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Unos 30 proyectos científicos argentinos investigan el ambiente con participación ciudadana

Unos 30 proyectos científicos argentinos investigan el ambiente con participación ciudadana

Por Gabriela Ensink  - Télam


Frente al paradigma del conocimiento científico creado en laboratorios y centros de investigación, un concepto antiguo vuelve a cobrar valor. Se trata de la "ciencia ciudadana", una forma de crear conocimiento colectivo, participativo y con datos abiertos, que involucra a personas que no necesariamente pertenecen al ámbito académico o científico.

Por su impacto en la sociedad, los problemas ambientales son los que mayor involucramiento generan. Pero también se puede aplicar ciencia ciudadana a temáticas de salud, producción de alimentos, energía, construcción y muchos otros saberes.

El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, junto al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), realizó a fines del año pasado un mapeo con más de 30 proyectos científicos participativos en todo el país.

Las iniciativas van desde la evaluación de la calidad del aire, utilizando pequeños sensores que los voluntarios llevan en sus bicicletas, hasta la identificación de insectos que transmiten enfermedades; pasando por la detección de cianobacterias contaminantes en lagunas y ríos y la construcción de medidores de CO2 en las escuelas para monitorear la ventilación de espacios cerrados en épocas de pandemia.

"La ciencia ciudadana es la ciencia colectiva más antigua. No es la visión del investigador en su laboratorio sino una ciencia donde la gente participa", define Humberto Cisale, subsecretario de Evaluación Institucional del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Entre sus ventajas, permite acelerar y ampliar la toma de datos y muestras, y también generar nuevas preguntas y soluciones adaptadas a las problemáticas locales.

El proyecto Open Seneca -de medición de la calidad del aire- surgió hace cinco años en la Universidad británica de Cambridge. El especialista en Ciencia de los Materiales Matías Acosta trajo la iniciativa al país en 2019, al concluir un doctorado en esa universidad.

"La idea es monitorear la calidad del aire, pero no con sensores estáticos, sino recorriendo las ciudades. La bicicleta es la mejor opción ya que es un medio de transporte accesible y no contamina", dice Acosta, quien hoy coordina el proyecto como jefe del laboratorio de aceleración del PNUD.

La medición se realiza con pequeños sensores (pesan menos de 500 gramos y ocupan la mitad de una caja de zapatos), que son ensamblados por estudiantes de la UBA y la Universidad Nacional de San Martín.

Los ciclistas los llevan en sus mochilas o en la canasta de la bici, y al pedalear van midiendo los niveles de partículas suspendidas en el aire, la humedad y temperatura, entre otros parámetros.

Con los datos generados por los sensores se confeccionan mapas de contaminación en la ciudad. Los voluntarios pueden conocer el grado de contaminación al que se exponen, pero los recorridos no se publican, para proteger su privacidad.

Ese experimento participativo se realizó, pese a la pandemia, en tres ciudades argentinas: Buenos Aires (mayo de 2019 y junio de 2020), Mendoza (septiembre de 2019) y Córdoba (noviembre de 2020). Próximamente se sumarán Rosario y Tucumán.

Hasta el momento colaboraron más de 40 ciclistas portando los medidores y un número similar de estudiantes de Ingeniería ensamblando los equipos.

A nivel mundial la experiencia se replicó en Nairobi (Kenia), Lisboa (Portugal), Estocolmo (Suecia) y Phnom Penh (Camboya).

 

La importancia de la medición de la calidad del aire radica en que, según la OMS, el 92% de la población mundial está expuesta a aire contaminado, lo que causa unas 7 millones de muertes prematuras cada año.

Raquel Bazán es ingeniera y magíster en Ciencias Químicas por la Universidad Nacional de Córdoba. Desde hace 20 años estudia la "eutrofización" de embalses, un fenómeno que "tiñe" las aguas de un color verdoso, por la presencia de cianobacterias: microorganismos que crecen cuando aumenta la concentración de materia orgánica en lagunas o cursos de agua con poco movimiento.

"En 2017 nos contactó un grupo de vecinos de la localidad de Embalse Los Molinos (a 65 kilómetros de Córdoba capital), porque veían el agua verde y no sabían si se podía tomar", cuenta Bazán, quien agrega: Les pedimos unas muestras, y una vecina nos contactó con la escuela Alfonsina Storni. Allí docentes y chicos empezaron a investigar el tema. Les dimos una charla para identificar a estas bacterias con microscopio y crearon un formulario donde completaban cuál era el aspecto, color del agua, condiciones climáticas, y mandaban fotos".

Luego investigaron sus orígenes (las cianobacterias se asocian a contaminación por efluentes cloacales, estiércol de animales, sustancias como fósforo y nitrógeno, usadas en fertilizantes) y sus efectos en la salud: desde erupciones cutáneas hasta problemas gastrointestinales.

Finalmente, armaron videos y materiales de comunicación. Y crearon un "ciano-semáforo" para identificar el riesgo de contaminación en el agua. "Ahora sabemos por qué el lago se pone verde y por qué no nos podemos meter y tenemos que avisar a otras personas", cuenta Abigail Ceballos, alumna de sexto grado, quien elaboró un video explicativo sobre las cianobacterias.

"Nosotros estudiamos el problema, pero los vecinos lo viven -afirma Bazán- Y cuando participan en la recopilación de datos, procesamiento y búsqueda de soluciones, pueden tomar mejores decisiones".

La app "caza mosquitos" fue creada por tres investigadores del del Instituto de Limnología "Dr. Raúl Ringuelet" (Universidad de La Plata-Conicet): Joaquín Cochero y Cristian Di Battista, especialistas en Aedes aegypti (el mosquito que transmite Dengue, Zika y Chikungunya) y Raúl Campos, quien diseñó la aplicación.

Una primera versión fue lanzada en 2017, y luego se sumaron tres investigadores más de la misma universidad. Una vez conformado el equipo de trabajo actual, desarrollaron una versión más completa, que se sigue actualizando y mejorando en sus condiciones de uso.

"La app es gratuita y está disponible en tiendas de celulares Android -cuenta Battista-. Una vez realizada la descarga, el usuario se registra para enviar las fotos y localización de los mosquitos. Cada envío es respondido por un especialista, indicando la especie hallada y los peligros potenciales de transmisión de enfermedades, o la existencia de criaderos". Añade Battista que "la aplicación contiene información sobre los síntomas de las enfermedades transmitidas por mosquitos, sus ciclos de transmisión, las especies de mosquitos urbanos y sus criaderos y consejos sobre cómo eliminarlos".

Desde su lanzamiento, la app tuvo miles de descargas por parte de profesionales de la salud, docentes, estudiantes y público en general. Entre las ventajas de esta modalidad de investigación participativa, Di Battista menciona "la posibilidad de obtener un enorme volumen de datos de una amplia área geográfica, en menos tiempo y con menos recursos que en una investigación tradicional".

"Además, el mosquito del dengue suele tener sus criaderos dentro de la casa o en el terreno privado que la rodea. Los datos que nos envían las personas son muy valiosos para estimar la actividad de Aedes aegypti durante el año, o alertar sobre posibles brotes o cambios en su distribución", detalla.

Otro aspecto positivo de la ciencia ciudadana es la participación de un gran número de personas que viven en diversos entornos. "Las enfermedades transmitidas por mosquitos, como el dengue, son problemas de salud pública que involucran muchos aspectos de la sociedad, y deben ser abordadas desde muchas perspectivas, pero siempre en base a las características de cada lugar", destaca el científico.

 

Una de las enseñanzas que dejó la pandemia es la importancia de ventilar los ambientes para evitar la propagación de la Covid-19 por aerosoles. Y los medidores de dióxido de carbono (CO2) son una herramienta importante para saber si aulas, salones y otros espacios cerrados de uso público están bien ventilados.

Ante la escasez de estos equipos y la dificultad para importarlos, el físico y ex decano de la Facultad de Exactas de la UBA Jorge Aliaga, armó un medidor con materiales disponibles en su casa y puso los datos y videos en internet para que escuelas y universidades hicieran lo propio.

La Universidad de Hurlingham tomó la idea y organizó un taller de armado de estos equipos. Luego se sumó la red de clubes de ciencia, y escuelas y cooperadoras escolares en Salta, Bariloche y la Ciudad de Buenos Aires se pusieron a armar medidores para sus aulas. "No se trata de inventar nada. Simplemente de poner en práctica el conocimiento disponible para que llegue adonde se necesita, sea una escuela, un geriátrico o una fábrica", dice Aliaga.

En alguna medida, la ciencia ciudadana rompe el paradigma del conocimiento científico elaborado únicamente por expertos. Y permite avanzar en soluciones a problemas concretos de la sociedad.

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