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La larga convalecencia
Por Oscar Moscariello
Al revisar las previsiones de la revista The Economist para 2020 nos damos cuenta que el año a punto de terminar debería haber sido una fiesta. Por los Juegos Olímpicos de Tokio, por el campeonato europeo de fútbol, por el 250º aniversario de Beethoven.
En lugar de fiesta, hubo enfermedad, confinamiento y duelo globales. Por supuesto que las vacunas ofrecen alguna esperanza, pero para comprender los meses que tenemos por delante debemos comparar la pandemia con un tsunami.
Tras el imparable avance del mar, las aguas comenzarán a retroceder y a destapar la verdadera magnitud de los daños. Cuando la marea vuelva a la normalidad, veremos un cuánto aumentará el desempleo y la pobreza y en cuánto se agravará la desigualdad entre el Norte y el Sur.
Es decir, la vacuna traerá la cura, pero también un choque colectivo.
En la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) se espera una caída del PIB para 2020 igual al crecimiento que se proyecta en 2021. Sin embargo, el antes y el después de la pandemia no serán una suma cero.
El virus COVID-19 será un acelerador de cambios que ya estaban en marcha entre nosotros y para los que el concierto de las naciones todavía no ha definido anticuerpos o amortiguadores sociales.
Responsable del 10% del PIB mundial, el turismo se encuentra frente a una década negra. La crisis de las aerolíneas y la multiplicación del valor bursátil de plataformas de videoconferencia como Zoom tiene un significado claro: habrá menos, mucho menos, viajes de negocios y habrá más, mucho más, teletrabajo.
Otro dato que importa destacar es la caída de la renta disponible de las familias. Según la Organización Internacional del Trabajo, “se estima que la pérdida de ingresos a escala mundial a lo largo de los tres primeros trimestres de 2020 se eleva al 10,7% con respecto al mismo período de 2019”. La cifra es impresionante: USD 3,5 billones.
No obstante, en lugar de una mayor solidaridad, corremos el riesgo de caminar rumbo a soluciones inmediatistas. La tentación de buscar victorias de corto plazo en vez de planificar un futuro sostenible, de concentrar el poder en vez de privilegiar el diálogo social, podría intensificar la erosión de las democracias liberales.
A algunos liderazgos políticos les resultará conveniente suspender o postergar los compromisos climáticos, solo para proteger artificialmente las industrias y el empleo doméstico.
Asimismo, no tendrán ningún problema en utilizar la pandemia como arma arrojadiza, restringiendo las libertades civiles, reforzando la vigilancia sobre las poblaciones y limitando los derechos de los migrantes.
Sin embargo, no todo son malas noticias. Podemos y debemos estar orgullosos por crear seis vacunas en un tiempo récord. Nuestros antepasados, que vivieron el terror de la peste negra y de la gripe española, no tuvieron tanta suerte.
Por otro lado, el multilateralismo parece estar cobrando un nuevo ímpetu en algunas regiones del mundo. Esta vez la Unión Europea no perdió tiempo en ayudar financieramente sus Estados-miembros. Al mismo tiempo, los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático se han convertido en la mayor zona de libre comercio del mundo.
Estos movimientos dejan todavía más aislados las regiones que siguen por un camino distinto o, mejor dicho, por ninguno camino, como es el caso del Mercosur.