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Opinión

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Cantar acorta el tiempo

Cantar acorta el tiempo

Colonia de Ancianos de Aldea San Antonio.


Por Waldemar Oscar von Hof (*)

 

Lunes, día de ir a cantar con los abuelos. Agarro la guitarra, el cancionero de la iglesia y el viejo cancionero folklórico, que compré en un quiosco de revistas en el subte, con zambas y chacareras tan conocidas.

Parto en viaje hacia la Aldea San Antonio, con la radio en AM 1310 prendida. Paso por el Gualeyán.

-¡Qué bajo que está, se nota que falta lluvia!

Cruzo la 14, se ven algunos camiones más que hace algunas semanas. Se nota el movimiento de la apertura en algunas de los rubros. Sigo por la Ruta 20: algo la han mejorado y las líneas amarillas que pintaron el año pasado aún no se han despintado, pero algunos pozos en el asfalto comienzan a ver y sentirse.

El horizonte de cuchillas asoma al llegar al Alto de la Capilla de los Veronessi, el verde del trigo ya está en pleno, verde oscuro, verde profundo, un verde que se tiñe de primavera.

Cruzo los distintos puentes: Los Perros, El Gato y me voy acercando a la Aldea. Disfruto de los trece kilómetros del asfalto inaugurado hace un año. Llego a la entrada, justo antes del monumento, que me da la bienvenida con sus arcos “ojivados”, mezcla de catedral y mucha luz, Monumento a los Inmigrantes. En el control sanitario me toman la temperatura de rigor, saludos, conversaciones clásicas:

-¿Todo bien?

-¡Lindo tiempo hoy!

-¡Casi que hace calor!

-¡Voy a cantar con los abuelos! digo orgulloso.

Entro a la Colonia de Ancianos con los recaudos de rigor, el alcohol en gel, el barbijo. En el amplio comedor los abuelitos me esperan. Se les nota en la cara la alegría cuando me ven, es en serio que me esperan.

Hago propuesta de canciones que vamos desgranando una a una. Primero los himnos tradicionales, donde yo aprendo y escucho. Después los cantos más nuevos, yo me siento seguro, pero ellos escuchan. Hacen propuestas, repitiendo los mismos pedidos todos los lunes.

Después de media hora saco el cuaderno del folklore, y ya suena el primer pedido:

-¡Zamba de mi esperanza! cantan a viva voz, alguna mirada de recuerdos y alguna lágrima.

–Usted sabe que a esa zamba yo la escuché cantar a don Cafrune, cuando vino a nuestro pueblo… Comentario de una abuela.

Canciones que están en la memoria, casi diría que están en el inconsciente colectivo. Siguen los pedidos “Kilómetro 11” y “Merceditas” no pueden faltar.

Terminamos con una oración. Los abuelos están contentos, alegres y con el ánimo algo más alto que a la mañana temprano de este lunes.

Dan gracias por el personal, que día a día pone el hombro para que la Colonia salga adelante. Agradecimientos por la comida, por el agua, pedidos por la familia. Una abuela se acuerda de su nieto que está por dar un examen en la facultad. Otro abuelo pide por su hija que está enferma. Memorias presentes en estos abuelitos.

-¡Qué rápido pasó esta hora! ¡Cantando el tiempo pasa más rápido!  Me dice don Raúl.

Salgo a cruzar la Aldea, llevo como meta parar a charlar con la primera familia que encuentre en alguna de las veredas. Y allí está Don Michel con su compañera mateando. Paro, me acerco, nos saludamos con el puño:

-¡Cómo hacen los chicos! se ríe el dueño de casa y si dudar me acercan una silla. No me convidan mate.

-¡Cómo extraño eso! Conversamos del tiempo, de las ferias y los remates que se extrañan y mi comentario de rigor.

-¡Está lindo el asfalto!

-Vamos progresando, es lindo cuando el intendente consigue cosas, me comentan. De la ronda una persona desconocida para mí interviene.

-Pastor, ¡qué bueno que está de vuelta en Radio Nacional!

-Tiempos difíciles, por la pandemia tuvimos que interrumpir, ahora estoy los domingos a las doce menos diez.

Y la conversación deriva a la Colonia.

-Hace como treinta años que con Don Luis y el pastor hicimos un dibujo a mano con las ideas y salimos a juntar los fondos. La cosa fue así, vivía acá doña Ofelia, pasaba hambre, cuando nos enteramos tomamos la decisión de hacer un hogar. Nos hicimos cargo como Pueblo y como Aldea. Se juntó la plata y mire hoy está ahí, cuarenta personas que tienen techo, comida y están bien cuidadas. Y quien sabe si no vamos a parar ahí nosotros.

Emprendo el regreso, dejando atrás a la Colonia de Ancianos, a la Aldea con su asfalto, con su gente, que también extraña esto de encontrarse. Vuelvo con la sensación de ser parte de un sueño que comenzó hace casi treinta años. Vuelvo reflexionando en silencio, mientras que en la AM pasan música y el noticiero del mediodía. Vuelvo con ese sabor de tarea realizada y de saber que, cantando, los segundos, los minutos, las horas se hacen más cortas. El canto acompaña, el canto engrandece al alma y achica el tiempo.

 

(*) Waldemar Oscar von Hof es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata.

 

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