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Historias de Vida en Pandemia: La resiliencia de María Esther Garbino, Pirucha: tan única como universal

Historias de Vida en Pandemia: La resiliencia de María Esther Garbino, Pirucha: tan única como universal

1)-  Asamblea anual de escribanos. María Esther, presidenta de la Comisión Notarial de Gualeguaychú. 2) Pirucha, Omar y sus retoños: María, Clara, Pedro y Trinidad. 3) Con sus padres y hermano.


El día 19 de marzo de 2020 ella cumplió 90 años, su recorrido es una epístola rebozante de libertad y progreso de la Gualeguaychú originaria. Clase y mundo, los dos nortes de su picardía vital. La primera escribana mujer de esta ciudad otrora pueblo. Madre recién a los 46. Una “Pirucha”, como la apodaron de pequeña.
Este recorrido habla de María Esther, en singular, aunque incluye una pluralidad inimaginable.
               
Aquel periplo

Tradicional es esa pregunta-puerta: “¿cómo es tu apellido”. En aquel pueblo pujante, luz sureña de una Entre Ríos que asomaba en la compleja década del ‘30, decir Garbino era hablar de una de las familias “río”, esas que en su cauce tienen corriente interior y hacia su alrededor todo crece. En esa cuna de encuentros llegó una muchacha distinta. 

Apenas  nació, más allá del sello abrazador del apellido, fue su apodo el que la predestinó. Una tía que la vio al nacer, percibió sus morisquetas, hasta conectó con sus ojos expresivos, de mirada amplia como un campo. Y dijo, esta nena es Pirucha, y su «bautismo» caló tanto que a más de noventa años pocos conocen su nombre, una generación entera sabe quién es ella, por su apodo, y su apellido.
En aquella Gualey que mutaba de pueblo a ciudad, entre negocios y ríos abrazadores, Piruchita trepó los árboles de un caserón familiar que sobre la más céntrica calle fue el hogar durante décadas (hoy las altas construcciones modernas han borrado aquella arquitectura). En aquellas tardes interminables de juego, ella se empandillaba y transitaba libre la vereda y el jardín. “Un carnaval desfachatado la Pirucha”, decían en su casa. Y también en el campo, a donde iba mucho con su familia, allí jugaba en vacaciones de árboles frutales y atardeceres de hamaca. Cada carrera, mancha y escondida la mostraban a ella en todo su esplendor, con la picardía como motor.


Rúbrica de mujer
Cuando Pirucha creció, se volvió Piru. Fue madurando en su ser mujer y dos banderas la guiaron hacia su destino vital. La primera, viajar: incansable buscadora, inquieta, anhelante de mundos, ningún horizonte le quedó lejos. El mandato social era el de buscar un buen muchacho, pues, ella conoció y tuvo muchos novios, sin embargo, no quiso que sus alas se detuvieran, no era su momento. Moderna y canchera, fue vanguardista en épocas en que el lugar para las mujeres no era ni el profesional ni el protagónico. Cuentan que fue quien usó la primera bikini en la ciudad.
En aquel viajar, aparecía su segunda bandera, la profesión: escribana, claro... si su papá había abierto el cauce, por qué no continuarlo y se plantó en su propio vuelo. Fue a estudiar la carrera y su rendimiento le mereció un título del que nunca dudó que conseguiría, más allá de los compañeros que la miraban en aquella época de costado “está loca esta mujer”. Y si la locura era el tener los mismos derechos, sí, fue una Pirucha total. Al punto de que se constituyó en la primera escribana de Entre Ríos. Se dedicó con pasión a su carrera, fue avanzando en su recorrido al lado de firmas importantes, de contratos de mucha responsabilidad. En su trayectoria llegó a ser presidenta de la Comisión Notarial Gualeguaychú. Que conste en actas: Piru Garbino marcó una época en la profesión.

Y ya pasados los cuarenta apareció, Omar de Zan, galán de aquellos (diez años más joven que ella) que se convirtió en el amor de su vida. Contrajeron  matrimonio, armaron ese nido que hace que una casa sea un hogar, se dieron tiempo para seguir viajando, pasión que compartían. Y en el año ’75, desafiando la escritura del destino, Piru quedó embarazada. En mayo del año siguiente sus faroles claros se llenaron de emoción, ¡se convirtió en mamá! gracias a la llegada de Gabriela.

Con una nueva tripulante en la familia, repartían sus ratos de trabajo con encuentros sociales en sus círculos cercanos de Gualeguaychú. Omar, el Chino, se dedicaba al campo y en ese ir y venir de la ciudad, con la naturaleza siempre como inspiración y descanso, los años se fueron haciendo afecto y a fuerza de trabajo y vida, el siglo completó su ronda. La curva del 2005 sumó un jugador clave para la familia, José María Leston: ¡el yerno! «es como un hijo para mí», dice ella cuando lo nombra.

La historia de una persona se vuelve trascendente en sus raíces. Vaya si los nietos no son el retoño más milagroso de un árbol genealógico... Con el Chino se transformaron en abuelos de cuatro: María, Clara, Pedro y Trinidad. Sus rutinas incorporaron juguetes y espacios para que esa gurisada correteara. Contemplar los primeros pasos... Esa fue la misión vital que encontró Piru al jubilarse.

Llegó tan bien a los noventa..., con los signos lógicos de la vida, sí, aunque con una salud y talante impecables.

Este durante incierto
Y ese día, el de su cumple, llegó la pandemia, y al cabo de diecisiete meses, ya, el físico fue sintiendo los achaques de una situación colectiva inédita.
Aquí es donde toda historia singular se vuelve el reflejo de una pluralidad que incluye a nuestros ancianos. La situación de encierro puso en jaque una cuestión crucial: había que cuidar la salud física del virus, sobre todo en la tercera edad, aunque también había que proteger la salud emocional. Como en tantas personas de su edad, la preocupación y el aislamiento fueron instalándose. Personas mayores que miran por la ventana con la incertidumbre de un cuándo, buscando «no generarle problemas» a sus hijos.
Entre medidas y pronósticos de especialistas, una mañana se fue a bañar, el noticiero sonaba de fondo. Una distracción, pensaba en otra cosa, un pie que no obedeció y un resbalón se transformó en caída. Y a los huesos, con 91 años, los golpes los afectan distinto. Y se lastimó la cadera. Y su historia clínica de pronto creció, en resumen, se sintió venir abajo. Le faltaba el aire, precisó ayuda de oxígeno para respirar bien. Ese panorama doloroso cuyos detalles son los coletazos obvios de un sufrimiento generalizado, que cada quien afronta como puede...

Como una mañana

La familia, el terreno contenedor por naturaleza. Piru precisó un nuevo giro que la resignificara, conectarse más con el afecto que con la medicina. En un rasgo de fe y eternidad, con ese anhelo de encontrarle un significado personal a este fenómeno que tiene en vilo al mundo, buscó vida en sus retoños.
«Atendeme nena», le pidió a su nieta mayor. Después de tardes de compartir actividades y espacios, de sentirse cuidada y mirada, un día tuvo una ocurrencia: que María tomara nota, que fuera escribiendo lo que su abuela necesitaba dejar como testimonio para ella y sus hermanos.
Cuántos fenómenos surgen en esa sensibilidad, una frecuencia distinta que propone la pandemia. Muchas familias se han unido más, encontrado nuevas oportunidades para relacionarse de otro modo. Y para la mujer de esta historia, el presente se hace futuro en estos espacios que agradece eternamente. ¿Cuáles? Las charlas con su nieta. Son el aire y el sostén para levantarse cada día. Un nuevo modo de seguir arriba en estos tiempos, «báculo» de sus pasos, asoma la vida, en el vínculo con María, su nieta.

Las charlas se han vuelto entrevista que María registra con su lapicera. Las historias, dignas de un libro, llegaron a manos de este narrador que se encarga de retransmitir. Cuánta vida que merece ser leída, qué ejercicio noble el de unir la infancia con la ancianidad a través de las palabras, anécdotas y reflexiones, historias que trascienden, resiliencia pura. Como la de Piru, una mujer singular que ha descubierto su firma en las manos de sus nietos.

Por Nacho Lo Russo

 


 

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