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Entrevista a Carlos Pujol, isleño y apicultor

Entrevista a Carlos Pujol, isleño y apicultor

“La realidad nos muestra las amenazas que sufre el río, no alcanza con lamentarse sino que hay que cuidarlo”


Carlos Roberto Pujol tiene 60 años. Isleño de toda la vida, creció en isla Boca Chica, la misma donde vivieron sus abuelos y el preciso lugar donde fue modelado al ritmo del Río de los Pájaros que tiene un canto milenario que hoy más que nunca es necesario escuchar.
Carlos Pujol dialogó con EL ARGENTINO en el marco de la travesía Bitácoras del Río Uruguay que se desarrolló del viernes 5 al lunes 8 de noviembre y que permitió abrazar en un viaje de ida y vuelta –como son los abrazos- a Gualeguaychú con Colón, más precisamente las islas del Banco de la Inés y los arenales del Banco del Caraballo.
Si bien durante esos cuatro días las conversaciones con el corazón en la mano se sucedieron ante cada asombro, el siguiente diálogo se realizó en la mañana del lunes en la isla Boca Chica, minutos antes de partir hacia el último tramo de la expedición: el puerto de Gualeguaychú.
El diálogo entre EL ARGENTINO y Pujol se hizo de pie, parados sobre un asombroso y extraordinario balcón natural que mostraba al río en todo su potencial.
Las aguas cantaban sus misterios ancestrales que le permitieron socavar con la fuerza de la paciencia un cauce, es decir, un itinerario que baña pueblos y ciudades.
Las ramas de los árboles se inclinaban hacia esas aguas milenarias del Río de los Pájaros como reverenciando a una potestad, y el río besaba a la costa con la ternura de quien sabe que avanza siguiendo sus propias huellas, haciendo historia y construyendo futuro.
El diálogo comenzó en absoluto silencio. Mirando una belleza inagotable. Respirando un aire que regocijaba el alma y bruñía los rostros. Fue muy difícil comenzar a pronunciar las primeras palabras. La inconmensurable belleza invitaba a más silencio.
La urdimbre de ramas y lianas hicieron de escudo protector ante un sol implacable y las aves, remando con sus alas por los cielos, anunciaron con sus trinos que ahora el silencio ya no alcanzaba y era necesario decir, verbalizar, pronunciar.
Al principio, los datos indispensable de la presentación. “Me llamo Carlos Roberto Pujol, nací el 8 de mayo de 1950 en Villa Paranacito, pero al año de vida por razones de trabajo de mis padres nos radicamos en la zona de El Potrero”.
“Mi padre se llamaba Carlos Pujol y mi madre Lourdes Siffer”, dice este isleño y apicultor que es dueño de la isla Boca Chica, y que en el instante en que da esas referencias hace un círculo imaginario con el dedo para señalar lo que la miraba abarca. “El río siempre fue nuestros protector. Hoy nos toca protegerlo a nosotros”, anticipa con esa sabiduría de quien se sabe parte del paisaje.
“En El Potrero vivía mi abuelo materno, que era conocido como Jacque. Mi padre llega a la zona contratado para trabajar en la forestación. Con los años vino un señor con teodolitos y le tomó mensura a las zanjas que había hecho mi padre y se asombró por lo perfectas que eran. Subrayo esto porque sin tecnología como hay ahora, antes había conciencia sobre la responsabilidad del trabajo”, dice don Carlos Pujol, 60 años, desde los quince que es apicultor y desde toda una vida que sigue las huellas de sus mayores como este río que avanza siguiendo sus propias huellas.

-¿Cómo es su familia?
-Mi familia está integrada por el amor de toda mi vida, mi señora Elena Batto, con quien tenemos cinco hijos: Fernanda, Luciano, Natalia, Daiana y Evangelina. Mi oficio es apicultor. Antiguamente fui nutriero, pero mi oficio y lo que hago hoy es apicultor y con mi hijo Luciano le adosamos la pesca para completar cuando son escasos los jornales en el pueblo. La pesca es complementaria. Desde los 15 años que me dedico a la apicultura y hoy tengo 60 años de edad. Y el complemento por muchos años fue la caza de nutria. En todas las islas el fuerte era la nutria y con el tiempo fue escaseando por el abuso que se hizo y por eso ahora buscamos un complemento más sustentable como la pesca. Pero siempre como complemento y en lo que se llama la pesca artesanal, es decir, de subsistencia. Venimos a la isla para agarrar los enjambres de abejas y trabajar en las colmenas y dependiendo de la plata que nos haga falta en el pueblo, aprovechamos el tiempo y hacemos pesca… pero no mucha dado que no tenemos cámara de frío y la venta tiene que ser en el momento. Además hemos crecido en conciencia ambiental gracias a los Guardafaunas como (Alfredo) Casella, (Ricardo) Rivollier) y (Hugo) Parada, quienes hicieron hincapié en la necesidad de cuidar el recurso que nos da para vivir.

-¿Cómo es la relación con los Guardafaunas?
-Siempre constructiva. Ahora hemos conformado con ellos la Asociación de Pescadores Artesanales y Protectores de Especies del Bajo Río Uruguay. Se trata de una entidad que tiene Personería Jurídica, pero lo más importante es que los pescadores artesanales y los Guardafaunas trabajamos juntos y no separados o enfrentados. Esta Asociación tiene como objetivo superior preservar estas islas para las generaciones futuras o que las actividades que hagamos no condicionen las decisiones que tomarán nuestros hijos o nietos en el día de mañana.

-Pero los Guardafaunas no eran una especie de “enemigos” de los isleños.
-Los Guardafaunas como Casella, Rivollier y Parada, no. Es cierto que no fue fácil unirse porque prevalecía la desconfianza entre unos y otros, pero cuando todos nos dimos cuenta que queríamos la salud del río, comenzamos a trabajar codo a codo y llegamos a ser parte de una misma actitud, uniendo nuestras fuerzas y nuestros corazones para lo mejor de las islas. Así nació la idea de unirnos en la Asociación.

-¿Y a ustedes qué le dio confianza para unirse en esa Asociación?
-Principalmente nos dio confianza la calidad humana de estos Guardafaunas y la responsabilidad que debemos asumir todos para cuidar la vida en el río. Principalmente Casella se fue ganando esa confianza porque era el que más trato tenía con nosotros. Venía, nos pedía permiso para estar en nuestra isla. Nosotros al principio lo dejábamos para ver qué hacía y nos fuimos dando cuenta que era una persona muy respetuosa y con muchos valores y conocimientos. Siempre nos traía el pedido de permiso por escrito y yo le decía que no hacía falta, que la palabra para nosotros era suficiente porque siempre valoramos la palabra dicha. Él agradecía siempre esa consideración, pero igualmente dejaba siempre asentado por escrito que pedía permiso para hacer tal o cual cosa. Así nos fuimos probando y conociendo y nos dimos cuenta que los dos queríamos cuidar el río y todo lo que el río nos aporta en alimentos, en recursos, en paisaje, en fin… en regocijo para el alma. En esa mirada coincidimos plenamente.

-Los Pujol solamente viven en Isla Boca Chica…
-No. Nuestros abuelos vivían aquí y aquí crecimos e incluso mis dos hijos mayores se criaron en esta isla. Pero también tengo una hermana, Norma, que vive en la isla Jaula del Tigre y que es la cocinera de la Escuela N° 84 “República Argentina” de isla Juanicó. Ella se casó con un lugareño, Ovcharenko, inmigrantes y enamorados de las islas y ellos también son protectores de esta naturaleza que la tenemos como un don de Dios. Ellos tienen familia en la isla y es su lugar, su hogar. No es porque sea mi hermana, pero ella ha sido una gran luchadora por la identidad de los isleños y fundamentalmente para que los niños tuvieran escuela.

-¿Qué amenaza al río?
-El río tiene una amenaza que es visible desde la ciudad y es Botnia. Pero también tiene otras amenazas que no se ven tanto desde la ciudad pero que hace sus estragos en las aguas. Me refiero a los agrotóxicos, especialmente los que echan en las grandes estancias de la zona. Cuando viene la lluvia se nota que el río está cambiando. Además, ya no se observan tantas especies de aves como en mi juventud y eso es por los agroquímicos que van diezmando toda la vida que encuentra a su paso. La otra amenaza son los monocultivos, encima son de especies de exóticas como la soja y el eucalipto. También el río está amenazado desde hace añares porque las ciudades río arriba vuelcan sus efluentes cloacales al río sin los tratamientos adecuados y esto viene sucediendo desde siempre. No entendemos por qué los demás municipios no tienen una planta de tratamiento como la que hizo Gualeguaychú, porque eso es cuidar el río. Las amenazas son muchas y van desde emprendimientos como el de Botnia hasta los agrotóxicos, pasando por este tema de los efluentes cloacales e industriales y también por la actitud depredadora del hombre que va sumando su aporte de destrucción. Los agroquímicos matan más pescado que los que pescamos los pescadores artesanales. Luego de las lluvias es común ver los pescados boyando, boca arriba, con la enfermedad y la muerte encima. Es un panorama tristísimo, porque nadie se está ocupando realmente como debiera. Es cierto que este año las heladas fueron intensas, pero también es verdad que al pescado el frío lo encuentra demasiado debilitado para soportar estos cambios en el clima y está debilitado por toda esta contaminación, especialmente la que baja de los campos luego de la lluvia. Hasta el color del agua suele cambiar. Son muchas las causas porque son muchas las amenazas que sufre el río.

-¿Y en su infancia cómo era?
-Era totalmente diferente. En mi infancia tomábamos agua del río sin ningún problema, aunque más por costumbre que por precaución, todos los isleños teníamos filtros para el agua fabricados en barro, idea que se había traído de la zona de El Tigre. Filtrábamos el agua para que no estuviera tan oscura, pero nunca le agregábamos nada de nada. Ya en los años ochenta, los médicos y los de Prefectura aconsejaban que le pusiéramos dos o tres gotitas de hipoclorito para ayudar a purificar el agua filtrada. Y desde los años noventa el agua nos da más temor e incluso evitamos hasta lavarnos la cara con esa agua. Es triste, pero eso está ocurriendo con este río de agua dulce. Ahora al agua la debemos traer del pueblo en bidones por la cantidad de porquerías que tiene el río Uruguay, justamente porque el hombre no lo ha sabido cuidar como corresponde. Y esto que nos pasa a nosotros, también le pasa a los árboles. Cuando hay creciente y las aguas bajan del norte arrastran más químicos que secan los árboles como el Amarillo o el Ingá. Esto es lo que está pasando hoy, en la actualidad, mientras tenemos esta charla, aquí en Boca Chica. En mi infancia el agua era sana y con un filtro de barro se hacía totalmente cristalina, transparente. En los años ochenta ya teníamos por recomendación de los médicos que ponerle gotitas de hipoclorito, diez años más tarde eso ya no era suficiente y en la actualidad, cuando hay crecida y bajan las cargas de agroquímicos, hasta seca los árboles. Y si se mira se darán cuenta que esto ocurre en un plazo muy breve de tiempo. Aprovecho para que tomemos conciencia de que algo tenemos que hacer. La realidad nos muestra las amenazas que sufre el río y no alcanza con lamentarse sino que hay que cuidarlo, siempre y en todo lugar.

-¿Tiene esperanzas de que alguna vez recuperará ese privilegio de tomar agua de este río?
-Sin esperanzas no podemos seguir adelante, nunca. Nuestra idea es poder recuperar estas cosas vitales, especialmente para nuestros hijos y nietos. Siempre es oportuno corregir lo que se hace mal, pero no hay que perder el tiempo porque cada vez será más larga la recuperación. La idea es ser celoso y cuidar esto. Necesitamos de la ayuda de todos. De la ciencia, especialmente de los biólogos. Necesitamos de los gobiernos, para que haya escuela y con la escuela niños y con los niños se vaya creciendo en identidad. Si no hay poblador en las islas, las islas luego se escrituran a favor de los grandes terratenientes y eso es lo que está pasando. El terrateniente no necesita del Estado, nosotros sí. Por eso pienso que el Estado debe ser un aliado de los isleños y no un enemigo. Así como hay un éxodo en el campo, también hay un éxodo en las islas. Por eso necesitamos de un plan arraigo, de programas que estimulen nuestras actividades y nuestras producciones isleñas. Para recuperar el río no podemos prescindir de ningún sector, pero cada uno deberá ser consciente de que debe aportar lo mejor de sí. A la esperanza no la perdemos nunca, pero también decimos que debemos actuar cuanto antes, justamente porque las pérdidas son cada vez más grandes. Pero volviendo al tema del agua, veo difícil el asunto.

-¿Por qué?
-Y alcanza con mirar el mapa y darse cuenta que ese vecino grande que tenemos y que se llama Brasil no respeta lo que ocurre aguas abajo. Los enemigos del río son una actitud cultural que dice que con tal de producir todo es válido y eso hace mucho, pero mucho daño. Lo mismo pasa con los grandes propietarios de tierras que están sobre la costa, que al no vivir en ellas, poco le interesa si destruye el monte nativo para plantar soja y con ella envenenar las aguas con los agrotóxicos. Incluso no nos dan el paso de servidumbre, que es una ley, un derecho para transitar. Sin el paso de servidumbre, debemos navegar dos horas cuando lo podíamos hacer en diez o quince minutos. Y todos saben que no es lo mismo en costo y tiempo que dos horas en lancha que quince minutos. Como ve, se requieren muchos cambios y muchos controles y hoy por hoy me cuesta ver si estamos creando las condiciones para que eso ocurra. Mientras tanto vemos con dolor que la familia isleña debe emigrar. Abandonar el hogar de sus abuelos y padres para irse a mendigar pobreza en las ciudades, desacomodado con el paisaje, con las costumbres. Y esas islas deshabitadas quedan para los que solamente destruyen el río. El círculo es muy perverso. Hay que tener un círculo virtuoso, pero para eso necesitamos de todas las manos y de todos los corazones.

-¿Cree en Dios?
-Estamos ahora usted y yo hablando en isla Boca Chica. Mire, estamos parados en esta terraza admirando esta belleza que no alcanzamos a ver con los ojos y que necesitamos del alma. Claro que creo en Dios. Tal vez no somos de rezar tan en voz alta, pero cuando nos quedamos en silencio, sabemos que estamos hablando con Dios, agradeciendo lo que nos da y pidiendo perdón porque el hombre no lo sabe cuidar como corresponde.

Por Nahuel Maciel
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