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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Bandera de mi Guale, siguiendo las huellas de tu creador, Francisco Melchiori

Bandera de mi Guale, siguiendo las huellas  de tu creador, Francisco Melchiori

    


Aquello que me has inspirado, río


El viernes se conmemoró recién el sexto aniversario del joven emblema que representa a Gualeguaychú, hay historias que cuando son contemporáneas no se contemplan tanto como con el paso del tiempo. ¿Cómo llega un símbolo a serlo?, ¿qué representa una bandera? Hoy se cumplen 201 años de la muerte del creador de la bandera nacional, Manuel Belgrano, de quien tenemos tanta información que trasciende a la insignia.

Propondremos un itinerario: mirar más allá de las dimensiones de tiempo y espacio. Nos fuimos de viaje al pasado para conocer más de la inspiración detrás de la bandera local, representativa de nuestra ciudad. La noticia dijo, en 2015, que Francisco Melchiori la diseñó en el marco de una convocatoria municipal, concursó y fue elegido de modo unánime. La imagen se inspiró en la leyenda famosa, los colores naturales…, y la trazas hoy ya son públicas y han enraizado con un impacto que re-conoceremos. Cómo fue el proceso creativo de ese artista, en qué se inspiró, qué recorrido previo lo llevó hasta ahí. Mucho más allá de la bandera y su creador, pervive el mensaje que en ella flamea.

 
Libertad, dijo el río

 

Hay una escena de la película “Roma” (de Aristarain) en la que el padre, paciente, sensible y compañero, mirando al río, le aconseja a su hijo de unos diez años (el protagonista) que cuando tenga algo para contar que se acerque hasta ahí, que el río siempre escucha. Casi como una suerte de carta de despedida y legado, su papá se eternizaba en la corriente de aguas dulces.
Justamente, una de las definiciones del término “Gualeguaychú” habla de “Agua de andar lento”. Y todas las acepciones hablan de él: el Río.

De purrete, Francisco adoraba ir a la Isla, amaba esa Libertad de los atardeceres, los botes y su dibujar ondulante, el celeste del cielo purificando el marrón del agua, los colores. Y jugaba, sí, claro, aunque su mirada de gurí era hechizada siempre por el río que nombra a la ciudad. En su alma él se dejaba llevar.

“Ese es el que nos une… lo que me hace sentir que estoy en mi ciudad, lo que nos limpia… lo venero, yo me quedé acá por el río”, sus palabras expresan una cosmovisión, lo dice hoy, lo siente desde siempre.
 

Mi querido viejo


Una generación entera, que creció en los ochenta, fue transitando desde los juegos de mesa hacia las primeras compus y los arcades. El juego más fascinante para Fran era el de la mesa de trabajo de su papá: el tablero. Observaba al arquitecto trabajar, su creatividad interior se movía con la calma y la energía del agua de río. Un pez lúdico observando al Gran Pez.

Transformar de manera armoniosa la naturaleza, hacer una casa, vaya laburo… Ya de chiquito estaba rodeado de la ecología como motor esencial de su ambiente.
Cuando llegó al secundario, en el albor de los 90s, Francisco acompañó a su papá en el aprendizaje de un nuevo lenguaje, la informática, con aquellos monitores donde los colores había que imaginarlos tras verdosos tonos ámbar, tan retro como escasos.

Un mundo
Le llegó el momento de elegir su camino vocacional y coincidió con su papá en ese espíritu creativo, la construcción y la imagen, aunque desde una ruta más del fin de siglo: el diseño multimedial.

Su mochila estudiantil se fue a La Plata y su Universo Nacional lo llevó hacia el tesoro de amistades de diversas inspiraciones: la plástica, la música, la letra... Se tiñó de a poco por otras creatividades. Fue armando su hogar, su familia, llegó la compañera. Y mientras más información técnica recibía, más consciente era de su búsqueda natural, más fluía el cauce de su música interior.
Como gualeguaychuense, recibió la marca de las papeleras… y ese llamado de ver que ya no había más tiempo ni espacio, que la ecología calaba cada vez más hondo, ¡urgía!.
Es un ser de palabras bien pensadas, con un torbellino de emociones que canaliza en un decir de canción: “Hoy a la distancia veo la bandera y sigo sintiendo esa búsqueda por la belleza de lo público, por cuidar ese ambiente que nos hace comunidad”, reflexiona cuando ésta ya ha sido levantada en el corazón de su pueblo.

En algún instante de eternidad, con Anabella, treparon el mundo. Durante dos años vivieron en Brasil. Allí conocieron una cultura que se encomendaba a Oxum, protectora de las aguas dulces, fueron comprendiendo mejor ciertos ciclos. Mientras, había llegado su primera gurisa, que abrió el camino para dos intrépidos muchachitos.
 

Si vivieras en una isla...


Ya más “cocidos”, y con Federica, Ubaé y Shanti en el equipo, volvieron a Gualeguaychú. Fran había incorporado la técnica de los masajes, estaba algo alejado del diseño como trabajo, cuando una mañana llega Raúl a la casa de la isla, donde estaban viviendo, y le dice: “Fran, por qué no te presentás al concurso”. Lo contagió, vio más allá. La convocatoria cerraba a los pocos días, y se pusieron a garabatear entre los dos y el papá le tiró unas líneas inspiradoras y después en su contemplación, el hijo empezó a navegar en las imágenes de su sistema intuitivo.

Pasaron un par de días, buscó los colores, sintió y entendió, de la lluvia de ideas con su papá, que en la leyenda de Fray Mocho había “algo” y se metió río adentro a pescar un diseño que tardó en aparecer y justo sobre el filo del último día presentó su creación. El resto es historia conocida: la pieza que plasmó hoy es la bandera de la ciudad.

“Si no hubiera sido por mi viejo”, se ríe. Y no es de regalar sonrisa, respira hondo antes de cada reflexión y cuando habla de su papá le cambia el tono.

La bandera adoptó un recorrido singular, aparece en camionetas por la ruta 14, se cuela en calcos que inundan lunetas de vehículos entrerrianos, claro, en esta era de la imagen, los símbolos se difunden a otra velocidad. Sin embargo, Fran rescata que el uso que más le llamó la atención fue el del seleccionado de hockey local, que se hizo la camiseta a partir de su diseño. De hecho, le mandaron de regalo una con su nombre y es la que transpira en el fulbito de los martes con sus amigos.

Desde que se adoptó su creación como emblema oficial, él insistió en soltar la obra, y vaya si la bandera le hizo que caso, hoy flamea sola. Se desapega de la pertenencia al símbolo cuanto más se afirma en la raíz que la sostiene: crear un ambiente distinto.

Y hoy, y mañana


Esta actualidad lo encuentra trabajando para el municipio, casi como cauce natural su creatividad fue convocada. Formó parte del equipo que diseñó la marca turística de Gualeguaychú y participa de muchas iniciativas que empujan una “arquitectura” ambiental de una ciudad con clara búsqueda ecológica.
Se le desborda la línea de a ratos cuando habla de lo que le apasiona: la expresión de “un lugar solidario que combine los distintos colores, esos del carnaval, de la naturaleza, del pueblo”. Sus conceptos vuelan al momento de definir qué ciudad imagina dentro de veinticinco años y qué colores deberíamos recuperar, dibuja en el aire barrios inspirados, cual Quinquela Martín. Insiste en venerar el río, se indigna con tanto desmonte y maltrato de los recursos naturales y se siente parte en un Estado municipal que impulsa estas búsquedas. Le preguntamos si es docente, y aunque dice que no, pareciera que sí. Se trata, tal vez, de que concurse, una vez más. Ojalá, allí también, su sueño se haga tan visible.

Nacho Lo Russo

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