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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
Colaboraciones

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Un poco de historia

Un poco de historia

Por Waldemar Oscar von Hof (*)


Especial para EL ARGENTINO

 

Para ubicarnos, lugar una chacra en el medio de la provincia de Misiones, tiempo diciembre 1971. Yo caminando al lado de mi padre camino a comenzar el día cortando los yuyos (carpiendo, verbo proveniente de carpir) en el mandiocal (plantación de mandioca, por lo general mezclada con maíz). Con mi azada al hombro estaba orgulloso de poder acompañar a mi papá en estas vacaciones, después de haber pasado mi primer año en el colegio de curas, Salesianos, para ser más preciso. El ayudar en las tareas diarias nunca fueron un sufrimiento para nosotros, teníamos una obligación impuesta que habíamos heredado de nuestros hermanos mayores y lo dábamos por natural y lógico.

A media mañana obligaba una pausa de agua fresca y charla a la sombra de algún viejo árbol que quedó, resto del desmonte de aquel vergel que era la selva misionera. Primero la charla giró en torno a la plantación, al clima y al calor que ya se hacía sudor a esta hora. Luego el tema de la necesidad de ponerle el cuerpo a la chacra para que la producción sea abundante para compensar el mísero precio de la paga. A mi pregunta de porque papá termino en la chacra, habiendo sido empleado en la cooperativa. Me contó la siguiente anécdota. Era jefe del depósito y por lo tanto el expendedor de la materia prima que los clientes retiraban del lugar. Tres bolsas de cemento, dos barras de hierro y una regadera de hojalata, siempre a cambio de un ticket expendido por la cajera. Hasta que un día faltó el ticket y también la mercadería, que le fue descontado minuciosamente de la paga a fin de mes.

-Recordé quién fue, fui a conversar con él. Me lo negó y tuve que callarme y pagar. A fin de ese año me retiré y preferí el silencioso, pero honesto trabajo en la chacra, aunque muchas veces es amargo por el poco valor de los productos.

La charla fue girando en torno a la historia familiar. A mi pregunta de por qué los abuelos, sus padres, terminaron aquí en el medio de la selva, cuando en Europa estaba la cumbre de la civilización y ahora estaban bien económicamente, me resumió en pocas palabras.

-Papá había pasado la Primera Guerra en el frente, como joven estudiado en mecánica dental, estuvo siempre en el escuadrón de técnicas y tácticas ya que sabía de matemáticas. Sobrevivió y se casó, pero cuando escuchó rumores de nuevos litigios, a partir de la instalación del nacionalsocialismo y con la explosión de una bomba en el barrio, que fue justificada, mentida y desmentida, decidió emigrar al Paraguay, donde todo estaba por hacerse. Había recordado la frase de su madre al estallar la primera bomba antes del gran primer litigio: -Una bomba siempre es el comienzo de algo temible.

Esa mañana continuamos luchando denodadamente, en silencio, contra las malezas que se imponían siempre más fuerte y más altas que la plantación de Mandioca y de Maíz. Mucho antes de las once emprendimos el regreso, otra vez sin conversar mucho, el ruidoso silencio de la selva misionera, que todavía rodeaba nuestra chacra, simulaba muy bien nuestro mutismo.

Al volver a casa, papá preparó el mate y puso la radio mientras mamá trajinaba con las tareas de poner sobre la mesa platos de comida a través de un inexplicable sortilegio de transformar un poco de verdura de la huerta, algo de harina y algún pedazo de carne. Comida que engullíamos, la turba de adolescentes que nos sentábamos a la mesa redonda, como si fuera fiesta dominguera. El noticiero de las doce estaba prendido a medio volumen y el locutor de una AM, de la localidad vecina, iba desgranando una a una las novedades locales, nacionales e internacionales. Generalmente este noticiero de mediodía remataba con algunos avisos para el vecindario. La cooperativa anunciaba la apertura de la compra de la Yerba Mate, se daba aviso de algún corte de luz por las nuevas conexiones en la electrificación rural, algún nacimiento o alguna noticia de fallecimiento. Pero, en este día el locutor tan solo anunció como al pasar que en la ciudad de Buenos Aires había estallado una bomba de considerables dimensiones. Mi padre tan solo me miró de soslayo y permaneció en silencio.

En este verano de 1971 yo había comprendido tres cosas. Nada se logra sin trabajo, lección que hemos aprendido de niños. Segundo, es preferible un trabajo honesto, aunque signifique esfuerzos y, en tercer lugar, el estallido de una bomba siempre es el comienzo de algo temible.

Estamos en tiempo de Pentecostés, una de las lecturas (Evangelio de San Juan 3: 21) que acompaña en este período las celebraciones reza así: “Pero los que viven de acuerdo con la verdad, se acercan a la luz para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios”.

 

(*) Waldemar Oscar von Hof es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata.

 

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