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Opinión

¡Que se oiga nuestra voz!

¡Que se oiga nuestra voz!

Hoy es Urdinarrain, como ayer  lo fue -y sigue siendo el Barrio Don Pedro y antes -también hoy- UPM Botnia.


 Hablamos de los casos comprobados de contaminación.

Contaminación del aire, del agua, del suelo, de la biota, de la cadena biológica.

Contaminación, a secas.

Mientras se gastan esfuerzos en encontrar la causa a tanta enfermedad grave, que no respeta edades ni las diferencias, como tampoco a las clases sociales, las actividades laborales o recreativas, lugares de residencia, en fin: que nos iguala en el diagnóstico que cuesta tanto pronunciar, decimos, ahora un estudio científico explica que hay glifosato en el aire, en el agua, en la tierra.

¿Cómo no se nos ocurrió antes pensar  que algo así debía suceder para que el cáncer ubicara a Gualeguaychú en un lugar de atención?

Porque si a las emanaciones de la pastera (irrespirables, insoportables, agresivas y para nada inocuas) le sumamos los vertidos líquidos del parque industrial que llegan al río Gualeguaychú poco antes  del tratamiento de potabilización del agua, las fumigaciones en loteos, chacras y campitos y algo más, está claro que  tenemos en la mano todo lo necesario para explicar por qué tanta enfermedad.

Sin embargo, como si se tratase de un temor reverencial, se percibe en el aire, también,  que de esto no se quiere hablar.

A pesar de tener agrupaciones ambientalistas que levantan su voz, para suerte de  todos nosotros.

Esas agrupaciones comprendieron tiempo atrás que si no se habla, si no se   grita, si no se lucha, la suerte estará más que echada.

Por eso valdrá interesarnos en lo que hacen, porque está claro que es la comunidad la que debe defenderse de los daños colaterales del progreso.

 


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