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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
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No me gusta que el presidente de una república democrática gobierne por decreto. No me gusta que esos decretos estén orientados a limitar nuestras libertades. No me gustan los toques de queda ni los estados de sitios. No me gusta que se manipule una desgracia sanitaria para concentrar poder.


Por Rogelio Alaniz (*)

No me gusta que desde el poder se le exija a la sociedad comportamientos excepcionales mientras los poderosos se toman licencias de todo tipo. No me gusta que se responsabilice a los jóvenes de las desgracias que el gobierno no sabe gestionar. No me gusta que la ley violente sus propios principios: rigor para los débiles y licencia y luz verde a los poderosos. No me gusta que a delincuentes comunes como Boudou o Milagro Sala los presenten como presos políticos. No me gustan los razonamientos que arriban a la conclusión que un país no pude detener a una ex presidente por una cuestión de imagen, cuando es precisamente en nombre de esa imagen que un país serio debe aplicar el principio de igualdad ante la ley. No me gusta que Cristina Kirchner gane dos millones de pesos por mes, perciba una retroactividad de cine millones y no pague Ganancias. No me gusta Cristina Kirchner. No me gustan las farsantes metidas en política. No me gustan los monumentos a Néstor Kirchner y los edificios públicos luciendo su nombre. No me gusta que un Centro Cultural lleve su nombre. No me gusta que Kirchner haya desplazado a Borges. No me gusta que el presidente de la nación prometa o amenace meterle mano a la justicia violentando principios republicanos. No me gusta que un presidente de la nación mienta y su palabra valga menos que la moneda argentina. No me gustan los indultos y las amnistías, sobre todo cuando parecen estar orientados a dejar en libertad a delincuentes. No me gusta Eugenio Zaffaroni, como tampoco me gustaba Norberto Oyarbide. No me gustan los jueces kirchneristas. No me gusta Aníbal Fernández. No me gusta por lo que fue, por lo que es y por lo que promete ser. No me gusta que un tema serio como la vacuna esté acechado por las sombras de las sospechas. No me gusta que el presidente y sus funcionarios no den explicaciones limpias y claras sobre este tema. No me gusta que no me expliquen por qué la vacuna Pfizer fue aceptada en en países serios, pero según nuestros funcionarios a nosotros nos exigieron “condiciones inaceptables”. No me gusta que se sospeche que el hábito criollo de la coima ronde alrededor de las vacunas. No me gusta la vacuna rusa por la sencilla razón de que aún no fue legitimada por los organismos de control. No me gusta Putin porque desde Catalina de Médicis en adelante los envenenadores nunca me gustaron. No me gusta que en Olavarría, por ejemplo, las vacunas se hayan inutilizado por la intervención de los compañeros de La Cámpora enfrentados con un intendente de Cambiemos. No me gusta La Cámpora, tal vez porque nunca me gustó Cámpora, por la sencilla razón de que los alcahuetes y obsecuentes nunca fueron de mi agrado. No me gustan como gestionan Aerolíneas Argentinas. No me gusta Pablo Biró y sus matones. No me gusta Victoria Donda, porque nunca me gustaron las personas que se aprovechan de los más débiles. No me gusta un país con las escuelas, los colegios y las universidades cerradas. No me gusta que se anticipe que seguirán cerradas durante el año 2021. No me gusta que quienes decidan sobre la educación nacional sean los sindicatos. No me gusta Roberto Baradel. No me gusta que su imagen esté tan alejada a la imagen que tengo de un maestro o un profesor.

No me gustan los arrebatos prepotentes y demagógicos de Sergio Berni. No me gusta que un panqueque profesional y un “pelotudo” asumido como Oscar Parrilli amenace la libertad de prensa y nadie de sus filas lo desmienta. No me gusta que Argentina legitime la dictadura de Maduro. No me gusta ver a mi país cerca de Venezuela, Nicaragua, Irán y Rusia. No me gusta cómo está hoy la Argentina y mucho menos me gusta el futuro que se avizora. Sí me gusta vivir en la Argentina. Y me gusta imaginar un futuro más digno, más despejado, más justo y más libre que éste presente teñido de ruinas, espectros y despojos.

 

(*) Rogelio Alaniz es periodista del diario El Litoral de Santa Fe. Esta Opinión fue publicada originalmente en Análisis Digital.

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