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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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 Regreso a Barcelona

 Regreso a Barcelona

La Sagrada Familia, la obra maestra de Gaudí, esta basílica es el monumento más visitado de España.


 

Por Martín Davico

(Colaboración)

 

 El avión de Qatar Airways aterriza en Barcelona sin complicaciones. El verano ha comenzado hoy y la atmósfera está húmeda y pegajosa como en Entre Ríos. Para salir del avión, me desabrocho el cinturón, agarro mi mochila y, rápido como una gacela, le gano de mano a la mayoría de los pasajeros…

 Dentro del aeropuerto, el personal de seguridad nos indica el camino a seguir. Con la cabeza puesta en cualquier parte repiten como autómatas: “Mantened la distancia social”. Pasamos por unos sensores de temperatura corporal y nos aglomeramos en torno a una mesa para rellenar un formulario. “Este es el más organizado de los países castellanoparlantes”, me digo. Minutos más tarde, hago cola en migraciones y me demoro encendiendo el teléfono. La fila se adelanta y el hombre que está detrás de mí me apura: “¿Puedes hacer el favor de adelantar?”. Su impaciencia hace que mi voz interior hable de nuevo: “Bienvenido a Occidente”.

Es mi segundo día en Barcelona y salgo a correr por la ciudad. Las calles están tranquilas y casi todos llevan mascarillas. Desde la Plaza Joanic tomo la Avenida Pi i Maragall hasta el Parc de Les Aigüas. El parque es pequeño y a excepción de un hombre que abraza un árbol todo parece normal.

Sigo hasta el Parc del Guinardó. Un cartel señala los Bunkers del Carmelo. Un hombre pasa con un palo en la mano y le pregunto cómo llegar: “Es allí arriba en esa colina, el Turó de la Rovira. Ahí están los bunkers que utilizaron los republicanos en la Guerra Civil para defender a Barcelona. Hay una vista de 360 grados”. Al llegar a la cima observo algunos puntos emblemáticos de la ciudad: el Montjuic, el Hotel Vela, el Monumento a Colón, la Catedral, las Torres Mapfre, la Sagrada Familia, la Torre Agbar y las Tres Chimeneas de Sant Adriá de Besós. De fondo, el mar Mediterráneo se confunde con el cielo.

Es 23 de junio y celebro la verbena de San Juan con amigos catalanes y vascos. En la sobremesa dos chicas se quejan: “Es injusto, en todas partes las mujeres somos más interesantes y guapas que los hombres”. El vasco replica anonadado: “Oye oye ¿Pero en dónde están escritos los cánones de la belleza?  “Así cualquiera”, digo yo, “si me tiñera las canas, pintara mis labios y delineara mis ojos, sería otro cantar”. Un catalán opina: “Tienen razón tío, nos la pasamos hablando de fútbol y de política. Somos un peñazo”. Alguien va más allá: “¿Qué significa ser interesarte? ¿Hablar de arte, de ciencia, de deportes, o de lo que hiciste esta mañana? ¿Quién dijo que el arte es más interesante que el deporte? Todo es interesante.”. “Desde luego que mi profesión, la odontología, es interesante”, digo yo, “pero la experiencia me demostró que en las reuniones nunca se debe hablar de política, de religión, ni de dientes”.

Es sábado por la mañana y salgo a correr otra vez. Voy hasta el final del Passeig Sant Joan y doblo en la calle Mallorca. Llego a la Sagrada Familia de Gaudí. El entorno tiene una calma atípica y no hay hordas de japoneses con cámaras, ni alemanes abrasados por el sol. Sin éxito, intento descifrar la fachada de la Natividad. La basílica sigue rodeada de grúas y el avance de su construcción despierta lo mismo que un hijo: la conciencia de que el tiempo pasa.

Camino por L’Hospitalet del Llobregat, una ciudad contigua a Barcelona, la segunda más poblada de Catalunya. Por las calles abunda gente de la tercera edad. En las plazas los abuelos  pasan el tiempo jugando a la petanca. “Estos señores habrán trabajado lo que nadie”, me digo. En los años 60, miles de inmigrantes andaluces vinieron a trabajar a las fábricas de Catalunya y se instalaron en esta ciudad. Aunque son lenguas cooficiales, por estas calles se escucha más el castellano que el catalán. Un sevillano me dijo una vez: “Quillo, la ciudá má grande de Andalucía está en Cataluña y se llama Hospitalé del Llobregá”.

Cruzo Riera Blanca, la calle que separa L’Hospitalet de Barcelona, y llego al Camp Nou. Anoche, en este estadio, Messi, marcó su gol número 700 ‘a lo Panenka’. En el playón de la entrada hay una escultura de Johan Cruyff con una frase suya: “Salid y disfrutad”.

 Entro a la tienda de camisetas y los barbijos y el alcohol en gel marca ‘Fútbol Club Barcelona’ ya están a la venta. En una pared están escritos todos los títulos logrados. Aparecen las tres ediciones en las que el Barça ganó la Copa Eva Duarte. Un trofeo nombrado de esa manera en un guiño a Evita y a Perón por los envíos de carne y trigo a la hambrienta España franquista.

Sigo mi paseo y llego a la Plaza Francesc Macià. Hay edificios de arquitectura francesa que me recuerdan a Buenos Aires. Por la vereda, entre los peatones, un cincuentón pilota un monopatín que parece de juguete. La escena me recuerda a lo que un amigo me dijo: “Barcelona te pierde. Vas haciendo, vas haciendo y un día te das cuenta que pasaron diez años y que sigues viviendo como un adolescente”. Nunca olvidé el comentario. Hasta que una vez, después de vivir 12 años en la ciudad, ávido de dar un paso adelante, decidí marcharme.

 

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