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Opinión

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Bailando la reelección sobre el Titanic del FMI

Bailando la reelección sobre el Titanic del FMI

Por Nancy Pazos


Hay pocos argentinos que invirtieron tanto en sostener su autoestima como Mauricio Macri. Psicoanálisis desde siempre -sobre todo después de su secuestro- y, más acá, coaching ontológico, gurús de todo tipo y conferencias de superación personal y colectiva fueron el cóctel con el que el ex Presidente invirtió en la percepción sobre sí mismo. No fue para menos. Hubo que desandar la eternidad de una mirada paterna híper narcisista. Esa que lo miró desde arriba y con desdén hasta desde el propio cajón.

Por todo esto es probable que Macri haya evitado leer por sí mismo el Informe de la Ex Post Evaluation (EPE) que coordinó para el Fondo Monetario el noruego Odd Per Brekk sobre el préstamo que le concedió a la Argentina en 2018 y se haya dejado llevar por la interpretación light que hicieron del mismo el principal involucrado, Nicolás Dujovne y el ex titular del Banco Central, Guido Sandleris, entre otros.

Pero si el ex Presidente se detuviera por un instante en intentar descifrar la cantidad de eufemismos con los que el organismo financiero internacional suaviza el diagnostico letal de fondo, entendería que su sueño de un segundo tiempo en el gobierno, deberá aggiornarse a este nuevo paradigma geopolítico internacional donde hasta el propio FMI entiende que no hay más margen en países como el nuestro para gobernar pensando sólo en los dueños del poder.

Que Macri pensó principalmente en los que más tienen, como algo intrínseco a su sello de origen, quedó claro cuando hace un par de meses ante la CNN justificó su ida al FMI para poder “pagarle a los Bancos Comerciales que se querían ir de Argentina”.

Ahora bien. Dos años después, el Fondo reconoce que el gobierno de Mauricio Macri debería haber reestructurado la deuda privada (en vez de pagarle ,a esos bancos privados que habían venido a timbear financieramente con las altas tasas en pesos de ese momento y el sostenimiento de un dólar barato lo que hacía básicamente una tasa récord en el mundo en dólares y sentarlos a negociar diciendo “ya no puedo pagarte, veamos como seguimos”) y que tendría que haber puesto “control de capitales para evitar la fuga de divisas”. Es decir, un cepo al dólar mucho antes de lo que terminó poniéndolo para evitar justamente que esos bancos se llevaran el dólar barato al exterior.

Lo insólito del informe es que reconoce en varios tramos que fue el gobierno argentino el que puso “red lines”, líneas rojas en el acuerdo. Insólito, porque hasta ahora nunca había habido países deudores que ante pusieran condicionamientos. En esto hay que reconocerle a Dujovne y Macri su osadía.

Está claro que por razones obvias el FMI no puede reconocer literalmente que el préstamo se usó para financiar la fuga. Decirlo taxativamente sería auto incriminarse. Pero no hace falta. Insistir en que el país debería haber reestructurado la deuda y que debería haber hecho un control más estricto de capitales es suficiente para sacar la conclusión.

Algo así como el que quiera oír que oiga.

El llamado EPE del Fondo no deja de ser una especie de informe de la SIGEN que no tiene la entidad de uno de la AGN. La Sindicatura General de la Nación (lo que vendría a ser el EPE del FMI) en Argentina hace informes y envía sugerencias a los distintos organismos. La Auditoría General de la Nación ausculta los gastos, hace control externo y eleva e informa al Congreso. Ese paso es el siguiente en el FMI. Pero pasarán años para ese dictamen externo de la IEO (oficina de evaluación independiente) se termine.

Por eso es tan importante leer entre líneas el trabajo de un año y medio que resumió el noruego Odd Per Brekk. Porque es la base de lo que viene en el borrador de acuerdo con el FMI. Y está claro entonces que el control de capitales ya no es un arcaísmo del gobierno peronista, de los populismos o de la heterodoxia monetaria, sino casi una exigencia del propio organismo financiero internacional.

Tampoco todos los sectores internos del gobierno nacional hicieron una lectura demasiado profunda o coincidente sobre el informe del FMI. Para algunos tuvo “gusto a poco” para otros como el Presidente o el staff del equipo económico fue “lapidario”. Ni muy muy. Ni tan tan. Pero sí está claro que hay muchas cosas que técnicamente el FMI no puede explicar.

De todas maneras, este primer informe en ese sentido es básico. Se pregunta si el objetivo del programa que fue garantizar la credibilidad del sistema financiero argentino se logró o no. Y a la luz del resultado está clarísimo que no.

 “Lo que queda claro es que para esta gente (el gobierno anterior) el FMI es el hijo de la mucama y el chofer. Sus amigos (los capitales financieros o especulativos) cobraron un riesgo que en realidad no tomaron sabiendo que después los platos rotos los pagaba el FMI, que es un empleado de ellos”. La definición corresponde a uno de los integrantes del gobierno que le traduce a Alberto el ida y vuelta con Kristalina Georgieva.

Casi al mismo tiempo que el FMI publicaba el informe (todo un gesto al gobierno porque podría no haberlo dado a conocer), el país tuvo que desembolsar otros 1850 millones de dólares de las exiguas reservas para no caer en default. Ese es el otro punto en el que diputados oficialista criticaron el presupuesto que Martin Guzmán envió al Congreso y que al final no terminaron votando. “Tendría que haber puesto los desembolsos al FMI firmados por Macri para el año que viene. Así quedaba blanco sobre negro a lo que nos sometía ese acuerdo”, chicanearon al ministro cuando fue a hablar con el bloque del Frente de Todos en Diputados.

Está claro que Guzmán es corrido por derecha por la opinión pública y por izquierda por el kirchnerismo dentro del poder. No se queja. En privado reconoce que esa presión interna lo termina ayudando para conseguir alguna ventaja ante la intransigencia de algunos miembros del Bureau.

El ministro sigue despertando internamente amores y odios. Una de las principales críticas que le hacen y no solo el kirchnerismo sino también algunos albertistas es el restringido manejo de la información. “Muchas cosas no se las cuenta ni al propio Presidente”, se quejan. En el ministerio contraatacan: “hace meses que sabemos el contenido del informe del FMI. Si lo hubiéramos compartido no hubiera sido la bomba que fue en esta semana. Se habría filtrado inexorablemente. Así que tan mal las cosas no las hacemos…”.

Lo que está claro es que ahora sí entramos en tiempo de descuento. El contexto geopolítico es un poco más favorable. El triunfo de la izquierda en Chile marca un punto de inflexión en la región. Así como Argentina tiene una tradición histórica de estado presente, de estado como motor de bienestar y con tendencia a la redistribución sobre todo después del 2001 (una cosmovisión compartida por el peronismo y el radicalismo en el siglo pasado), Chile parece haberle puesto fin a la exclusión como eje o paradigma de país que, con sus variantes, más o menos se mantuvo desde Pinochet a la fecha.

Entre el triunfo de Gabriel Boric de la izquierda chilena y la visita de Lula concentración en la Plaza de Mayo incluida, Alberto Fernández parece haberse dado una inyección de optimismo voluntarista. Esta semana reconoció que quiere presentarse en el 2023 para su propia reelección. Una utopía que muy pocos se atrevían a esbozar en público y mucho menos después de la catastrófica derrota electoral.

 

Malena Galmarini debería hacer analizar con más frecuencia los componentes del agua de Olivos. Con menos psicoanálisis y menos gurús alrededor, Alberto Fernández empieza a tener atisbos de desconexión con la realidad parecidos a los de su antecesor.

 

Quién les dice. Quizás es el agua.

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