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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
Opinión

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No abandonemos a Ucrania

No abandonemos a Ucrania

Por Rafael Micheletti (*)


Los dictadores solo entienden de poder. Si se sienten impunes, avanzan. Únicamente se frenan ante un contrincante clara y contundentemente superior, que les haga pensar que pueden perderlo todo si lo enfrentan. Esto es lo que no se entendió en el preludio de la Segunda Guerra Mundial con Adolf Hitler, y lo que otra vez no se comprendió con Vladimir Putin.

La psicología, las prácticas y los métodos de los dictadores los empujan a buscar el poder absoluto tanto dentro como fuera de sus fronteras. Y el proceso de expansión se retroalimenta, volviéndose más difícil de frenar a medida que avanza. Cuanto más poder conquista un autócrata, más necesita apropiarse del poder faltante, ya que hay más puntos de resistencia y amenaza.

Si algo nos ha enseñado la historia, es que siempre hay que prepararse para el peor escenario posible y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para evitarlo. Las dictaduras tienen la habilidad de sorprender para mal. Muchos creían que el encono de Hitler con los judíos se limitaría, como mucho, a quitarles la ciudadanía y expulsarlos de su país. ¿Qué necesidad, después de todo, de involucrarse en semejante atrocidad, manchar la imagen de Alemania y arriesgar irracionalmente su propio poder?

Ahora queremos pensar que el odio de Putin hacia los ucranianos y hacia Ucrania como idea se limitará a anexar sus territorios pro rusos o colocar un gobierno adicto. Pero ¿qué sucedería si Putin practicara un genocidio en Ucrania? De nuevo: no se afirma aquí que ello vaya a suceder, sino que tenemos la obligación moral de asegurarnos de que no pueda ocurrir. Si un exterminio tuviera lugar, seguramente de inmediato aparecerían numerosas voces escandalizándose, denunciando la falta de humanidad del dictador, la atrocidad de la guerra, etc. Pero, seguramente, muchas de esas voces serían las que, poco tiempo atrás, se opusieran a una intervención militar más activa contra Putin en Ucrania con la excusa de no escalar una guerra que ya existe.

Esto no es una crítica partidista hacia Joe Biden o el Partido Demócrata de Estados Unidos. De hecho, fue con el republicano George W. Bush que Putin empezó a expandirse territorialmente, a ganar confianza y a experimentar impunidad. En 2008 invadió Georgia, apropiándose del territorio de Osetia del Sur, ante la inacción total de Estados Unidos. Como era de esperar, no se conformó con ello. En 2014, esta vez con Obama en el poder, arrasó con la península de Crimea, en Ucrania, al tiempo que apoyó a los separatistas del Donbás. Un año después, en 2015, intervino sobre Siria.

Fue Donald Trump (otro republicano) quien les dio la espalda a los aliados históricos de Estados Unidos, llegando a amenazar con salirse de la OTAN. Esto quebró una confianza muy difícil de reconstruir y debilitó sobremanera al bloque democrático. Fue también Trump quien disminuyó la ayuda militar a Ucrania en sus primeros dos años de gobierno, contrarrestando una tendencia de crecimiento sostenido y retardando su desesperado rearme. De hecho, uno de los mayores escándalos de su gobierno fue la filtración de una conversación en la que usaba el retaceo de la ayuda a Ucrania para presionar a su presidente con el objetivo de fabricar una condena judicial y manchar a su principal oponente político, Joe Biden. Todavía hay sospechas de que Putin haya financiado y apoyado la campaña de Trump y que, a cambio de ello, este último (lógicamente de forma disimulada) haya sido funcional a los intereses del Kremlin de manera sistemática (razón por la cual Putin habría estado “calmo” durante su mandato).

Ahora, finalmente, el dictador ruso decidió invadir un país tan extenso como Ucrania, ante el temor de que se uniera a la OTAN y se volviera inconquistable. Los antecedentes de este evento, como vimos, son una serie de pequeños y progresivos avances impunes. Estos retroalimentaron un proceso expansionista de forma similar a como sucedió con Hitler previo a la Segunda Guerra Mundial.

Si algo debiéramos haber aprendido de la historia es que los procesos autoritarios o expansionistas hay que cortarlos de raíz. Frenarlos en seco en el primer paso. Evitar que se desaten y se genere un efecto bola de nieve. Luego, pasa a ser cada vez más necesario y costoso ponerles un fin. En el caso de Hitler, se lo dejó avanzar tanto que la única forma de terminar con él fue nada menos que la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.

¿Acaso las democracias del mundo seguiremos dándole impunidad a Putin? ¿Continuaremos siendo cómplices por inacción de la retroalimentación del proceso expansionista de Rusia? ¿Dejaremos que el autoritarismo engulla democracias nacientes como Ucrania? ¿Permitiremos que exista la posibilidad de que tenga lugar un genocidio o crímenes de guerra aberrantes de manera sistemática? ¿Seguiremos dejando pasar el tiempo y que sea cada vez más necesario y costoso reaccionar? ¿O, por el contrario, haremos lo correcto y lo justo de forma inmediata (si bien ya es un poco tarde) para asegurarnos de minimizar los daños a futuro para la humanidad?

 Las sanciones económicas contra dictaduras no son suficientes. Pueden quitarle algunos recursos en el corto plazo. Pero, a mediano y largo plazo, el autócrata suele ingeniárselas para explotar más a su pueblo y recurrir a la fuerza bruta. De hecho, las sanciones bien pueden servir de pretexto para una campaña nacionalista contra supuestas conspiraciones externas. Así sucedió, por ejemplo, en Cuba.

Una cosa es apostar al desgaste de Rusia y a una guerra de resistencia de los ucranianos apoyada desde el exterior. Eso parece, cuanto menos, una opción razonable en una primera instancia, o por lo menos discutible. Es cierto que Estados Unidos no puede descuidar el “frente oriental”, que le dejaría las puertas abiertas a China, una amenaza aún mayor que Rusia. Otra cosa muy distinta sería una negación dogmática a echar mano a recursos militares, dejando a Ucrania abandonada a su suerte si el apoyo económico externo no resulta suficiente para detener la invasión.

Las democracias del mundo deben prepararse para intervenir militarmente en Ucrania si la situación estuviera a punto de colapsar. Si lo hicieran de forma conjunta, seguramente no implicaría un debilitamiento y desgaste significativo frente a China.

Quizás sea demasiado tarde para esto. Estados Unidos y Europa debieron haber respondido a la movilización de tropas de Putin con una movilización equivalente, no solo con sanciones. Empero, acaso todavía estemos a tiempo de hacer lo correcto y de detener el incendio antes de que se salga completamente de control.

 

(*) Director del Nivel Secundario del Colegio San Patricio e investigador Externo de Fundación Libertad

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