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Opinión

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Refugiados ambientales ¿y Laudato Sí?

Refugiados ambientales ¿y Laudato Sí?

Durante el desarrollo de la convención constituyente de 2008 en Entre Ríos, asesores y convencionales conversamos en el ámbito de la comisión temática sobre la importancia de promover la incorporación del concepto de refugiados ambientales. Lo hacíamos en un contexto del cambio ambiental global con sus efectos ya produciéndose.


Por Jorge Daneri (*)

 

Lamentablemente la propuesta no logró aceptación y la cláusula de adaptación y mitigación del cambio ambiental global no brindó hospitalidad al concepto (1).

No es un dato menor que la vulnerabilidad en la política de salud pública, como prevención de catástrofes ecológicas por razones antrópicas –como la que hoy sufren la región–, sea dolorosamente desenmascarada por el Covid-19, y se desenmascare asimismo una corresponsabilidad por la inexistencia de una ley de adaptación y mitigación frente al cambio climático en Entre Ríos. Entre otras razones, se puede atribuir a una irresponsabilidad en la falta del debate para la construcción social de una ley provincial de protección del ambiente, que también aún es una materia pendiente de la Legislatura. Los doce años de gestión de gobiernos desde esa reforma constitucional, siguen negando su prioridad trascendente y las sinergias en políticas sectoriales para una acertada transversalidad.

La reflexión viene al caso porque hoy todos somos refugiados y refugiadas ambientales; las familias y los seres en su soledad, refugiados distanciados, solitarios. De una manera o las otras que se nos puedan ocurrir, somos un «tipo humano» (2) guardado en nuestras casas, refugiados de las consecuencias miserables de este saqueo demoledor de lo otro, de los otros, de la alteridad de los reinos de vida.

Responsables de estar cuasi encarcelados en nuestros refugios o en encierros periféricos cuasi zonas de sacrificio por el ejercicio de políticas públicas –ahora esencialmente nacionales pero complementadas en lo local y así potenciadas en los territorios– que se manifiesta por medio de una palabra. Un concepto que encuentra y conforma como aliados a posiciones compartidas en la mayoría de los partidos políticos con representación legislativa y de gestión, y por lo tanto lo son las políticas públicas vigentes. Y esa palabra es voracidad.

Voracidad en la destrucción de la diversidad cultural y biológica contenida en los bosques, montes y selvas nativas. Indiferencia y descontrol es la norma de más de lo mismo.

Voracidad impune en la destrucción de los bienes ictícolas en el mar argentino y sus ríos.

Voracidad en la consolidación de la simplificación agroindustrial exportadora.

Voracidad en la fumigación, esparcimiento de millones y millones de litros de agrotóxicos por año, en seres humanos, sus familias y escuelas rurales, en todas las tierras fértiles y ecosistemas bellos por siglos en Argentina y el cono sur.

Voracidad en la promoción de la mega minería de punta a punta en el País.

Voracidad en la violación desenfrenada de las democracias participativas.

Voracidad de cerdos, mega granjas de alianzas estratégicas con China de lo peor de más de lo mismo, sin lecciones de la historia reciente, sin aprendizajes, solo con los tiempos del capitalismo incendiarios de los tiempos de la naturaleza. Alianzas estratégicas nucleares, represoras y canalizadoras de ríos, saqueadoras de mares.

Y la gente se muere, en los hospitales y en sus casas. Se muere por la voracidad de la política de la no política, de una sociedad de mandatarios constituida en una sociedad de estado de anónimos, que va perdiendo su vocación por pensar y hacer en función y beneficio del conjunto del pueblo. El gobierno del pueblo, la soberanía del pueblo va entregándose en las alianzas abiertas a la timba desenfrenada de Chicago y Pekín.

Es la política de la cancillería argentina que se expresa en la figura de su ministro Felipe Solá o la de la Embajada Argentina en Israel en esa capacidad alucinante de mercancías intercambiables público privadas de Sergio Urribarri, para no olvidarnos de la escala territorial y artiguista de un cuento o un sueño de ciencia ficción.

 

Francisco, por favor

 

Sí, somos refugiados ambientales de este capitalismo voraz y mega corporativo. Somos reos de una política monocolor, reitero, sin grieta. Política de la voracidad y la sociedad refugiada para sobrevivir. Mientras tanto, la voracidad avanza en la construcción de más refugiados ambientales, aprobando trigo transgénico, reduciendo retenciones a las voracidades de las corporaciones y conformando ese doble discurso para todos los gustos.

Y el gordo voraz sigue creciendo y a la vez, vaciándose. No existe duda alguna, va a reventar, más temprano que tarde, pero con todas y todos dentro, «nacionales y populares» y los «Cambiemos» que todo lo empeoraron desde la cultura CEO de las voracidades a cien años y sus fiscales paraísos.

Y sí, bajemos un cambio, un poco de esperanza, por favor. Pero si con ella nos veníamos acompañando, escuchando, incluso emocionados intentando creer, un poco creer. Ojalá que no, que estemos equivocados. Ojalá sucedan urgentes conversaciones y escucha. Están renunciando funcionarias en el gobierno nacional que expresaban desde la función pública dignidades diversas y de necesaria escucha, desde el concepto de Byung-Chul Han (3): «La escucha tiene una dimensión política. Es una acción, una participación activa en la existencia de otros, y también en sus sufrimientos. Es lo único que enlaza e intermedia entre hombres para que ellos configuren una comunidad. Hoy oímos muchas cosas, pero perdemos cada vez más la capacidad de escuchar a otros y de atender a su lenguaje y a su sufrimiento…»

¿Dónde habrá guardado Alberto Fernández la encíclica papal «Laudato Sí»? No lo sabemos, pero por favor, algún ministro o «ministerio» que pueda recordarle sus palabras al asumir frente a los representantes del pueblo de la Nación, sobre el compromiso contraído para con la encíclica y sus mandantes. Ojalá –ahora sí– la escucha del Presidente le brinde hospitalidad a la palabra de su ministro de Ambiente, Juan Cabandié, (pues son horas complejas, quizás, la de su sostenibilidad política en el cargo en función de su discurso) que lo lleve a retomar su lectura y las consecuencias que se advierten sobre políticas concretas. Ojalá también el ministro no sea más de lo mismo, bipolar como adaptativo, y así pueda lograr un milagro, una luminosidad, un cambio de rumbo. Es un deseo, sí. Pero es aún más una necesidad; mucho más: una necesidad de cambio radical en beneficio del conjunto del pueblo argentino. El presidente debe volver sobre las huellas de Raúl Alfonsín y transitar la reconstrucción de un pueblo en unidad nacional sustentado en el respeto a la diversidad. Que pueda animarse a transitar la salida de los refugios para recomponer un hogar común, solidario, independiente, más cooperativo y hospitalariamente amigable para argentina, donde las voracidades cesen, se vayan, ellas sí como extinguiendo, retirándose, perdiéndose en la red de los nuevos abrazos y solidaridades, en un tiempo donde la política vuelva a ser de hermanos y adversarios leales, y no de este tipo humano resultado de la razón productivo-consumista voraz y desoladora.

Como expone Byung-Chul Han «La salvación de lo bello es también la salvación de lo político. Hoy parece que la política vive solo a base de decretos-leyes. Ha dejado de ser libre, es decir, hoy ya no existe la política. El conocido argumento de que no hay ninguna alternativa no significa más que el final de la política” (4).

Claro que existen alternativas, que otros mundos son posibles. Pero no podemos perder más tiempo, no lo tenemos. El mundo humano se nos escapa entre las manos y se nos desgarra, está herido de muerte. «Laudato Sí» es el comienzo, señor Presidente.

 

REFERENCIAS

(1) Artículo 84º último párrafo: «… La ley determinará la creación de un fondo de recomposición ambiental, y estrategias de mitigación y adaptación vinculadas a las causas y efectos del cambio ambiental global»

(2) Gastón Soublette, filósofo chileno.

(3) Byung-Chul Han, «La expulsión de lo distinto». Ed. Herder. Último capítulo «Escuchar», página 113 en adelante (Primera edición en español, sexta impresión, 2019).

(4) Byung-Chul Han, «La sociedad del cansancio». Ed. Herder. Segunda edición, Página 112.

 

 (*) Jorge Daneri es abogado y ambientalista. Esta columna de Opinión se publicó originalmente en el portal Era Verde.

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