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Opinión

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Que la normalidad no exista más no deja de ser un deseo de muchos

Que la normalidad no exista más no deja de ser un deseo de muchos

El gobernador Kicillof y Alberto Fernández durante su recorrida por la planta de Volkswagen de Tigre.


 

Nadie puede negar que la pandemia que ha azotado al mundo y cuyo pico aún se espera en la Argentina cambiará la forma de vivir que teníamos hasta ahora. Pero muchos imaginan que ese cambio será tan profundo y definitivo que alentará Estados más presentes y hasta el final de la globalización.

 

Por José Angel Di Mauro

(Colaboración)

 

“Muchos piden volver a la normalidad, con esos discursos de la economía, de los problemas en Volkswagen que la normalidad no existe más… No se puede volver a la normalidad. Es un sueño, una fantasía, un suicidio colectivo”.

Ese fue el párrafo textual en el que el gobernador bonaerense pronunció su polémica frase: “La normalidad no existe más”. Lo escuchaba el presidente Alberto Fernández, sin barbijo y asintiendo con la cabeza.

En honor a la verdad, Axel Kicillof acababa de remarcar que el 53% de la industria nacional está ubicada en la provincia de Buenos Aires. “Es decir que si la provincia para las máquinas, para el  país. Es un lujo que no nos podíamos dar”, aclaró como para dejar conformes a los que en este tiempo enfatizan que no es “salud o economía”, sino que ambas cosas van de la mano. Pero sobre el final insistió Kicillof en que “lo que hay que hacer es mantener al extremo las medidas sanitarias. Mientras tanto reactivar el proceso productivo,  pero sin correr riesgos excesivos”.

Mantener “en extremo” las medidas sanitarias remite a una cuarentena estricta que es la que autoridades del Gobierno provincial e intendentes insistieron toda la semana en reclamarle a la Ciudad de Buenos Aires.

Y ante la procedencia de las voces que se elevaron, no puede desconocerse la influencia de la  política en este contexto. ¿Las razones? Esmerilar a Horacio Rodríguez Larreta no deja de ser un “buen plan” en términos electorales, sobre todo para el cristinismo que es el único sector que tiene clara una estrategia de cara a 2021 y 2023; y por otra parte, la previsión de que “como el pico de la pandemia es inevitable, la solución es tener para entonces un culpable”. Es el trasfondo de frases de intendentes responsabilizando a CABA por “contagiarnos”; o más aún, el ministro de Salud tuiteando este texto con un mapa de la Ciudad en rojo: “Queda claro en este mapa dónde está el mayor riesgo de irradiación del coronavirus”.

Alberto Fernández al anunciar este sábado una nueva extensión de la cuarentena. (Foto Presidencia de la Nación)

Mientras desde Buenos Aires le reclamaban al gobierno porteño retrotraer las medidas de flexibilización, el gobernador anunciaba la reanudación de tareas en una automotriz, una de las industrias que volvieron a arrancar la última semana. Es el reproche con el que desde la Ciudad retrucan las críticas: “Cuestionan que nosotros abramos comercios, pero ellos habilitan industrias”. Kicillof aclaró que en la Provincia “el sector alimentario y el de medicamentos siguieron funcionando,  nunca pararon”, dijo, para recordar luego que “ya van 60 días de cuarentena y la Argentina y la Provincia tienen un entrenamiento en funcionar productivamente en una situación tan atípica”. El dato es real y grafica la extensión de una medida que pone a la Argentina en el primer lugar en materia de aislamiento: ningún país del mundo mantuvo durante tanto tiempo semejante cuarentena general. Solo Nueva York -una ciudad, no un país- nos supera con 82 días de confinamiento.

En el marco de esa grieta están quienes toman las palabras del gobernador como una expresión de deseos.

La cuarentena de la que se vanaglorian las autoridades se ha revelado exitosa en términos sanitarios, mas sin dudas tendrá consecuencias ruinosas en términos económicos. Plantearlo es adentrarse en terreno hostil, pues lejos de cerrarse, la grieta se extiende en la Argentina cada vez más y ha encontrado en esta dicotomía terreno fértil. Pero lo cierto es que difícilmente alguien pueda tener la verdad absoluta en esta materia. Es que tan claro como que las consecuencias económicas y sociales del parate serán enormes, es que en caso contrario la cantidad de muertos sería seguramente elevadísima y el impacto económico igualmente no menor.

En el marco de esa grieta están quienes toman las palabras del gobernador como una expresión de deseos. La frase “la normalidad no existe más” alienta a los que se entusiasman en dar por agotada la globalización y abogan por naciones que se cierren al mundo y vivan con lo propio. Son los que se entusiasman en la revalorización del Estado no solo aquí, sino en el Primer Mundo, y celebran la posibilidad de alcanzar un Estado omnipresente. Y se ilusionan ante datos tales como que el gobierno ha pagado los salarios de 275.000 empresas, casi la mitad de las 600 mil que hay en todo el país. Así se abonaron la mitad de los salarios de abril, así se pagarán los de mayo y nada indica que no vaya a suceder lo mismo en junio. A propósito, ¿cuántas empresas estarán en condiciones entonces de abonar el aguinaldo? ¿El Estado se hará cargo?

Fernanda Vallejos encendió la polémica con su proyecto que apunta a los grandes grupos empresariales que puedan ser auxiliados por el Estado.

El tema dio pie a la legisladora K Fernanda Vallejos a plantear la idea de que el Estado se quede con una parte de las empresas auxiliadas en esta crisis. La diputada se entusiasmó cuando el ministro Claudio Moroni se convirtió en el primer integrante del gobierno nacional en “avalar” su iniciativa: el ministro de Trabajo es  hombre de Alberto Fernández. Sin plantear distancias, alguien del gobierno aclaró que Moroni solo había expresado la definición de “interesante” cuando le plantearon el tema, y reconoció que se trata de algo “que se está discutiendo a nivel mundial”. Tampoco es que tuviera margen para desacreditarlo en un reportaje.

Tampoco tomó distancia otro ministro proveniente de  un sector muy cercano al Presidente, Nicolás Trotta -que reporta a Víctor Santa María-: “Se necesita un Estado que no ahogue al sector privado sino que lo promueva, inclusive que sea socio de los beneficios, no desde el lucro, sino desde la reinversión privada”, dijo.

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