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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
Opinión

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Crónica de una rendición anunciada

Crónica de una rendición anunciada

 Por  Gonzalo Arias (*)


Tanto la actualidad como los antecedentes de lo ocurrido durante los últimos meses permiten afirmar que no hay, no hubo, ni habrá reconciliación posible entre el Presidente y Cristina Fernández de Kirchner. Si la propia vice se encargó de dejarlo en claro en el plano simbólico con sus intervenciones de las últimas semanas, fue el titular del PJ bonaerense, Máximo Kirchner, el encargado de darle forma al relato de lo acontecido en los últimos días: “Se abrazaron a Guzmán, los dejó tirados y ahí está Cristina poniendo la cara otra vez para sacar esto adelante”.

En este contexto, la renuncia de Martín Guzmán el último sábado no sólo fue un golpe muy duro para la autoridad del presidente sino que, en lo fáctico, implicó una verdadera rendición incondicional. El portazo de quien había ostentado la titularidad de la cartera económica desde la asunción presidencial y había sido artífice del trabajoso acuerdo con el FMI que inició formalmente las hostilidades con el kirchnerismo, dejó al presidente aislado y sin poder de fuego.

Tras la controvertida renuncia de Matías Kulfas, Guzmán representaba para el Presidente mucho más que un nombre, era su garantía de autonomía relativa en el ejercicio del poder y símbolo de su resistencia a aceptar el condicionamiento que el kirchnerismo quería imponerle en materia económica. Sin embargo, al mismo tiempo, era el objeto privilegiado de las tensiones entre el Presidente y su otrora promotora en la carrera presidencial que lo llevó al poder en 2019. Tensiones que, en un contexto de profunda crisis económica y social, crecían exponencialmente y parecían arrastrar al Frente de Todos -y al país- hacia un espiral autodestructivo.

Probablemente el Presidente haya sido consciente de que la salida de Guzmán era entonces inevitable. Más aún teniendo en cuenta que el ministro le venía exigiendo al primer mandatario mayor firmeza frente a algunos funcionarios -como los del área energética- que, a su juicio, venían obstaculizando la implementación de algunas medidas. Sin embargo, una vez más, el Presidente pareció haber sido sorprendido por lo que públicamente se intentó presentar como una decisión intempestiva del ministro. Probablemente el timing de Guzmán no fue el mejor para el gobierno, pero ante un escenario que se revelaba como altamente probable en el corto plazo, cuesta entender cómo el presidente y su entorno no contaban con un plan de contingencia.

La capitulación era, entonces, inevitable. Tras varias horas de incertidumbre y el intento de Massa de desembarcar en el gobierno -vetado tanto por Fernández como por la vice-, la danza de nombres arrojó la designación de una “tapada”, la ex ministra bonaerense en tiempos del sciolismo, Silvina Batakis. Una ministra que no llega al cargo desde el entorno del actual Ministro de Desarrollo Productivo, sino desde la cartera que conduce el paciente Eduardo “Wado” De Pedro, en donde oficiaba como Secretaria de Provincias.

Lo cierto es que si bien desde el Gobierno se intentó, en cierto momento, proyectar la imagen de un presidente que había resistido la “toma” del poder limitándose a un cambio de nombres en el Ministerio de Economía, la “decisión” lo debilitó aún más y lo forzó a recostarse en el proyecto que conduce Cristina Kirchner. Es que Batakis intentará llevar adelante el plan del kirchnerismo en materia económica, más que un plan una estrategia que le permita al kirchnerismo o bien intentar “la heroica” con la propia Cristina o un candidato afín en 2023 o, de mínima, sobrevivir a la debacle total que implicaría una derrota contundente y mantener poder territorial, con el eje central en la provincia de Buenos Aires.

Ello implica, según se desprende de las propias críticas de Cristina y varios de sus adláteres, que el foco ya no estará puesto en la reducción del déficit fiscal ni en la limitación de la emisión monetaria. Desde esta perspectiva, entienden que si se quiere llegar con chances a la contienda electoral del año próximo no puede haber recorte de gastos, menos aún en un escenario de crisis como la actual. Una visión que se encontrará con varios obstáculos. Uno de ellos, el propio acuerdo suscripto con el FMI, cuyas condiciones -según trascendió en las últimas horas- el kirchnerismo se ilusiona con poder modificar con la excusa de la Guerra en Ucrania. El otro, la necesidad que tendrán de introducir nuevas restricciones al acceso al dólar, lo que ya ha demostrado generar no sólo mayor presión inflacionaria sino dificultades para la producción.

Se trata de una apuesta de alto riesgo. La reacción de los mercados es la demostración cabal de que la desconfianza sigue siendo uno de los principales problemas que determinan el clima negativo de las expectativas. Algo que parece difícil de revertir. Claro está, los mercados no son los que votan, sino la gente. Habrá que ver, por ello, si una mejora en lo que respecta a la economía real pueda mejorar las perspectivas electorales.

Lo más sorprendente, en este contexto dramático, es que la falta de una plan coherente y consistente para frenar la debacle de la economía argentina no se limita al oficialismo. Mientras se desarrollan los acontecimientos que rompieron ese empate imposible que paralizaba al Frente de Todos, la oposición y sus presidenciables mantienen un llamativo silencio en relación al rumbo económico y siguen con los acomodamientos para potenciales internas por las candidaturas, todo un síntoma de la profunda desconexión de la mayoría de la dirigencia política con los amplios sectores de la población que sufren a diario las dolorosas consecuencias de la crisis en la economía real.

Así las cosas, Cristina Kirchner parece haber conseguido su primer objetivo estratégico, el de recuperar su centralidad política, no sólo hacia el interior del oficialismo sino en el escenario nacional. El ya improbable sueño reeleccionista de Alberto parece haber llegado a su fin. De aquí en adelante, parafraseando a su amigo Lito Nebbia, “sólo se trata de (sobre) vivir”.

Sin embargo, hay una realidad que CFK no podrá eludir, y es la constatación de que su futuro sigue atado a la suerte del gobierno de Alberto Fernández y que, aun manejando los resortes de la política económica, el escenario económico es cada vez preocupante: el riesgo país sube todas las semanas, el dólar blue alcanzó nuevos récords, con una brecha cambiaria que ya superó el 100%, con estimaciones de inflación que vuelven a crecer, remarcaciones y aumentos preventivos de precios. En definitiva, más incertidumbre, mientras ahora sí bajo un mando unificado el país navega hacia el ojo de una poderosa tormenta.

 

(*) Sociólogo, autor del libro "Gustar, ganar y gobernar" (Ed. Aguilar)

 

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