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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
Opinión

Hermano río, ¿qué te hemos hecho?

Hermano río, ¿qué te hemos hecho?

  Fundavida





Fue hace siglos, tantos que ni se sabe, que comenzó a ser elegido.
Primero las naciones que nos precedieron y hoy ya no están para contarnos por qué, aunque igual lo sabemos, porque sucumbimos a los mismos encantos que a ellas sedujeron.
Después llegaron desde muy lejos, los portadores de la cultura de adoradores del dinero, que lo volvieron a elegir. Sus virtudes eran tantas que prácticamente no había un lugar mejor entre las comarcas del sur: aguas protegidas, puras, que surgían de manantiales y se iban sumando hasta conformar su curso, buenas para beberlas; a tiro de piedra del grandioso Uruguay y de allí al de la Plata y al mundo conocido, la Europa que expulsaba y reclamaba a la vez.
Y como si no fuera suficiente, meandros encantadores y una pequeña isla, lugar perfecto para acunar añoranzas y lamer heridas. Se hace evidente que era el lugar.
Y cumplió con creces, todo fue posible aquí; vivir plácidamente a su vera disfrutando sus mieses, las sombras de los árboles de sus galerías que sabían cobijar vidas, ilusiones, sueños y reposos, y sus frescos atardeceres en los tórridos veranos.
Su agua se bebía directamente, y de ella se extraían peces que facilitaban la mesa de los humildes y también la de los que no lo eran tanto.
El tiempo fue pasando y otras cosas fueron ocurriendo. Su ubicación privilegiada permitía sacar directamente de aquí las cargas de cueros que Europa demandaba, facilidades que explican que su puerto llegara a ser uno de los más importantes del país.
Su flujo entre tierras prodigiosamente fértiles lo iba cargando con partículas que robaba de las costas que atravesaba, y que luego depositaba, en su desembocadura, carga que cada tanto tiempo había que remover para que pudieran seguir saliendo las embarcaciones con sus tesoros hacia destinos remotos.
La comarca fue creciendo, era demasiado linda para ser desapercibida, y los que por aquí pasaban se iban quedando para siempre.
El río siempre tuvo sus amantes apasionados que lo custodiaban con celo de novios, aunque orgullosos de compartirlo con todos. Que recuerde, y que nadie se ofenda por los que faltan, los Arévalo, Heredia, Sayer, Godoy, Barzola y tantos más, que aletargaban sus inviernos a la espera de los gloriosos veranos en que el río estallaba de adoradores y ellos se transformaban en embajadores de tanta belleza.
Fueron cambiando las cosas, porque el hombre es el único animal que toma el agua para beber y arroja sus heces en el mismo lugar, luego vino la agricultura industrial y sus venenos que se escurren a su curso y un conjunto de industrias que arrojan sus desechos al mismo río, justo antes que extraigamos el agua que usaremos para beber, asearnos y cocinar.
Y para colmo de males, la llegada de las grandes carreteras desplazó las cargas hacia ellas dejándonos sin los periódicos dragados en la boca que facilitaban el desplazamiento de sus aguas.
Demasiados males le hemos tirado encima a nuestro viejo y apaleado amigo.
La agricultura industrial es una batalla que nos excede y que estamos dando a nivel global, pero hay cosas que los gualeguaychuenses podemos hacer ya mismo para revivirlo:
-Dejar de arrojar los vertidos de las industrias antes de la toma de agua para potabilizar.
-Restituir los humedales destruidos por emprendimientos inmobiliarios.
-Dejar de arrojarle nuestros líquidos cloacales antes de haberlos tratado en serio.
-Dragar la boca del río para facilitar su escurrimiento.
Si somos orgullosos padres de nuestras propias obras ¿Qué estamos esperando?
 

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