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Opinión

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De la Guerra de los Roses a la Guerra de los Fernández

De la Guerra de los Roses a la Guerra de los Fernández

Por Cristina Pérez


La única guerra dentro del gobierno no es contra la inflación, sino entre Cristina y Alberto. Era hasta hoy, una guerra larvada, una guerra simulada. Que él buscaba subsanar con imposibles equilibrios y con obediencia total. El acuerdo con el Fondo lo llevó a un límite tal, que, parado en el jardín de los senderos que se bifurcan, se vio obligado a una decisión existencial: elegir entre los designios de ella y su propia supervivencia ante el precipicio de otra crisis fenomenal. No es que no sea responsable por el tiempo perdido y malversado, pero así fue como ejecutó su primer acto de desobediencia. Acto en el que rompió con el orden invertido que ella había transformado en sistema: la segunda mandaba al primero. Y esta herejía a ojos del kirchnerismo duro, es la que terminó por detonar la crisis de liderazgo que ya era un choque faccioso y fratricida que sólo se agravaba.

Ahora, con el acuerdo puesto, y la necesidad de cumplir las medidas que implica, hay una subversión de ese orden invertido impuesto por Cristina, que ella vive como una traición. Lo curioso es que, en las horas definitorias, no se opuso abiertamente. Quizás porque sabía que su posición iba a mostrarla en soledad, o por un inútil juego hipócrita donde quiso salvarse de la mancha maldita de acordar, como si pudiera estar adentro y afuera del gobierno al mismo tiempo. Alberto, también vivió como una traición el abandono sin contemplaciones del kirchnerismo, desde aquél portazo de Máximo en la bancada, que luego no fue sólo una abstención sino votos en contra en el recinto, y que no le dejó más margen que correr a los brazos de la oposición.

El punto es cómo sigue el gobierno en estas condiciones. Con sus líderes en abierta colisión, el funcionamiento inmediato de la administración aparece bloqueado desde adentro. Porque es un Presidente que en los principales resortes de poder tiene atornillada a una facción que no le responde. El problema interno fundamental, es muy fácil de ser enunciado, pero muy difícil de ser resuelto para la lógica con la que funcionó desde el principio esta gestión: un país no puede tener dos Presidentes. Y ya sabemos que Cristina no puso a Alberto en el sillón de Rivadavia para ceder ella el mando. Sólo le cedió los honores. Su propio espacio se encargó de hacerle saber que era un “okupa”. Ahora, esa tensión de origen es una guerra abierta. Y la ruptura ya es una realidad evidenciada por los votos en el Congreso.

Lo que pasa, es que a diferencia de esas familias donde los padres pueden vivir en la misma casa peleados sin romper el matrimonio, aquí la continuidad administrativa del gobierno, exige que se dirima la puja de poder, porque caso contrario, Alberto Fernández no podrá gobernar. La crisis de gobernabilidad por el rumbo del gobierno generará cortos circuitos permanentes en cada decisión. ¿A quién obedecerá La Cámpora en sus lugares de poder? ¿A Alberto o Cristina? La respuesta es obvia. Pero, el Presidente, es ¿capaz de un recambio que los eyecte de sus cajas? La respuesta también parece obvia. Hasta ahora, el esquema de gobierno tenía al cristinismo sentado sobre el presupuesto o con controladores de área, donde ya se sabe el representante de quién tiene más poder e influencia. Pero el cumplimiento del acuerdo con el Fondo, no admite ciertas contradicciones.

Lo curioso esta vez es que el albertismo no tiene intenciones de ocultar la crisis con Cristina, más bien parece decidido a hacer uso político de ella. Fue el propio canciller Santiago Cafiero -el que saltó como fusible de la jefatura de gabinete en la última crisis interna- quien, en un artículo periodístico de su firma, explicitó el estado de cosas: “El Frente de Todos atraviesa un momento crítico”, reconoció, que implica, según él, “riesgo de quiebre” y “ruptura” del espacio.

Otrora, el albertismo, se desvivía por ocultar las rispideces con la jefa, por disimular el conflicto, que no se notara, aunque eso implicara incluso humillación. Desde la semana pasada decidieron exponer la fractura. Como cuando la portavoz del gobierno informó que la Vicepresidenta no le contesta los mensajes al Presidente. Esos desplantes que antes se tapaban, ahora se ponen en la vidriera. Y nadie muestra lo que quiere ocultar. Es decir, la decisión es mostrar. Como si el mandatario hubiera encontrado su fortaleza en mostrar la confrontación con Cristina.

¿Qué puede hacer Cristina? ¿Irse? Si algo sabe Alberto Fernández, es que Cristina lo eligió para poder volver al poder y guarecerse en él. Cristina no puede irse del gobierno. Como dice alguien que conocer las cañerías del poder, “Cristina está presa en el poder” de por vida, por las causas judiciales que la asedian. Pero esta novedosa audacia, le requerirá al Presidente, además de apoyarse en los gobernadores y de negociar con la oposición cada legislación, reacomodar los equilibrios internos para que el propio gobierno a la hora de ejecutar responda a sus órdenes y no a las de ella. Y ese juego, es un juego en el que hasta ahora Cristina le gana por goleada. Porque tiene la burocracia tomada.

Ambos, Alberto y Cristina, necesitan comprar un insumo imprescindible para su subsistencia política: futuro. En el caso de ella, y eso motiva sus movimientos, mantener sus votos fieles del núcleo duro, para ser candidata a senadora en 2023 y conservar fueros para ella y su hijo. En el caso de él, quizás su mejor campaña, dentro del peronismo, puede ser disputarle el liderazgo a ella, vencer a Cristina desde adentro. Y no es una batalla que pueda ya postergar. No sólo por el acuerdo con el Fondo que será revisado cada tres meses, sino porque los tiempos de la política ya están adelantados.

Mientras la mayoría de los argentinos padecen la crisis, la política ya palpita el 2023. Él nunca será el candidato de ella. Y ella no lo dejará gobernar para evitar que lo sea. Por eso el combate se ha vuelto descarnado entre los dos, porque es por la supervivencia. ¿Habrá espacio para una falsa tregua?

Con los peores números de imagen positiva que pueda tenerse, y que no dejan de caer, con medidas económicas poco populares por delante, con una inflación imparable que corroe cualquier simpatía, y con un contexto internacional de guerra y subas en los commodities que encienden todas las alarmas por la dependencia del combustible importado y por la presión en los precios ya estallados, el puro presente, no sólo el futuro inmediato, son un territorio de riesgos para el gobierno. Con la conflictividad social en alza, el campo en rebelión y la crisis económica profundizándose, al Presidente sólo le queda echar mano de la calma relativa que traerá el acuerdo para intentar barajar y dar de nuevo pero bastó el anuncio de medidas contra la inflación para comprobar que sigue atrapado en contradicciones y chapuceando en pura improvisación.

En un contexto desfavorable, nada mejor que declarar una guerra. Hay que ver cómo piensan librarla y si tienen con qué. Por lo pronto, lo que está a la vista, es más parecido a la guerra de los Roses, ese matrimonio del cine que se convirtió en ejemplo de las parejas en crisis terminal.

La guerra de los Fernández, amenaza también con ser feroz y con cargarse algo que solía ser bandera del peronismo: las garantías de la gobernabilidad. Eso que ahora parece deshilacharse. La nota del domingo firmada por el canciller Cafiero, se tituló “Nos une la Patria”. The country first, dice Cafierito. Ya se sabe que la primera Patria para el peronismo no es otra cosa que el poder. Eso que Alberto Fernández quiere construir recién ahora, y a las apuradas.

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