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Opinión

Derecho y amor, en la vida, en la muerte y en el después

Derecho y amor, en la vida, en la muerte y en el después

Por Plauto Cardoso (*) EL ARGENTINO


“No existe año nuevo con viejos hábitos”, como dijo Luís de Camões. El nacimiento de un hijo nos hace repensar cómo llevamos la vida y nos muestra cómo es posible organizar un nuevo año en cada nuevo día de nuestras vidas. El año chino, el judío y el católico empiezan en meses distintos y ni siquiera están remotamente sincronizados temporalmente. ¿Por qué no podemos nosotros mismos empezar un año nuevo cada vez que queramos? El año nuevo comienza con un hábito nuevo.

Asumí con orgullo en la primera semana de agosto la cátedra de Bioderecho en la Facultad “Pitágoras” en la encantadora capital minera. Digo esto no por una cuestión de autopromoción, sino por el increíble placer de enseñar una disciplina que tiene como fundamento básico el compromiso del hombre con su propia humanidad. El Derecho es un poderosísimo instrumento de amor o de odio, de paz o de guerra, y debe ser usado con extrema responsabilidad. Enseñarles a futuros hombres y mujeres del Derecho cómo usarlo para el amor y para la paz, con un compromiso innegociable con la dignidad inherente a todos nosotros, es un privilegio que me tomo muy en serio.

Este año concluimos en mi estudio la causa más bonita de mi vida. Como hombres del Derecho, estamos lamentablemente acostumbrados a la discordia, los desencuentros, al fin del amor. ¿Cuándo nos golpean la puerta y nos dicen que están enamorados de la vida, o del vecino y simplemente inspirados por el amor? Parece que sería como llamar al jefe y decirle que no iremos a trabajar hoy porque estamos sintiéndonos muy bien y nos gustaría aprovechar el día en el parque. Deberíamos poder también “call in well”.

Que golpee nuestra puerta una causa fundada en la continuidad del amor después de la vida, cuando vemos poco y nada de ese sentimiento incluso en vida en los corredores clínicos de las cortes y en la praxis jurídica, es algo que hace reflexionar tanto como el nacimiento de un hijo. De alguna manera mis ojos humedecidos son ignorados por la sonrisa que tengo cuando pienso en esa causa por la brisa cálida de alegría que me golpea al rememorar cada paso y detalle de ese increíble caso. Exhumamos y cremamos los restos mortales de una madre 60 años después de su fallecimiento para que su hija, una niña en esa época, pudiese llevarla, más de medio siglo después, de vuelta a su patria adoptada y depositar sus cenizas lado a lado de las de su padre. Una vida arrancada tristemente joven, una tragedia familiar sin cura transformada en poesía pura: “quiero unirlos en la muerte ya que no pudieron estar juntos tanto tiempo en vida. Mi única motivación es el amor de una hija por una madre”, me dijo al inicio de esta aventura que cambiaría mi relación con la propia ciudad brasileña que es escenario del ahora poema de amor, en mi búsqueda por la geografía y paisaje del duro óbito.

A esa hija que hizo renacer a la madre y a mi hijo que hizo nacer un padre, mi eterno agradecimiento.

¡Que se use el Derecho para el amor más seguido!

 

(*) Plauto Cardoso es profesor de la Fundación Getulio Vargas, Río de Janeiro; estuvo a principios de junio en la ciudad como profesor invitado en la capacitación sobre la “Especialización en Justicia Constitucional” y es parte del Programa de Doctorado en Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

(*) Plauto Cardoso es profesor de la Fundación Getulio Vargas, Río de Janeiro; estuvo a principios de junio en la ciudad como profesor invitado en la capacitación sobre la “Especialización en Justicia Constitucional” y es parte del Programa de Doctorado en Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA).


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