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La memoria compartida se cuenta con el corazón: “La esperada final”

La memoria compartida se cuenta con  el corazón: “La esperada final”

Discutíamos con unos amigos varios temas incluido el impacto que provocó en cada uno de nosotros la aparición de la televisión. En todos fue diferente.


Por Amalia Doello Verme (*)

EL ARGENTINO

 

Algunos sintieron la discriminación bullying:

* ¡Yo tengo tele y vos no!

* Déjame ganar o no entras a ver la tele.

* Que vas a tener tele si vos sos re pobre.

 También se escuchaban las frases que construyeron vínculos:

* Dice mi mamá si querés ir a casa a tomar la leche y ver la tele.

*  Vení a casa cuando quieras y trae a tu hermano.

Pero otra cosa eran los adultos que también competían y “canchereaban” con el conocimiento de las series y los protagonistas.

El diálogo hizo surgir recuerdos que compartimos quedando mucho para la próxima “juntadita”.

En nuestro pequeño mundo, las monedas ocuparon un lugar importante… ¡y los botones también!

De toda la programación sin duda, Titanes en el Ring nos atrapó; se emitía los domingos de tarde y en vivo desde un estadio repleto de simpatizantes que estallaban en gritos cuando aparecía el personaje favorito (luchadores):

* El Ancho Peuchele.

* E Leopardo.

* Hormiga Negra.

* El Indio Comanche.

Y los eternos rivales: Martín Karadagian y La Momia.

Hoy le diríamos reality show.

Llegó la final del torneo, el domingo nadie faltaría a la cita para ver quién ganaría y se coronaría campeón de los Titanes en el Ring.

Llegada la hora para ver el evento, nos dieron la noticia de que no había monedas para la entrada. No había opción, si no tenés para la alcancía, no entras. Así era de implacable la lata.

Ocurrió lo impensado, mi hermano “Chifliqui”, dijo: “Yo tengo monedas para todos. ¡Vamos!”.

Entramos, y ya había comenzado el torneo, a medida que se acercaba la final nos convertíamos en fans del más forzudo, o del más aparatoso para llegar al ring.

Y llegó el encuentro final, ya se iba a saber quién era el mejor de los mejores. La transmisión era impecable, se veía perfectamente la imagen.

Por momentos, y según el relator, ganaba Karadagian, y por otro La Momia, los dos fueron los peores villanos, tramposos, traicioneros, pero uno sería el ganador…

Nuestra alegría y emoción de pronto se frustró cuando apareció el pretendiente de la dueña de la lata, apagó el aparato y nos dio una clase de “moral y civismo”.

* Que ese programa nos enseñaba a golpearnos.

* Que éramos muy chicos para saber que ese deporte les haría a nuestras mentes.

Nos fuimos parando y saliendo muy, pero muy decepcionados.

De camino a casa, conversábamos sobre este señor ¡tan malo! ¡Lo odiamos!

Habíamos mirado todo el campeonato durante muchos meses y recién se daba cuenta de esto.

El más pequeño con sus manos en la cabeza y muy preocupado, nos preguntaba si él podía enfermarse de la mente, aunque tuviera todas las vacunas.

¡Porque no esperó 10 minutos a que terminara!

¿No es que los enamorados irradian amor? ¿Y este?

Al escuchar el alboroto en la vereda, salieron todos y ahí se enteraron de lo ocurrido ¡No lo podían creer!

Sentirse fuerte frente a la vulnerabilidad de un grupo de nenes, vecinitos y que habían pagado la entrada para ver la final.

Mis hermanos querían ir a exponer el reclamo al estilo Titanes en el Ring, pero desistieron por los argumentos de mi papá.

Todos coincidimos que el mayor damnificado era el que había pagado la entrada para los cinco.

El supuesto damnificado comenzó a reírse estruendosamente y con cara de quien ha cometido una gran picardía dijo: “La sorpresa que se van a llevar cuando abran la lata”.

¿Por qué decides eso? ¿Qué hiciste?

Con la mirada nos pidió complicidad y dijo: ¡Puse cinco botones!

Todos reíamos porque estábamos enojados con el señor, después mi papá nos dio una cátedra “de moral y civismo”, pero de la verdadera.

Nos enteramos que al torneo lo ganó Martín Karadagian.

Y a la camisa de Grafa color gris de mi hermano mayor, le faltaban 5 botones.

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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