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Opinión

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La hora de derribar el estigma que hay sobre los movimientos sociales

La hora de derribar el estigma que  hay sobre los movimientos sociales

Desde la antipolítica se suele fustigar a los movimientos sociales. Durante años un importante número de personas dio por cierto una serie de mitos, estratégicamente puestos en circulación, respecto al día a día de las organizaciones que trabajan en los barrios.


Por Juan Cruz Butvilofsky (*)

 

Sin embargo, este estigma que recae sobre las organizaciones, que va desde pensar que son todos aliados del gobierno hasta esa falsa creencia de que son espacios donde se fomenta la vagancia, no encuentra su correlato con la realidad. Las cosas son bastante diferentes a lo que este estigma, instalado en una especie de sentido común, trata de decirnos.

En esto hemos sido responsables –también- los medios masivos de comunicación, una vez más como instrumento de la antipolítica, principalmente con la tarea de algunos colegas porteños y de por acá también.

El primer mito a derribar es la supuesta pertenencia irrestricta y acrítica al peronismo. Pero no es así, no todas las organizaciones sociales creen que la salida es de las manos del peronismo. Por ejemplo, el Polo Obrero o el Teresa Vive son organizaciones populares que trabajan desde una perspectiva de izquierda que critica a la casta política con argumentos más sólidos que la derecha.

Es innegable que otros movimientos que sí, adhieren al peronismo o forman parte de una coalición con el gobierno, es decir participan de la vida del Frente de Todos. Algunos desde el peronismo, otros desde las izquierdas más moderadas que hace tiempo trabajan articuladamente con quienes hoy están en el gobierno. Desde antes de Mauricio Macri y con más sectores a partir del gobierno que finalizó en diciembre del 2019.

A pesar de lo que piensa mucha gente, fueron estas organizaciones -desde la izquierda o desde adentro- han insistido desde que empezó el gobierno de Alberto Fernández, en eso de que el plan social debe ser reemplazado por el trabajo. Han gritado en reiteradas ocasiones la urgencia de llevar adelante esa transición, han escrito proyectos para avanzar en ese sentido y muchas veces no se los ha escuchado. Esa idea de que los movimientos sociales quieren sostener como modelo el esquema clientelar es un absurdo, basta con escucharlos una sola vez para darse cuenta que no es así. Las orgas son mucho menos obsecuentes que la clase dirigente de traje preocupada en sostener su lugar de privilegio. No hay privilegios en las barriadas.

Pero no son los movimientos sociales los que hablan cuando hablan los movimientos sociales. Es a través de estas organizaciones que habla el pueblo villero, ese que no se lo escucha porque no tiene voz ni micrófonos que le den cabida. Si los dirigentes sociales exigen que el plan se convierta en trabajo es porque esa exigencia es de los pobres que le reclaman a diario esa necesidad.

Ahí tenemos otro punto que sirve para valorizar el trabajo de estas organizaciones: la presencia. Mientras el Estado está a cuenta gotas, inaugurando con bombos y platillos un cordón cuneta en un barrio sin desagües, son las organizaciones la que día a día brindan alimento a sectores que no comerían sin su presencia organizada. Son los que justamente buscan organizar una vida desordenada por la ausencia del Estado.

Por supuesto, le reclaman al Estado y el Estado sostiene importantes sumas de presupuesto destinado a esto. La magnitud del presupuesto que se destina a las organizaciones es equivalente al problema que tiene la Argentina con el asistencialismo. Insisto, los movimientos sociales buscan superar el modelo asistencialista porque es un reclamo del propio pueblo, la necesidad de poder trabajar.

Ahí se derriba otro mito del sentido común: no quieren trabajar, quieren cobrar un plan. Bueno, en la medida en que el Estado no avance con firmeza en esta transición y siga siendo conveniente cobrar un plan en lugar de conseguir un trabajo ¿por qué la gente tomaría una posición que no le es conveniente?

Las “orgas” están reclamando que obtener un trabajo no sea criterio de suspensión del plan, como paso intermedio. Porque si alguien que recibe migajas en modo de ayuda social, las pierde cuando tiene la suerte de encontrar un trabajo más o menos formal ganando menos, es lógico y razonable que priorice el corto plazo, porque hay personas para las que no existe el mediano plazo.

Entiendo que pueda generar confusión cuando las organizaciones reclaman más presupuesto, cuando se movilizan para tener más dinero. Pero no es ni más ni menos que sostener lo que con mucho esfuerzo sostienen. Los miles de comedores barriales no se alimentan solos. Además, por más que todo junto suene a mucho, lo que envía el Estado no es suficiente para la pobreza que hay en la Argentina.

¿Cómo no van a pedir más presupuesto las organizaciones que alimentan a miles de niños que no pueden comer por ser pobres o indigentes? ¿Cómo no lo van a hacer si no dan abasto? ¿No es hasta un deber de quien está día a día junto a quien sufre hacer todo lo que esté a su alcance para mejorar su situación? Si no lo ves, como dicen las calles, googlea empatía.

Acá en la provincia y a nivel país hace tiempo se le está buscando dar manija a planes que sean de trabajo. Son programas que establecen un presupuesto para capacitación y puesta en marcha de distintos proyectos. Vamos al ejemplo de las obras: una cooperativa de un barrio x –organizada por la intervención de los movimientos sociales- recibe presupuesto para capacitación y construcción de las veredas de su propio barrio. Es decir, no sólo se capacita y genera empleo, sino que se busca la transformación del lugar.

Este último es un gran ejemplo: son las organizaciones la que reemplazan al Estado donde no está. Hasta tal punto que las veredas de un barrio, algo esencial para la gran mayoría de la población, las tienen que hacer ellos mismos por haber nacido en un lugar donde el Estado no estuvo salvo en campaña.

Pero el Estado y la casta dirigente –más a la derecha de lo que cree el votante de Milei- se aprovecha de esta situación. Desde el 2001 en adelante, Argentinazo mediante, los movimientos sociales sirvieron como contención del descontento en las barriadas. Si durante el gobierno de Mauricio Macri no se fue todo por los aires fue, en parte, porque los movimientos sociales estaban en los barrios. Esto último cabe para los dos años de Alberto Fernández en Casa Rosada, a pesar de algunos matices. Sin los planes, lo que cruje es el poder y por eso el presupuesto asistencialista se mantiene a pesar de que no alcanza.

Para ir finalizando este intento de explicación de porqué hay que derribar los mitos y estigmas que recaen sobre las organizaciones sociales, no quiero olvidarme de un punto no menor. En esos barrios, donde están las “orgas” y no está el Estado, la disputa de poder es con el narco.

No son pocos los ejemplos donde se pone en evidencia que la organización criminal del narcotráfico intenta expulsar de los barrios a las organizaciones sociales. Claro, le disputan el poder territorial que el Estado libera –o participa-. Esa organización criminal le ofrece al pibe una salida económica que ni el sistema ni el Estado le garantiza y vuelvo otra vez a plantear ¿Por qué creemos que una persona tomará una salida moralmente correcta cuando la urgencia es del día a día?

Bueno, son las organizaciones la que le dan pelea al narco en el día a día. Algunas lo hacen desde una perspectiva equívoca a mi parecer, focalizando más en la droga que en el crimen, en el vicio que, en sus causas, pero éstas y las otras organizaciones son las que están mientras la Policía hace la vista gorda.

En definitiva, un breve aporte para que cuando pienses que los movimientos sociales son descriptos por ese estigma, revises un poco. Hacen mucho más de lo que se cree y son las voces que reclaman las urgencias que el sistema silencia.

 

(*) Por Juan Cruz Butvilofsky es periodista y trabaja en www.análisisdigital.com.ar, desde donde se extrajo esta columna de Opinión.

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