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Opinión

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Mi abuelo y el viejo zorro

Mi abuelo y el viejo zorro

Por Waldemar Oscar von Hof EL ARGENTINO


Tenía un abuelo al que le gustaba contar anécdotas de su vida, repasar sus viajes por el mundo y aconsejarnos con viejas sabidurías que había leído, escuchado o aprendido.

En las noches de verano, allá en Misiones, volviendo del pueblo, después de llevar a los clientes del pueblo las botellas de leche, pasábamos por la casa de este abuelo. Al atardecer se sentaba delante de su casa, después de haber estado todo el día trabajando en su galpón, donde se dedicaba a construir lápidas para el cementerio local.

Cansados nos apeábamos del sulky para esta sabrosa parada. Apenas aparecíamos en la esquina de la chacra, abuelo iba a buscar una jarra de limonada con la que nos tentaba a hacer la pausa. Nuestra risa comenzaba con el saludo, hacia el chiste de no acordarse nuestros nombres y comenzaba a repetir el de cada uno de nuestros hermanos. Éramos doce, eso implicaba que en los siguientes minutos el “Opa”, como lo solíamos llamar, nombraba a cada uno de nuestros hermanos, menos el nuestro.

Lo primero que hacía era comentar alguna de las noticias cotidianas que había escuchado en el noticiero de LT18 Radio Eldorado a las seis de la mañana. Política, gobierno, economía, todo era digno de análisis y explicación, trataba que nuestras mentes infantiles lo comprendieran y de paso hacía sus profecías. 

Después de algún silencio, como si no supiera de qué hablar largaba a boca de jarro:

-¿Cómo les fue por el pueblo?

-Bien, hoy vimos un zorrito cruzando la calle, allá, cerca de la chacra de los Arntzen.

-¿Un Zorro? ya no hay muchos, yo cacé uno alguna vez.

-¿En serio y que hiciste con el zorro?, le preguntamos.

-Lo dejé ir. Era un zorro viejo y se justificó muy bien. La cosa fue así, yo había puesto la trampa al lado del gallinero, porque me di cuenta que de vez en cuando faltaba alguna gallina. Armé la Cimbra (1) justo a la salida del monte, allá donde comienza la huerta con las naranjas. A la otra mañana, muy temprano lo encontré, grande era, rabioso miraba, estaba enredado en el lazo.

-¿Y ahora, que hacemos con vos, ladino? le pregunté.

Me miró seriamente, se sentó sobre sus patas traseras y me dijo:

-Puede ser que sea ladino, si, tal vez ladrón también, conozco las leyes y los mandamientos que así me juzgan y me condenan.

Quedé sorprendido ante las palabras de mi presa. Miré alrededor, lo miré a los ojos y volvió a afirmar.

-La necesidad, y no la ocasión, es la que hace al ladrón.

-¡Vaya Justificación! le dije.

-No es justificación, es tan solo una explicación que busca un poco de comprensión. Poca es la caza, ya no quedan liebres ni perdices en los campos. Salen los hijos de los ricos con sus escopetas y trabucos, pocos son los que cazan por necesidad, yo los escuché: -¡Vamos a despuntar el vicio, tiremos unos tiros! andan diciendo mientras salen en sus camionetas. Así que ante tanta hambre tengo que recurrir a gallinero ajeno.

-Pero un ladrón es un ladrón, le comenté.

-Ladrón por robar poco y caer en la trampa. Y ya lo dijo el mismo José Hernández “La ley es tela de araña, y en mi ignorancia lo explico, no la tema el hombre rico, no la tema el que mande, pues la rompe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos”. Los ricos salen a cazar y si roban, roban mucho, quedando en evidencia ante el juez, como en la mesa, la sutil diferencia.

-Esa es una vana explicación.

-Explicaciones hay muchas y podemos filosofar, pero ante una zorra con hambre y unos zorritos escuálidos yo no tengo otra opción.

De tanta charla y analizando la cuestión, yo me puse sensible y me entró al alma la compasión. Hay circunstancias que hacen al ladrón y casi no hay justificación, pero lo peor es la necesidad.

-Yo no fui a la escuela y tampoco a la universidad, siempre supe como rebuscarme y no le esquivo al madrugar, -agregó el zorro serio. Pero cuando la miseria es grande y está difícil la forma de encontrar el pan, los que poco tenemos vamos a buscar de los que más pudieron acopiar. Es un tema de justicia, tal vez de distribución, si me dejaran unas liebres no tendría que acudir a su gallinero.

El corazón se me fue ablandando y la tristeza me entró al corazón. Para que me tome en serio y no vuelva por acá le di un rebencazo por el lomo y al momento le solté la manea. Me miró con cara seria y al momento me dijo:

-Gracias amigazo por el juicio y por este gran perdón, dicen los mandamientos muy serios, que no hay que robar, pero también cuenta la biblia, que Jesucristo mismo, en la cruz, al pecador lo perdono cuando por compasión imploró.

Un silbido le pegué y le tiré una carnaza, para que su cría alimente y le de comida a su madraza. Me quedé pensando en la injusticia que este mundo trae consigo en lo poco que les queda al que vive con honradez por que unos jueces, poco cautos, solo se fijan en sus recaudos. Pero también quede pensando en los que mucho tienen, que acaparan para tener más, sin fijarse en lo poco, que le hace falta a los demás.

El abuelo quedó cavilando en silencio, no nos animamos a preguntarles más, cada uno de nosotros se quedó pensando en el viejo zorro, en su cría con hambre, en los jueces, políticos y algunos ricos, que se quedan con todo sin preocuparse por los demás. Tomamos el resto de jugo, abrazamos al abuelo y emprendimos silenciosos nuestro camino a casa.

 

(1) Trampa realizada con un lazo atado a una varilla de madera en tensión, cuando el animal pasa por el ojo de la soga se suelta el chicote quedando entrampada la presa

 

(*) Waldemar Oscar von Hof es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata.

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