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Diario El Argentinojueves 25 de abril de 2024
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Elsa Courtet: la mujer que cuando daba la palabra, daba el alma

Elsa Courtet: la mujer que cuando daba la palabra, daba el alma

Elsa Courtet hizo del diálogo una oportunidad para el encuentro.


Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO

 

Vivió lo suficiente para ver todos sus mejores sueños hechos realidad. Elsa Courtet, socia gerenta del diario EL ARGENTINO, falleció el lunes 6 de diciembre a los 74 años y con todos los desafíos importantes de su vida asumidos y realizados.

Enseña el idioma guaraní que el término “Ñe´é” se pronuncia tanto para designar al “alma” como a la “palabra”. Es oportuna esta imagen sonora porque cuando Elsa daba la palabra, daba el alma.

La palabra para ella era un territorio sagrado. “Si el comentario no suma, es mejor hacer silencio”, se la puede parafrasear cuando expresaba la inutilidad de una acotación que podía herir algunas susceptibilidades. Su compromiso con el prójimo era innegociable, especialmente para no afectar la percepción de dignidad que entraña el propio concepto de persona.

Elsa Courtet –el autor de este artículo se lo ha expresado en vida- ha sido una buena persona, siempre presente para los demás, siempre actuando en consecuencia con la caridad y la esperanza.

Compasiva, bondadosa y humilde (nunca se consideró superior a otro), ella se destacó –casi siempre con bajo perfil, pese a conducir un diario centenario- por su capacidad de contención, haciendo una misma entidad entre su palabra y sus gestos.

Pero hay algo más: si bien toda persona nace buena, entonces está claro que en la vida se deben incorporar valores culturales tan particulares como universales, y ello implica aprendizajes y constancias.

A continuación, se comparten una serie de cualidades o valores que describen el testimonio de vida que ha tenido Elsa y que ha sido elaborado por seres queridos, amigos, empleados y quienes llegaron a conocerla un poco más en profundidad.

Así, Elsa es descripta como “una mujer bondadosa”. No era egoísta sino generosa. Amable. Nunca se la escuchó elevar la voz y con una gran capacidad de escucha y comprensión, aún por aquellas ideas o posturas que no eran coincidentes con ella. En ese sentido, además de la bondad, ejercía –propio del periodismo- la cultura de la tolerancia, garantizando la diversidad de pensamiento.

Por eso también no fue extraño que otros subrayaran su “empatía”, es decir, su capacidad para comprender a los demás. Sabía –porque era una mujer sabia- ponerse en el lugar del otro. El dolor ajeno no le era ajeno: he ahí también su caridad y piedad.

“Era una mujer con mucha consciencia”, fue otro valor que se ha destacado en su testimonio de vida. Ella ejerció siempre la responsabilidad como persona individual pero también como ciudadana que era parte de una familia más grande: la comunidad. Y enseñaba el ejercicio de la prudencia, especialmente para evaluar el impacto –positivo o negativo- que pudieran generan las palabras y los gestos, tanto en los demás como en uno mismo.

Elsa Courtet hizo suya la enseñanza bíblica que indica que “sólo la verdad nos hará libres”. Por eso la sinceridad fue otro testimonio que indubitablemente la describe en todo tiempo y lugar. En ella se reflejó siempre esa virtud de manifestar y actuar de manera coherente con lo que se siente y se piensa. Esa franqueza fue enriquecida al no ubicarse nunca en el territorio “de las verdades únicas” o en los “discursos que marginan”. No disimulaba lo que pensaba, pero garantizaba que todos pudieran decir sus pensamientos y expresar lo que sentían. Y otra consideración que vincula su sinceridad y su consciencia: su franqueza no era hiriente, por eso tenía el don de no ofender cuando hablaba.

Otro valor que en ella era reconocido por propios y extraños era la transmisión de confianza. Tenía la virtud de inspirar seguridad, aún en los momentos más difíciles o débiles de una experiencia. Nuevamente, esa confianza era reflejada porque cuando ella “daba su palabra, daba su alma”.

Nunca se sintió una mujer poderosa, pese a conducir un diario centenario como EL ARGENTINO, que es una empresa periodística, cultural y tan esencial para registrar la identidad y el sentir de una comunidad. Por eso también la humildad fue otro rasgo distintivo de su vida. Como pocas personas en roles de conducción, reconocía sus limitaciones y alumbraba las virtudes de los demás. En ese sentido, era transparente y genuina: otras dos palabras que invitan a pensarla como una mujer sencilla y espontánea, sin especulaciones ni ventajas: transparente y genuina, vale repetirlas.

Lo otro que enseñó durante la conducción del diario es que tener un modo afable con los demás, tiene como consecuencia casi inmediata contribuir a un beneficio que redunda en el fortalecimiento como sociedad.

La paciencia fue otro rasgo que la distinguió. Era paciente para luchar por aquello que soñaba, pero también para superar las imposibilidades del momento e incluso las posibles frustraciones ulteriores. La paciencia en ella era un aprendizaje que enseñaba que siempre hay nuevas oportunidades. O si se prefiere, que no hay problemas que no tengan su solución.

Responsable y solidaria. La responsabilidad también era ejercida con un claro sentido colectivo; asumiendo compromisos y obligaciones en los peores momentos económicos del país para sostener las fuentes de trabajo. De hecho, en EL ARGENTINO, con sus más de cien años de diario ejercicio y en un rubro que debe asumir adecuaciones tecnológicas, los despidos no superan las dos o tres personas; mientras que los ciclos que finalizaron, los acuerdos de partes de desvinculación sumarán tal vez una media docena, capaz que menos incluso. Es una marca pocas veces difundida y que pocas empresas pueden exhibir. Es una distinción. Y habla de la responsabilidad y la solidaridad, en un mundo donde la injusticia impide el desarrollo y el crecimiento. No es casualidad que la falta de responsabilidad –junto con la cultura del diálogo erosionada- hoy sean tal vez los rasgos distintivos que reflejan la crisis de civilización que se padece.

La palabra “gracias” era pronunciada por ella, y siempre –pero siempre- se hacía eco en su mirada y en su tono bondadoso para señalar los hechos. Era una persona que ejercía la cultura de la gratitud y la del diálogo: gratitud y diálogo fueron en ella dos portentos, dos maravillas, que invitaban a vivir la cultura del encuentro.

Por eso en estos momentos -donde la palabra y el alma están embargadas por la emoción-, es oportuno recordarla ejercitando la memoria por su testimonio de vida. Así como dar la palabra es dar el alma, reconocer es también agradecer. Gracias Elsa por lo compartido y lo enseñado.

 

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