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Viajeros sobre el Mar de Arabia

Viajeros sobre el Mar de Arabia

En la playa de Kudle, tomo unos mates con gente de Israel.


Hay un embotellamiento de autos en Palolem. Una vaca está atravesada en el medio de la calle mientras amamanta a su cría recién nacida. El ternero, ensimismado con la ubre de su madre, fuente de alimento y vida, pone a prueba la paciencia de los conductores.

 

Por Martín Davico

(Colaboración)

 

Nadie pierde los nervios y los transeúntes miran la escena con expectación. Indiferente a todo lo que pasa, el dueño de la licorería continúa con su lucrativo negocio de bebidas espirituosas. Alguien se anima y toca la bocina. Un hombre baja de su camioneta y ahuyenta a los animales que lentamente se retiran. El tránsito se descongestiona y todo vuelve a la normalidad. Aunque las vacas son sagradas, la India es uno de los mayores exportadores de carne vacuna en el mundo.

Es el atardecer en la playa de Patnem. El sol, redondo como si fuera a rodar, se hunde en el Mar de Arabia. Entre la gente, echadas en la arena, una manada de vacas disfruta de la brisa de verano. Los bosques de verdes y altas palmeras, forman un paisaje que nunca llega a agotar…

 Con Judith y Martín, vamos hasta la playa de Talpona a conocer a Roberto, un madrileño que  desde España llegó hasta la India haciendo dedo. Viaja con dos perras que adoptó durante sus viajes. Atravesó Europa, Turquía, Irán, Pakistán y llegó a la India. Nunca tomó un avión. Me cuenta que los han llevado motos, camiones y autos. “Viajar con mis perras es fabuloso”, dice, y confirmando la teoría de que no todo lo que brilla es oro, agrega: “aunque a veces es muy estresante”. Me deja su Instagram para que siga su viaje: @viajerosperrunos.

 Después de dos semanas en Palolem, viajamos en tren hacia Gokarna. Me siento junto a dos  indios que me hablan en un inglés que me deja aturdido. Al cabo de unos minutos, disimulo mi agotamiento mental con una falsa sonrisa. Los hombres sacan sus teléfonos y me muestran fotos de sus familias. El único comentario que me hacen de Argentina es cuando uno de ellos cierra la mano, levanta el puño y dice: “Recuerdo el gol de la mano de Dios. Yo grité ese gol contra Inglaterra”.

Camino por Gokarna en busca del mercado de pescado. El pueblo se prepara para la tradicional fiesta de Shiva, el dios creador y destructor del mundo. Conseguimos medio kilo de calamares y algunos pescados. Salteados con ajo, cebolla y morrón, los calamares terminan dentro de una olla. Los pescados, con un fuego hecho con ramas que juntamos del suelo, se asan a la parrilla. El propietario del alojamiento, irreverente, nos recrimina haber usado ‘su leña’.

En la playa de Kudle, tomo unos mates con gente de Israel. Uno de ellos, Lotan, el dueño del mate, habla en castellano rioplatense. Es hijo de una mujer chaqueña y su padre es de Buenos Aires  “Mis viejos se fueron a Israel en el año 75, cuando en Argentina las cosas se pusieron feas”. Su amiga, Shir, que toma mate pero que no habla español, me cuenta que en Israel vive en un kibbutz, una comunidad con características de un sistema comunista a la que pertenecen cientos de familias. Dice: “Son como ‘pequeños estados’ con organización propia. Fueron muy populares en los años 70, cuando venían de Europa para conocer su funcionamiento. Antes, todos donaban su sueldo al kibbutz en el que vivían. A cambio, se garantizaba comida, educación, salud, servicios y vivienda…”.

 Francisco, un mallorquín de 35 años, ha venido a India para darle paz a su espíritu y olvidar la estresante vida que llevaba en Mallorca. Por iniciativa propia, y sin esperar nada a cambio, cada mañana se levanta a las siete y sale a juntar la basura que la gente deja en la playa. “Reconozco que personalmente no soy el tipo más limpio del mundo, incluso podría definirme como un guarro”, dice, “pero si hay algo que me rebela es ver las playas sucias”. Luego de terminar su labor matutina, un bar le devuelve la gentileza invitándolo con un desayuno.

 En el grupo de gente con la que paso estos días está Pedro, un portugués que viaja con Isaac, su hijo francés que tiene siete años. “Mi esposa está haciendo un curso de ayurveda en el sur de la India. Mientras tanto, pasaré todo este mes con mi hijo en la playa”. Cuando le pregunto por la educación del niño, me dice: “Enviamos a mi hijo a una escuela que utiliza el Método Montessori. Pero con mi esposa decidimos viajar y nosotros nos encargamos de su educación. Estoy atento a los intereses de Isaac. Cuando algo capta su atención, procuro proveerle cosas para estimular su curiosidad. Cuando hace lo que le gusta aprende a una velocidad sorprendente. No queremos que nuestro hijo se eduque en los colegios tradicionales. Si en algo estoy de acuerdo con mi esposa, es en eso”.

 Cada loco con su tema, pienso, cuando una chica de Israel me habla del estigma que le supone su matrimonio que ‘apenas duró dos años’. “Nuestras familias y amigos no lo llegan a comprender”. Al final de cuentas, cualquier verdad es relativa: Ser joven o viejo, ganar o perder, ser clásico o alternativo…Mientras la chica me cuenta un poco más de su historia, reconozco que tenía razón la persona que alguna vez dijo algo más o menos así: “Nuestro verdadero infierno está en la mirada de los demás”.

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