si también tengo glifosato en sangre, me hice el análisis y me dio que tengo 1,8. El glifo no afecta la parte muscular, pero provoca cáncer...”.
¿Qué sentís?, quisimos saber y Estela contó “me duelen mucho los músculos de brazos y piernas. Tengo la sensación de que me cortan con una hojita de afeitar. No es constante, pero muy doloroso. Pierdo el equilibrio, la noción del espacio, me choco todo. Y me falta el aire, pero tengo 52 años y mucho para hacer en la escuela, que desde 2015 es la primera Escuela Nina rural, de jornada completa. Y mi sueño es que se convierta en albergue”.
Esta escuela, dijo antes, le ha hecho mucho bien.
“Sigue siendo el punto de encuentro en el campo y el respeto de esos chicos y sus padres no tiene comparación”.
Pero también fue en esa escuela donde recibió el producto de la fumigación, que le ha dejado secuelas que debe atender, porque las tendrá de por vida.
De eso contó para la cámara de Pino Solanas, para sumar su testimonio al documental en preparación, que estará listo en el mes de mayo, como adelantó, para levantar la voz y contar lo que sucede en muchas escuelas rurales, como en la “Bartolito Mitre”.

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