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Opinión

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Abril de 1982, la crisis diplomática y la miopía de la Junta Militar

Abril de 1982, la crisis diplomática y la miopía de la Junta Militar

    


Por Martín Balza

La incompetencia, las omisiones y los errores cometidos durante el conflicto abarcaron casi todas las áreas del Estado. Dentro de ellas, los factores diplomáticos y, obviamente, militares no fueron la excepción. El conocer el pasado nos ayudará a valorar el presente y prevenir nuestro futuro. Malvinas -y nuestra derrota- dejó muchas enseñanzas que, paradójicamente, otros países las capitalizaron más que nosotros.

El 1° de abril de 1982, antes del desembarco de nuestras fuerzas, el secretario de Estado estadounidense, general Alexander Haig, convocó en Washington a nuestro embajador, el doctor Esteban Tackacs, le manifestó conocer la operación en marcha, pidió su inmediata detención y ofreció sus buenos oficios como mediador.

No omitió advertirle que, si desataba una guerra, los Estados Unidos apoyarían al Reino Unido. El embajador comunicó esto al Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Nicanor Costa Méndez, quien se lo transmitió al presidente Leopoldo Fortunato Galtieri.

El 2 de abril, Costa Méndez informó acerca del apoyo que se obtendría en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones (ONU). Por su parte, el embajador británico ante dicha organización, Anthony Parsons, solicitó la reunión del Consejo de Seguridad. Los países miembros de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) y los integrantes de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) condenaron por unanimidad la intervención argentina y, a requerimiento de Gran Bretaña, aplicaron un embargo completo de exportación de armamento a nuestro país.

El 3 de abril el Consejo de Seguridad emitió la Resolución 502, que exigía el retiro inmediato de las Fuerzas Armadas argentinas de las islas. Aceptar esa resolución y dejar una pequeña guarnición compuesta por Fuerzas de Seguridad (Gendarmería Nacional y Prefectura Naval Argentina) hubiera sido acertado. Nuestro legítimo reclamo sobre la soberanía se había internacionalizado y la situación hubiera sido mejor que la que teníamos antes.

Ese mismo día, la Primera Ministra Margaret Thatcher logró del Parlamento británico la autorización para el envío de una Fuerza de Tareas (Task Force) con destino al Atlántico Sur: más de 120 naves de distinto tipo, aviones, helicópteros y más de 20 mil hombres, aproximadamente.

Al día siguiente, el Reino Unido obtuvo la autorización y el apoyo de los Estados Unidos para el uso de la base aeronaval de la isla Ascensión, principal y decisivo apoyo para sus operaciones navales y aéreas en el conflicto.

El 7 de abril, jurando por “la Biblia y el Estatuto de la dictadura”, asumió el general Mario Benjamín Menéndez como gobernador de las islas. Concurrieron varios políticos, sindicalistas y militares, entre estos últimos el entonces general retirado Jorge Rafael Videla.

El 8 de abril Gran Bretaña notificó, a través de la embajada suiza en nuestro país, el establecimiento -unilateral- de una zona de exclusión marítima en un círculo con un radio de 200 millas náuticas, con epicentro en las Malvinas, que entraría en vigencia en tres días.

El 10 de abril se produjo una multitudinaria concentración espontánea del pueblo en la Plaza de Mayo. Desde un balcón de la Casa de Gobierno, entre otras bravuconadas, Galtieri afirmó: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

A todo esto, el canciller Costa Méndez manifestó que "la Unión Soviética apoyaría a la Argentina".

El día 16, el Reino Unido, a través de la embajada de Suiza, hizo conocer a nuestro país su decisión de atacar cualquier aeronave, buque o submarino que afectara el cumplimiento de la misión de la flota británica en el Atlántico Sur.

Los días siguientes continuaron insustanciales y estériles conversaciones y negociaciones entre nuestro gobierno con Haig (y éste con la señora Thatcher), con el presidente del Perú, Fernando Belaúnde Therry, con el presidente Ronald Reagan y con el Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar. Lamentablemente se desaprovechó el tiempo para adoptar imprescindibles medidas operativas y logísticas en las islas.

El 25 de abril los británicos desembarcaron en las islas Georgias del Sur (1.600 km al este de Malvinas) y obtuvieron la inmediata rendición de los escasos efectivos de la Armada, al mando del capitán de corbeta Alfredo Astiz.

El 27 de abril de 1982, según lo afirmado por el escritor e historiador Rodolfo Terragno, tuvo lugar una importante propuesta de paz de los Estados Unidos que habría podido cambiar para siempre la disputa por la soberanía. Consistía en que un representante del citado país se haría cargo de una “autoridad especial interna”, que duraría en las islas durante ocho meses. Antes del 31 de diciembre, la Argentina y el Reino Unido -sin participación de los Isleños- debían llegar a una solución definitiva del conflicto. Las islas dejarían de ser colonia, y su nuevo estatus sería acordado por ambos países, respetando los intereses, la forma de vida y los derechos de los Isleños; obviamente no los deseos.

Agregaba algo medular: se respetaría el principio de la integridad territorial de nuestro país e -implícitamente- los Estados Unidos y el Reino Unido reconocían que la disputa era bilateral sin la participación de los Isleños.

La miopía de la Junta Militar (general Galtieri, almirante Anaya y brigadier Lami Dozo) subestimó al adversario y rechazó la propuesta, como el 3 de abril lo había hecho con la Resolución del consejo de Seguridad de la ONU. Se cumplió a rajatabla el precepto que dice: los dos mayores errores de una estrategia son actuar antes de tiempo y dejar que la oportunidad pase de largo.

El día 28, en Washington, Haig le reiteró a Costa Méndez el total apoyo al Reino Unido, no solo de su país sino también el de la OTAN y el mundo occidental, que incluiría medidas en los campos militar y económico.

El 1° de mayo a las 04.42 hs terminó la crisis, y se inició la guerra -que podría haberse evitado- y que finalizó el 14 de junio.

Se cumplió lo que Shakespeare puso en boca de Hamlet en su conocido drama del mismo nombre: "Porque al final aconteciera lo que acontecer debiera".

Durante las negociaciones, desde el inicio Pérez de Cuéllar actuó condicionado como consecuencia de que carecía de un claro mandato del Consejo de Seguridad, del cual eran miembros permanentes -con derecho al veto- los Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido, Francia y China. Su gestión se limitó a informar y comunicar las posiciones entre las partes.

Nuestro Gobierno -compuesto por una desprestigiada en el mundo entero y alicaída dictadura- adoptó una posición intransigente; en extrema síntesis: nos condujo a una guerra imposible de ganar.

El éxito de la Operación Rosario el 2 de abril, ante una débil y pequeña guarnición británica, y la exaltación que eso produjo en todos los argentinos los obnubiló y quedamos en manos de necios, incompetentes, autoritarios y burócratas altos mandos, que nunca pisaron las islas desde el día que empezó el fuego y la metralla.

Ante ello, me pregunto: ¿cómo pudieron esas personas llegar a ocupar importantes y decisivos cargos en la conducción de nuestro país? Mi respuesta es: porque nosotros se lo permitimos.

 

*El autor es ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.

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