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Diario El Argentinojueves 18 de abril de 2024
Opinión

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El silencio a la hora de la siesta

El silencio a la hora de la siesta

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Amalia Doello Verme (*)

 

Antes de comenzar con mi siguiente relato, quiero agradecer todos los saludos, mensajes y aportes que me han hecho llegar los vecinos del barrio. Así como ustedes esperan EL ARGENTINO para leer y recordar con alegría aquellos momentos vividos, yo espero estos comentarios y devoluciones que me hacen tan bien al alma y que seguramente van a aparecer en otras historias próximamente.

Dada mi condición actual, en donde mi físico se encuentra desgastado por una lamentable enfermedad, y con la ayuda de mi terapeuta es que intento continuar buscando por los recovecos de mi mente estos recuerdos, reminiscencia que vienen a mi memoria y realizo el relato con el fin de compartir con todos. De esta manera es que puedo todavía sonreír y sonreírle a la gente que amo.

 

En el barrio también ocurrieron hechos dramáticos con un fuerte impacto en la comunidad local como nacional. Pero, la idea es contar situaciones que nos provoquen esa nostalgia que nos hace recordar momentos lindos de nuestra infancia y juventud.

Se viene a mi memoria una época en que había aparecido en el barrio un personaje al que todos temíamos: era una figura fantasmagórica al que llamaban “La Viuda”, que aparecía por las noches escondiéndose atrás de un árbol para asustar a un casual transeúnte, que despavorido corría hasta llegar a su casa con el corazón en la mano.

Nunca se supo quién era está viuda, que seguramente se divertía con el susto que provocaba en las personas, y fue así que nadie andaba solo a la noche o temprano cerrábamos la puerta para evitar asustarnos, no sé si llamarle “loco” o simplemente alguien que se divertida con la situación que provocaba.

Quizás la viuda negra esté leyendo este artículo y se esté divirtiendo.

Un recurso que utilizaban las familias para mantenernos adentro de nuestras casas a la hora de la siesta era decirnos que pasaría “El viejo de la bolsa”, al que jamás vimos; pero nos imaginábamos que la bolsa era precisamente donde este señor llevaba a los chicos que encontraba en la vereda.

Nos imaginábamos un viejo bajito con barba que le cubría casi toda la cara, con un pantalón rotoso y un gran saco y quién sabe qué llevaría en los bolsillos. Esta gran imaginación era el punto de discusión cuando nos juntábamos con otros Gurises, que opinaban que el viejo era muy alto y que no tenía dientes, y que la bolsa que llevaba al hombro parecía siempre llena.

Por si eso fuera poco, también nos decían que “la Solapa”, otro personaje terrorífico que nunca vimos pero que sí escuchábamos su voz en forma de arrullo y que más tarde, cuando fuimos grandecitos nos dimos cuenta de que las palomas arrullan a la hora de la siesta y que esto era lo que provocaba nuestro temor.

Y si con eso no alcanzaba, también nos decían que “los gitanos” se llevaban a los niños que no obedecían lo que los padres ordenaban.

Nunca supimos si en el barrio faltó algún gurí, pero eso no los hacía menos peligrosos y es lamentable que hayamos crecido temiendo a este grupo de personas cuya idiosincrasia era totalmente diferente a la nuestra y no por ello serían capaces de robar criaturas, en fin, cosas de nuestros padres.

Y para los chiquitos también había una amenaza para los que no querían tomar la sopa o la leche: ¡vendría el cuco!

Recientemente escuché a un historiador español que me permitió saber el origen del cuco. Resulta que, en algunas regiones de España, el carnaval era tan tradicional como el nuestro y un señor comandaba uno de los grupos más esperados por su alegría y su baile frenético.

Este señor siempre traía puesto una remera grandota, en el centro del pecho un círculo donde decía “cuco”, cuando lo veían llegar decían: ahí viene el cuco. Refiriéndose al señor en cuestión.

Nosotros, los más grandecitos no le habíamos adjudicado fisonomía alguna si era alto o bajo, gordo o flaco y si llevaba bolsa, por ejemplo.

A la distancia puedo ver que, con cosas simples, nuestros padres nos alertaban de ciertos peligros, por eso en mi barrio a la hora de la siesta había silencio.

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

 

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