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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
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Post-pandemia albertista: UBI, Puebla, CEPAL y Cecilia

Post-pandemia albertista: UBI, Puebla, CEPAL y Cecilia

La vicejefe de Gabinete Cecilia Todesca Bocco.


 

Por Daniel Bosque
(Colaboración)

 

Con lógico eco, Alberto Fernández ha lanzado al ruedo mediático a Cecilia Todesca Bocco, quien en diciembre había sonado para algo importante en la cartera económica antes de que apareciera en el firmamento Martín Guzmán, el gran negociador. Cecilia no es una más, es albertista de pura cepa, cofundadora del Grupo Callao, el tanque de ideas presidencial, y hoy tiene despacho a metros del mandatario, como vicejefe de Gabinete.

Aunque no es hija de sangre, Cecilia lleva el apellido de Jorge Todesca, el titular del INDEC en el macrismo, quien falleció este verano. Jorge era compañero de militancia en la izquierda peronista de su padre, Luis Bocco, abatido por los militares en la llamada “masacre de Campana”.  Tras la muerte del amigo del alma formó pareja con su viuda y Cecilia, ya de grande, elegiría como primer apellido el de su padrastro. Una de las tantas historias de los sobrevivientes de los años 70.

Volvamos a hoy: Cecilia habló por primera vez, en varios medios, y dijo cosas realistas y descarnadas, con un tono productivista y exportador, sobre el tsunami social y económico que azota a la Argentina. Menos grandilocuente que el ministro productivo Matías Kulfas y que su secretario de industria Ariel Schaler. Aunque también prudentemente alejada de cualquier pláceme al agro, el gran dador de divisas al país, pero que irrita al peronismo antes, durante y después de Vicentin.

Todesca dijo, entre otras cosas, que el Gobierno dará un tercer Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), que según sus números alcanza a 2,8 millones de personas y con la Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), que alcanza a 310.000 empresas. “Salvavidas sin el cual la pobreza argentina sería mucho peor”, aseveró.

Cecilia entonó también una melodía que agrada al mundo empresario, que en estos días tuvo varias rondas con Alberto, siempre sin Cristina. Con ella todo es distancia, excepto la inquietud común por la suerte final del mega juicio “Cuadernos” que llevó, sobre todo a constructoras y contratistas del Estado, a las puertas de un infierno impensado en tiempos de Macri y Bonadío.

El Gobierno, dijo la economista funcionaria, busca un modelo exportador, con Vaca Muerta, la minería, pero también con otras empresas de punta, como arietes. Sin entrar en detalle sobre la actualidad, porque no es el caso. Aunque no lo digan en fino, a unos cuantos millennials del Gobierno les seducen, a los efectos de la inserción en el mundo, la idea de poder anclar aquí unicornios como Globant, la 4.0 de Martín Migoya que se expandió a 10 países y hoy es suceso en Wall Street. Del exiliado Galperín y su Mercado Libre, que hoy vale más que toda la bolsa de Buenos Aires prefieren no hablar.

Todesca hija, como dirían los bursátiles un papel a seguir con atención en la coalición gobernante, auguró tiempos duros para empresas y empleos en las post pandemia y defendió con firmeza el valor de la producción. “A la gente hay que darle trabajo y no tirarle plata desde un helicóptero”, dijo. Palabras en las antípodas del evangelio asistencialista más puro, como la socióloga Laura Garcés, aplaudida en medios y redes más cuando promocionó la Renta o Básica Universal (UBI, por su sigla en inglés) y criticó “la cultura y la sociedad trabajocéntrica” (sic).

 

UBI, ICU, RBU, IBU

No está claro cuál será la sigla, pero la idea ya está madura. De eso se trata, del invento neokeynesiano que se expande como mancha de aceite en el mundo, cuyo ejemplo extremo es Alaska, territorio petrolero y despoblado que sostiene a ocho de diez personas.

El UBI, bendecido por citas a textos de sabios, santos e intelectuales desde Santo Tomás de Aquino hasta hoy, es un invento ya adoptado con los confinamientos por la pandemia global. En los países ricos la ayuda abulta, como la de Trump, con su famoso cheque personalísimo de 1.200 dólares para 70 millones de ciudadanos. En América Latina, los subsidios arrancan en US$ 60 y llegan a los US$ 140.

Bandera de la “nueva izquierda” mundial, que lo prefiere permanente a pensarlo como auxilio de emergencia, el UBI es reclamado en las encuestas por la mayoría de los jóvenes de Europa y Estados Unidos, sin horizontes de empleo por la robotización y ahora la depresión. Y aplaudido por los dueños de las empresas GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) y La otras winners de la nueva normalidad. Uno es el fundador de Twitter, Jack Dorsey, quien ha prometido una renta básica universal para unos 7.000.000 de beneficiarios en 14 ciudades de EE.UU. Un experimento que costaría US$ 1.000 millones. Cosas vederes.

Tiene su lógica la filantropía: son holdings montados sobre el boom de la conectividad, el teletrabajo, el comercio electrónico y la inteligencia artificial, que están viviendo junto a las farmacéuticas su fiesta en la pandemia/cuarentena. Y precisan que el Estado sostenga el budget básico de millones de consumidores. Otra preocupación común es desmontar una espiral de revueltas. El caso Chile, el modelo boutique dañado por el estallido social, es la mejor lección de que la receta dura de la dictadura china para sofocar a Hong Kong no es exportable “urbi et orbi”.

En este siglo, la primera en mover el avispero con la idea de “la Universal Basic Income” fue la activista de izquierdas alemana Susan Wiest, y poco después, los holandeses Philippe van Parijs  y Yannick Vanderborght volcaron esta propuesta en un ensayo que patento ese nombre. Fue en 2008, en plena crisis de hipotecas sub prime que arrasó con Wall Street, con recaída en 2012. UBI se sustenta un una trilogía: más y mayores tributos a rentas y riquezas, desconocimiento e investigación de endeudamientos con el mundo financiero, transparencia distributiva.

 

 

 

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