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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
Colaboraciones

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La memoria compartida se cuenta con el corazón: “Con el bastón basta y sobra”

La memoria compartida se cuenta con el corazón: “Con el bastón basta y sobra”

      


Por Amalia Doello Verme (*)

EL ARGENTINO

 

Tener una tía es algo hermoso. Pero tener a Maruca como tía fue una bendición.

Nos dejó el mejor de los ejemplos, crío a sus cuatro hijos a pesar de la temprana viudez.

María Verme de Aguirre estuvo con nosotros hasta los 101 años.

Casada con Don Santos Aguirre, quien fue uno de los tripulantes de la draga, cuya trágica historia todos los mayorcitos conocemos.

Después de vivir varios años en Buenos Aires, se radicó en Gualeguaychú en la zona del Corsódromo. Como el barrio se había puesto “pesado”, hizo colocar rejas en puertas y ventanas, pero del lado de adentro.

Es muy probable que los “muchachos rateros” hayan hecho la logística para atacar a la abuela que vivía sola y que para caminar usaba un bastón.

Su estatura pequeña la hacía más vulnerable (diríamos presa fácil).

 

Primer intento (fallido)

 

Como todos los domingos, tipo dos de la tarde, caía la tía Maruca a visitar a mi mamá con el paquete de galletitas surtidas que al llegar a la tardecita ya se las habían comido todas.

Ese domingo llegó y se notaba que traía una novedad, no se hizo esperar el relato.

Una mujer joven, con una canasta llena de hilos, repasadores y toallas se paró en el portoncito de entrada que distaba unos dos metros del zaguán donde ella estaba sentada con sus pies en el sol.

La mujer agotó todas las formas para convencer a doña Maruca para que se acercara al portón y le abriera así le mostraba lo que llevaba en la canasta.

Cansada la tía de la molesta mujer, se paró y muy decidida cruzó su bastón por el tramado del portón y mientras le decía: no quiero nada, no te voy a abrir… ¡ándate!

Le hincaba el bastón al que le había hecho poner un cabezal de goma y un clavito.

Al sentir la mujer el pinchazo, pegó un grito y salió corriendo hasta la esquina donde dos muchachos la esperaban.

 

Segundo intento (fallido)

 

Pasaron varios domingos en que escaseaban las novedades. La tía se mostraba feliz porque había hecho colocar rejas nuevas en las dos ventanas que daban hacia la calle Ayacucho, pero le pidió al albañil que las colocara del lado de adentro.

El domingo llegó con la cara roja por el calor tórrido de la siesta y un chemise en color celeste con un pañuelo blanco atado en la cabeza y “las espores” negras. Verla era un primor.

Después que se refrescó y tomó agua, comenzó el diálogo.

-Pero tía -dijo mi mamá-, hace mucho calor, le puede hacer mal (se trataban de usted)

Ella respondió con una frase aplicable entre parientes y amigos.

-Mirá, si porque haga calor vamos a dejar de vernos…

Se rieron, sacaron las sillas al patio y se sentaron a la sombra.

Luego me sumé a la rueda y la tía comenzó a contar:

-He dormido poco, porque anoche me despertó un ruido, me vestí, agarré el bastón y despacito llegué a la cocina y vi una mano tanteando. Al encontrarse con la reja de adentro, agarré coraje y con toda la fuerza le pegué tres o cuatro bastonazos. El hombre gritó, puteó, maldijo y saltó la reja de afuera y se fue.

Nosotras habíamos enmudecido.

Ella continúo: El vecino de enfrente que justo llegaba con su remis, vio la celosía abierta y llamó a la Policía, que llegó enseguida y constató que estuviera bien.

-Usted no puede estar sola, le dijo mamá.

-Lo mismo me dicen Horacio y Sandra que quieren que me vaya con ellos, pero no quiero molestar a mis nietos.

Maruca nos acompañó hasta los 101 años.

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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