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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
Opinión

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Verdad y poder

Verdad y poder

Un insumo fundamental de la política es la verdad, el conocimiento cierto de las cosas. Por eso se afirma que el conocimiento es poder. Sin verdad no hay poder y tampoco gobierno.


Por Héctor Ghiretti

 

La reciente discusión en torno al presupuesto puso en evidencia las formas de ejercer el poder político en la Argentina. El Gobierno presentó un documento falseado en sus supuestos, su desarrollo, su alcance y sus objetivos. Lo que debería ser un instrumento fundamental para la buena gestión y la implementación de las políticas públicas es básicamente un conjunto de mentiras, ficciones y datos amañados desprovisto de utilidad. Cabe preguntarse si el poder puede prescindir de la verdad. En su tesis XI sobre Feuerbach, Karl Marx sostiene: “Hasta el momento los filósofos solo se han esforzado por interpretar el mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de transformarlo”. Es pertinente respecto de una rama de la filosofía en particular, la que se ocupa de la acción, la filosofía política. En un rapto de sobriedad intelectual Eduardo Galeano replicó que “la primera condición para modificar la realidad consiste en conocerla”. La política -aunque a veces no parezca- es acción racional. No es sólo eso, pero es racional. La razón, para operar en la realidad, debe conocerla previamente. Un insumo fundamental de la política es la verdad, el conocimiento cierto de las cosas. Por eso se afirma que el conocimiento es poder. Sin verdad no hay poder y tampoco gobierno.

Por otra parte, el poder político recurre a la mentira, es parte de sus prácticas usuales. ¿Para qué le sirve mentir? Para engañar al oponente, aquel quien no queremos que conozca la verdad, porque eso limita su capacidad operativa. La política también es conflicto, confrontación. Pero sólo hace uso eficaz de la mentira quien conoce la verdad. Dice Hannah Arendt que el mejor mentiroso es el que cree en sus propias mentiras. Puede ser cierto en el plano estrictamente performativo -puede ser el engañador más convincente-, pero es muy deficiente en el plano estratégico: el uso que puede hacer de la mentira es nulo, porque no conoce la verdad que pretende ocultar. Desde el poder la mentira se puede vender, pero resulta fatal consumirla. Todo esto sucede cuando el poder político apela eventualmente a la mentira porque la necesita. Pero también es posible que la mentira se convierta en el recurso fundamental del poder: en una forma de gobernar. Desde una racionalidad estricta, gobernar a través de la mentira no es gobernar, sino montar un simulacro de gobierno. Decía Horacio Giacobbe que en el poder se gobierna o se miente. Esto supone dos cosas. Primero, no es gobierno, sino dominación: los gobernados son tratados como enemigos, como un peligro potencial para la continuidad del poder. Segundo, es preciso perfeccionar al máximo las artes del engaño, porque este adquiere una condición de sistema. Dice el conocido aforismo, atribuido (erróneamente) a Abraham Lincoln: ”Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

La forma más perfecta y duradera de la mentira consiste en suprimir el significado propio de cada palabra. Se borra así la correspondencia entre palabra y realidad y en consecuencia, la distinción entre verdad y mentira. El receptor queda inerme ante el enunciado, desprovisto de toda capacidad de confrontación crítica. Lo explicó George Orwell en las consignas del Socialismo Inglés (Engsoc): ”La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”. Orwell concibe un sistema totalitario de dominación perfecta en el que los simples ciudadanos no tienen ninguna chance de sostener una posición crítica, mucho menos disidente. La pregunta es si los líderes del Engsoc mantienen la distinción entre mentira y verdad y pueden hacer un uso discrecional de ellas, porque el riesgo de ser víctimas de su propia maquinación es altísimo. Sin el significado propio de las palabras, las leyes y las órdenes pierden sentido.

Lo explicó Confucio en el siglo VI A.C. Tsé-lu dijo: “Si el príncipe de Vei os pidiera su ayuda para dirigir asuntos públicos, ¿a qué daríais la preferencia?”. “A dar a cada cosa cosas su verdadero nombre”, respondió el Maestro. “¿Eso es importante? -respondió Tsé-lu- Maestro; os separáis del asunto. ¿Para qué sirve esa reforma de los nombres?”. El Maestro dijo: “¡Qué simple eres, Yu! Un hombre sabio se guarda de decir o de hacer lo que no sabe. Si los nombres no convienen a las cosas, hay confusión en el lenguaje. Si hay confusión en el lenguaje, las cosas no se ejecutan. Si las cosas no se ejecutan, las conveniencias y la armonía son descuidadas. Estando descuidadas las conveniencias y la armonía, los suplicios y otros castigos son desproporcionados a las faltas. No siendo proporcionados los suplicios y otros castigos, el pueblo no sabe ya dónde poner la mano ni el pie. Un príncipe sabio les da a las cosas los nombres que le convienen. Y cada cosa debe ser tratada según la significación que se le da. En la elección de los nombres es muy cuidadoso”.

En la Argentina, bajo los Fernández se verifica una funesta combinación del engaño como dominación (Orwell) y como obstáculo para la acción de gobierno (Confucio). Lo primero sirve para ocultar su verdadera naturaleza: un proyecto de poder determinado por las necesidades judiciales de Cristina Fernández. Lo segundo es la cara interna de lo primero. El objetivo de Cristina excluye la posibilidad de la formación de un gobierno con poder real: no confía en nadie. No hay conducción, sino dominación. Eso se verifica en la interna oficialista: divide et impera. Lo que hoy llamamos gobierno es un rejunte de grupos de poder que se disputan porciones del Estado. El simulacro le alcanza al Frente de Todos para dominar a la población y sobreponerse a sus opositores, pero le es insuficiente para gobernar. El resultado es el atraso, el estancamiento, la desorientación general.

La comunicación oficialista sigue básicamente estos lineamientos: inventa logros y avances inexistentes, niega reveses y las contradicciones, genera una imagen triunfalista y de unidad que no tiene nada que ver con la realidad, confundiendo así a la población y desconcertando a la oposición, que por su parte tampoco parece entender que su misión principal, en su preparación para volver al poder, es restaurar el sentido de las palabras y con él la posibilidad de convertirse en un gobierno propiamente dicho. Esa labor de desenmascaramiento, discernimiento crítico y de esclarecimiento es agotadora, pero imprescindible. En este río revuelto sólo ganan los pescadores: los que vienen a depredar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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