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Nuestro país duda entre la liberdad y la autoridad
Muchos estudiosos ayudan a develar las posibles alternativas por donde andarán las cosas. Esas construcciones se hacen sobre el análisis de hechos ocurridos más el agregado de la imaginación basados en conjeturas futuras. Todas, como esta nota, no pueden evitar una carga de ideología o dogma que sesga y subjetiva la opinión.
Por Luis Alberto Dalcol
(Colaboración)
Se arriesga al examen en regreso sobre las proyecciones expuestas con la realidad posterior de lo sucedido, en los que aparecen aciertos y desvíos; porque se trata de sucesos en construcción, dependientes de variables inciertas.
No obstante ello se ha de convenir que la sociedad requiere definir un edifico. Las estructuras en oferta continúan oscilando entre la libertad y la autoridad.
Es frecuente que - en edades tempranas - seduzcan las ideas estatistas o socialistas. La intelectualidad y la corriente académica las difunden y es recibida con mayor aceptación que las que se acercan al pensamiento liberal. También resulta más habitual - al pasar los años - el traslado hacia el sistema liberal que el camino inverso. Entre estos dos muros de autoridad y de libertad se elige la ordenación de la sociedad.
Nuestra Carta Magna resulta clara. No lo demuestra nuestra sociedad. Si bien no se refleja en los actos eleccionarios; en lo fáctico, se aprecia una indefinición con cierto apego a lo estatal. De manera similar no existe reconocimiento social al actor básico de la actividad privada que arriesga recursos y que se identifica en la persona del empresario. El esfuerzo del operario es fundamental y mayúsculo, mas sin el orden del empleador su aporte se diluye. Ambos se necesitan y juntos construyen el 90 % de la producción nacional.
Así como el sistema liberal existe porque el Estado le garantiza su existencia en el resguardo de los derechos, principalmente de la propiedad privada; el Estado, se sustenta en el aporte de los obreros y empresarios que pagan los impuestos. Ambos son importantes. Para que coexistan debe primar el equilibrio. La actividad privada no debe abusar de la libertad que le ofrece el sistema y el Estado debe respetar sus instituciones y no violentar con su autoridad y dimensión.
Nuestro país duda en lo fundacional. Aún se escuchan discursos que no reconocen la situación de deterioro y sus propuestas se encaminan a agrandar el desequilibrio logrado. Son manifestaciones desde el lugar del poder, desde el lugar del privilegio. Al empresario, como expresara un estadista europeo, algunos lo ven como a un lobo al que hay que abatir, otros como a una vaca a la que hay que ordeñar; y pocos, como el caballo que tira del carro.
A esta altura de la historia, en occidente, la experiencia práctica del idealismo de Estado autoritario no ha sido exitosa. El realismo liberal, igual que la democracia, han mostrado facetas horrorosas; mas aparentan que son bases perfectibles, corregibles; y siguen siendo la alternativa posible.
Es elemental que nuestro país defina esta incertidumbre. Sin ello, la confianza - que es el atributo primario del sistema - diluye la posibilidad de cualquier inicio de recuperación.