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Diario El Argentinomiércoles 17 de abril de 2024
Opinión

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Ética, deshonestidad y militancia

Ética, deshonestidad y militancia

La vacunación de personas a las que no les correspondía, desde la cúspide del poder, es una inmoralidad absoluta e inapelable


Por Eduardo Mondino

 

Los argentinos y argentinas hemos vivido actos deshonestos generados en la cúspide del poder que vuelven a tensar la siempre compleja relación entre la ética pública y el sistema político.

Como en otras oportunidades el acto antiético quedó expuesto, como tantos otros, a la vista de todos, con justificaciones de una vaguedad y ligereza que le agregan al hecho una crueldad manifiesta, ya que los perjudicados son las personas más vulnerables de la sociedad y con más riesgo de perder la vida en esta maldita pandemia.

Cada vacuna colocada en el brazo que no correspondía, hoy le falta a uno de esos argentinos/as vulnerados y quienes cometieron esos actos ya sea por acción u omisión faltaron a los principios básicos de ética.

Ya Santo Tomás, de acuerdo con Aristóteles en la concepción teleológica de la naturaleza y de la conducta del hombre, sostenía que toda acción tiende hacia un fin y el fin es el bien de una acción.

Aristóteles distinguía dos tipos de virtud o excelencia humana: virtud ética o moral y virtud dianoética o intelectual. Ambas expresan la excelencia del hombre y su consecución produce la felicidad, ya que esta última es “la actividad del hombre conforme a la virtud”.

El sabio Aristóteles escribió: “Por naturaleza somos más inclinados a la intemperancia y deshonestidad que a la modestia de mantener la ética”.

En decir, según estos grandes filósofos y pensadores, la ética requiere un ejercicio intelectual. Es decir, no es acto de la naturaleza y quebrarla requiere una acción intencional, no es fortuita.

Tal vez estos conceptos parezcan complicados, pero si no buscamos en la profundidad del pensamiento resultará muy difícil poder comprender algunos hechos y/o acciones de la Argentina de este tiempo.

El Papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas, en una de ellas, Mater Et Magistra, desarrolla parte de las bases la Doctrina Social de la Iglesia de hoy. Allí, además de fundar el compromiso que deben tener los cristianos y fundamentalmente los católicos con lo social, estableció los principios de la ética de la Solidaridad y del Bien Común.

“La ética de la solidaridad es innata, nace y se ofrece cuando el otro sufre, peligra o se siente amenazado. Responder ‘desde adentro’, motu propio, cuando la situación lo demanda, es un acto de solidaridad arropado por valores éticos”.

Es la misma que también pregonaba como obispo Jorge Bergoglio (hoy Papa Francisco), cuando nos hablaba de la falta de ética solidaria en las sociedades “que descartan o ignoran el destino de los niños y los ancianos”.

Quienes formamos parte de una generación que abrazó desde la adolescencia la política y nos formamos con el pensamiento de Juan Perón, en sus lecciones de política, estrategia, la lucha por el poder, la liberación nacional, la organización, el Movimiento y el concepto central de la comunidad organizada, generamos un fuerte compromiso de militancia, la rebeldía juvenil que nos llevó a cometer infinidad de errores (y algo más).

Lo sufrimos luego con persecuciones, cárcel, amenazas, torturas, exilio y la muerte de miles de compañeros y amigos, pero esa mística política tenía ideales (para algunos tal vez equivocados) estábamos imbuidos de una ética militante y no de negocios turbios.

También construimos en esos años, con la misma pasión, el compromiso por lo social, inspirados en la obra de Evita, y así pintábamos colegios públicos los fines de semana con donaciones que pedíamos. Compañeras y compañeros daban ayuda escolar o enseñaban oficios en nuestros locales, distribuíamos mercadería y alimentos (obtenidas de varias maneras) en las barriadas populares, juntábamos juguetes en cada día del niño para festejarlo y regalarlos a los más humildes del barrio, etc.

¿Alguien imagina a un militante de nuestro tiempo cobrando por una clase, quedándose con una mercadería, un alimento, llevándose una lata de pintura o un juguete a su casa? Era simplemente inaceptable e impensable.

Nos formamos en la ética de la militancia social, fundada en la acción de Eva Perón, a quien para que la revisara un médico estadounidense debieron dormirla, sino jamás lo hubiese aceptado porque lo consideraba un privilegio. Ya había rechazado el ofrecimiento de las embajadas de España, Italia y Alemania, que habían puesto médicos a su disposición, y siempre se atendió en un hospital público de Avellaneda.

Nuestro país atraviesa un momento dramático, como el mundo, una pandemia con un virus desconocido y letal que ya se cobro la vida de más de 50.000 compatriotas y que tiene una posibilidad de mitigación y esperanza, la vacuna.

La política y el poder tienen reglas y acciones que muchas veces son difíciles de comprender por los ciudadanos que no participan de ella, pero también tiene un decálogo de valores y principios que no se pueden violentar.

Cuando un Gobierno pierde ese eje y quiebra ese decálogo no está tomando decisiones discrecionales, ni arbitrarias (que de por si son graves). Lo que está llevando a cabo son actos inmorales.

La vacunación de personas a las que no les correspondía, desde la cúspide del poder, es una inmoralidad absoluta e inapelable.

Para el director ejecutivo para las Américas de la prestigiosa ONG Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, estos casos son un escándalo. “Según principios de DDHH, el orden de acceso a la vacuna debe ser trasparente y basarse en criterios de salud pública, no en afinidades ideológicas o cargos de gobierno”, afirmó.

Los argentinos y argentinas que vienen padeciendo esta tragedia en todos los aspectos (sanitario, social, económico, afectivo) no merecían tremenda degradación política.

Para quienes logramos entender con el tiempo y estamos imbuidos hoy de esa visión de Unidad Nacional del Perón de “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”, tal vez estos lamentable hechos del vacunatorio VIP, como se ha denominado este delito, nos ayuden a convencer a millones de peronistas que quienes hoy están en el poder no sólo no son justicialistas, sino que además son dañinos para la vida de los argentinos.

Aquellos jóvenes idealistas, a los cuales Perón nos inculcó un concepto central: “Cada uno de ustedes lleva en su mochila el bastón de mariscal y deben ser artífices de su propio destino y no instrumento de la ambición de nadie”. Clarito.

Tal vez debamos asumir esa responsabilidad, siempre estamos a tiempo de cambiar los destinos de la Nación Argentina.

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