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Mujeres que hacen cosas... Para ella, quedarse quieta es marchitarse

  Mujeres que hacen cosas...  Para ella, quedarse quieta es marchitarse

Silvina Esnaola EL ARGENTINO Con 68 años, once hijos que le dieron treinta y seis nietos, que se han multiplicado hasta ahora con once bisnietos, Ester Ibarra tiene en su familia su mayor tesoro.


Nos recibió en su casa de Belgrano y Jauretche, con la estufa a leña encendida, toda una invitación a acomodarnos allí, mientras afuera el viento levantaba la helada.
Y entonces supimos por ella de sus tareas como voluntaria de Cáritas en el barrio, de su participación más que activa en la murga Los abuelos divertidos, de por qué terminó la escuela ya con hijos que la demandaban.
Ester tuvo una infancia sin juguetes y casi sin escuela. Su papá era carrero y cuando se terminaba el trabajo de trasladar las bolsas de harina desde el tren a los depósitos, había que seguirlo al campo, a hacer leña.
“Éramos un montón de hermanos, y tan humildes que papá nos cargaba a todos en el carro y nos llevaba al monte, a hacer leña”, contó.
“Hasta los más chicos a veces agarrábamos el machete (para familiarizarse) pero en general, nos tocaba llevar los palos al carro”.
Aquí supimos que de esa cantidad de hermanos que no precisó, ella es la más chica. Pero no la protegida o malcriada, porque “entonces no había eso...”, como dijo.
Sí lo de ir salteado a la escuela Nº 8, según la disposición paterna, cuestión que terminó cuando Ester tenía 15 años.
“Papá falleció y no fuimos más al campo. Empecé a trabajar de lavandera, o en casas de familia, haciendo lo que sabía hacer”.
Y de a poco, su vida fue cambiando, porque con la misma voluntad que de algún lado sacaba para ir al campo con su padre, decidió terminar la escuela.
“Fui cuando tuve que ayudar a mis hijos a hacer las tareas. Tenía que aprender para ayudarlos. Así terminé la escuela”, contó de un tirón.
Pero hay más: “como la escuela se modernizaba y yo no sabía, llegué a ir con mis hijos a clase; me sentaba al lado de ellos para poder aprender. La maestra me daba lugar y yo aprendía...”, completó.
Los hijos crecieron, el esposo murió y Ester siguió haciendo.
Integra desde hace catorce años la murga “Los abuelos divertidos”, aprende la coreografía que se le marca en los ensayos que se hacen en la vieja terminal pero no cose su traje, “porque lo mío es mas rústico”, dirá, aunque luego contará que está aprendiendo a tejer en el centro de Cáritas.
“Estoy haciendo una manta, también hice alfombras para poner junto a la cama. En los días que no puedo salir afuera, me siento a tejer. Me gusta porque me desenchufo de todo. No pienso en nada. Y está bien, porque a esta edad, la cabeza no puede estar en tantas cosas....”
Además de esto y ser la comunicadora de las novedades de Cáritas en su manzana, o repartir las cosas que llegan, lleva y busca de la escuela a dos de sus nietos, se ocupa de ellos mientras sus padres levantan la casa a la que se mudarán en poco tiempo, y como dijo, “Siempre estoy haciendo algo, y tuve el orgullo este año de salir con mis hijos, mis nietos y bisnietos en la murga infantil que hicieron Nazareno (Lucero) y mi nuera Analía”.
¿Sabe que en la costanera han colocado una corneta enorme, que quienes sepan hacerlo, podrán hacerla sonar?, le preguntamos y su respuesta fue inmediata “Tengo que ir a conocerla”.
De chica trabajó por obligación y hoy lo hace por decisión propia. ¿Por qué?, le preguntamos y escuchamos “siento que tengo que hacer cosas por los demás. Me gusta colaborar con la murga, ayudar a la gente, porque yo pasé todo eso. Y mientras tenga salud seguiré en Cáritas”, dijo muy segura.
“Hace un año y pico que me jubilé pero sigo porque si me quedo quieta, para mí sería como una flor que se marchita y no sirve para nada...”
Así resumió por qué se levanta a las seis de la mañana, enciende el fuego que mantiene hasta casi la medianoche y transcurre el día haciendo cosas y también, de a ratos, dándose el gusto de robarle una muñeca a su nieta y ponerla con su vestido vaporoso sobre su cama, para mirarla.
“No teníamos juguetes, jamás tuve una muñeca. Para jugar, juntábamos huesos, los lavábamos bien y formábamos casitas, muñecos, cunitas. A veces le robo una muñeca a mi nieta y la pongo en mi cama. Me encanta verla así”.
¿Qué sueño tiene Ester?, preguntamos y nos respondió “quiero conocer Salta. No sé por qué, pero hace tiempo tengo estas ganas. Es lo que me está quedando y tengo que cumplir. Lo demás está todo: he criado once hijos, me encanta cuando llenan la casa, porque vienen todos, con los nietos y bisnietos” dijo destacando estos encuentros, que en diciembre habrán de hacer, para festejarle el cumpleaños.

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