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Diario El Argentinojueves 28 de marzo de 2024
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La memoria compartida se cuenta con el corazón: “Celestinas si las hay”

La memoria compartida se cuenta con el corazón: “Celestinas si las hay”

Por Amalia Doello Verme (*) EL ARGENTINO


Promediaba el año 75’ y la señora González (primera celestina), mamá de Cristina junto con Nélida Acosta y un par de gurisas más, nos había llevado al salón de la “Agraria” (Avenida Rocamora casi Del Valle) al baile que organizaban los compañeros de Enova 71’.

 

Allí, un joven parado cerca de una columna me había hecho seña para salir a bailar y al cual, yo no había correspondido. De la situación se percató la señora González, que dándome un codazo sutilmente me instó a que aceptara la invitación del joven.

El joven se acercó a la mesa, saludó, me ayudó a quitarme el tapado y nos dirigimos a la pista de baile.

Era un 17 de agosto, apenas acababa yo de cumplir 19 años. Conversamos de nuestras profesiones: él, incorporado a la Armada Argentina y yo terminando el secundario.

Lo que comenzó como algo tan fugaz lleva hoy 45 años de historia familiar.

Voy a dar un salto para contarles lo que una y mil veces les he relatado a mis hijos: cómo fue el noviazgo y posterior casamiento de su papá y yo y quiénes fueron las celestinas.

Afortunadamente una vez que me recibí de maestra tomé una suplencia en la Escuela Nº 44 (hoy la número 36 “F. H. López Jordán”) y entre el maravilloso grupo de compañeras estaba otra de mis celestinas, la señora Dominga Carmona de Esmoris cuyas hijas formaron el equipo de celestinas menores (aunque grande fue su actuación).

Para los que ya estamos grandecitos, recordaremos con simpatía aquel dorado tiempo en que todo era muy lento y muy sacrificado.

Las comunicaciones que hoy son virtuales, instantáneas con imágenes y sonidos. Antes para comunicarnos por cualquier motivo o circunstancias debíamos solicitar la comunicación por la mañana y quizás con mucha suerte y viento a favor lográbamos poder hablar con quienes deseábamos. El caso era tener un teléfono de línea o en la telefónica nos daban un horario apropiado en que se produciría la comunicación y podíamos esperarla ahí (calle Urquiza y Fray Mocho).

Mi amiga Dominga que vivía a nueve cuadras de mi casa y por calles de tierra y muchas veces fangosa, recibía por su teléfono de línea la llamada que mi pretendiente, hombre de mar, hacia desde Ushuaia con la debida autorización de Dominga.

A veces la misma Dominga era quien me iba a buscar en un AMI 8, color gris plata (“lujazo” para la época) y otras veces era Melita que ya tenía registro de conducir, para que hablara unos dos o tres minutos con el novio en cuestión. Y luego me traían de regreso a casa, fuera invierno o verano.

Yo imagino que Melita, Mónica y Silvia por ser las celestinas jóvenes no les habrá resultado tan grato interrumpir a veces la cena por unos novios que quizás ni llegaran a casarse; estaban en todo su derecho, más aún considerando el mito de que los marinos tienen un amor en cada puerto.

Hoy con este recuerdo quise homenajear a Dominga y a su familia porque hicieron posible que el señor Andrés Naser y yo hayamos construido una familia con bases sólidas.

Y por supuesto el sutil codazo de la señora González fue promisorio.

WhatsApp - Instagram – Facebook, Amor 2020. Pero… Tener una celestina, no está demás.

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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