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Entrevista al teólogo y pastor René Krüger

Entrevista al teólogo y pastor René Krüger

“La tradición es la fe viviente de nuestros muertos y tradicionalismo es la fe muerta de los vivos”


René Krüger es teólogo, formado en el prestigioso Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (Isedet), que tiene su sede en el barrio porteño de Flores. Esta universidad ha sido clave por sus aportes ecuménicos, especialmente para América Latina.
Además, Krüger es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de La Plata y ha desarrollado una intensa tarea durante 24 años en la provincia, de los cuales trece fueron en Gualeguaychú.
Este hombrre de fe y pensamiento, dialogó con EL ARGENTINO en la tarde del viernes 30 de septiembre, un día antes de presentar en la ciudad su último libro “La dignidad no se negocia”, obra que referencia a un inmigrante alemán del Volga llamado Federic Ott, cuya vida no fue “exitosa” en términos económicos y sociales, pero se convirtió en un gran maestro de la fe, la esperanza, la fortaleza y la dignidad.
Este teólogo y pastor nació el 20 de julio de 1950 en Hohenau, que queda a 35 kilómetros de Encarnación, en el departamento de Itapuá, Paraguay. Su pueblo significa en alemán “Pradera alta” y es una colonia fundada por inmigrantes alemanes que provienen de Brasil, no de Rusia.
“Fueron segundos migrantes. A principios de la segunda mitad del siglo XIX salieron de Alemania y se instalaron en el sur del Brasil, en el Estado Grande do Sul, en Santa Catalina y en Paraná. De ahí muchos siguieron a Argentina, especialmente a Misiones, y al Paraguay”, dirá repasando el mapa de un viaje que no ha sido solamente territorial de un continente a otro sino esencialmente cultural.
En el diálogo con EL ARGENTINO, Krüger aborda la necesidad de construir una Nación pluricultual y para ello alumbra el camino diferenciando conceptos como asimilación e integración, autoritarismo y democracia, imposición y diálogo. Sostiene, acaso como síntesis y desarrollo la necesidad de comprender que “la tradición es la fe viviente de nuestros muertos y tradicionalismo es la fe muerta de los vivos”.

-¿Cuándo llega usted a la Argentina?

-En febrero de 1970. Hace más de cuarenta años que estoy radicado en este país, del que me he nacionalizado. Llego solo con el objetivo de estudiar en el Seminario del Isedet de la calle Cambacuá de Flores y me quedé para siempre. Este Seminario de Teología es de nueve Iglesias y yo pertenezco a la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, que en Gualeguaychú está en Colombo y Corrientes.

-Usted es teólogo y pastor
-Sí, ambas cosas. Fui pastor en Entre Ríos durante 24 años: tres en Bovril, ocho en Lucas González y trece en Gualeguaychú.

-¿Qué lo llevó a la vocación sacerdotal?
-Me sentí llamado por Dios. Interesado fundamentalmente en la Biblia y en el mensaje de la Biblia para la gente. Me pareció una tarea maravillosa y me embarqué.

-Lo podría haber hecho como laico también…
-Es cierto, pero lo quise llevar adelante como pastor y como teólogo. A los 17 años tomé la decisión de ser pastor y profesor de Nuevo Testamento y eso fue lo que hice. Paralelamente, mientras estaba en Gualeguaychú, iba todos los lunes a enseñar al Seminario de Flores y desde hace trece años estoy radicado en Buenos Aires con mi familia dedicado unicamente a la enseñanza.

-¿Por qué si la Biblia es un mismo texto, dentro de una misma Iglesia hay interpretaciones tan disímiles e incluso compromisos tan contradictorios?

-Voy a responder en dos planos. Por un lado, la Biblia contiene muchas interpretaciones de la vida de las personas. Es un texto grande, compuesto por el Antiguo y Nuevo Testamento, que trata de dar testimonio de cómo esas personas sintieron el llamado y la guía de Dios en su vida y cómo ellos transmiten ese mensaje. Por otro lado, la vida no es uniforme, de un único color y es sumamente dinámica con toda clase de experiencias. Y esto se plasmó en la Biblia y se seguirá plasmando en la interpretación de la Biblia.

-Cada persona que interpreta la Biblia no parte de un punto cero…
-En absoluto, sino que parte de una larga tradición de interpretaciones. Y eso está condicionado también por su origen eclesial, por su idioma, su origen étnico, su cultura, su nacionalidad, su situación en la vida; pero también por las expectativas que tiene en la vida. Y todo eso genera interpretaciones distintas.

-Hasta aquí una respuesta bastante académica…
-Es que la otra es una contra pregunta. Si hay una sola sociedad, un solo país, una sola Nación por qué hay tantas líneas políticas diferentes. Y hay tantas líneas políticas diferentes porque responden a diferentes interpretaciones de la realidad, de acuerdo a lo que cada uno vive, siente, cree y tiene como expectativas. Es más, me animaría a decir que van más o menos paralelas la cantidad de líneas políticas y de Iglesias. Hay Iglesias que son más democráticas o abiertas en su constitución, otras son más autoritarias o cerradas en su organización y lo mismo ocurre en los movimientos políticos. Nada de lo que le ocurre a los hombres les es ajeno a las Iglesias. Las religiones en general, no pueden ser democráticas porque la verdad que una persona o un grupo siente no es negociable.

-De acuerdo, pero sí debe ser democrático en la forma de transmisión…
-Coincido. Porque tanto la forma de transmisión y fundamentalmente la forma del diálogo es un ejercicio democrático. Y al revés, la imposición es autoritaria, mientras que el diálogo es democrático. En ese sentido hay una tensión en la verdad que una persona siente (que no es negociable), y la necesidad absoluta de transmitirla a través de un diálogo franco y democrático y no por imposición como lamentablemente se hizo varias veces en la historia de la humanidad.

-En los últimos tiempos la filosofía ha meditado mucho sobre la noción de sujeto y del otro.
-En efecto, en los últimos veinte, treinta años la Filosofía ha aportado mucho a la noción de sujeto para salir de esta falacia de que uno es sujeto y el otro es objeto; es decir, sujeto somos todos y se construye entre todos. Y el otro núcleo importante que ha aportado es la noción de “el otro”, y que es correlativa a la noción de que todos somos sujetos.

-Se entiende a la identidad como una contraposición: si soy Nahuel no soy René, pero también es un concepto de acumulación. Puedo decir soy de Gualeguaychú, Entre Ríos, el litoral, Argentina, América Latina, Tercer Mundo y en un punto soy igual a René.

-Exactamente. La identidad es una construcción de oposición y de acumulación: ese concepto es esencial. Y es una construcción porque en algún momento de la vida le puede poner más énfasis a un aspecto que a otro. Por ejemplo, una persona que ha estado gravemente enferma y luego se sana, descubre que parte de su identidad es su salud o su discpacidad o su enfermedad.

-¿Por qué le ha atraído tanto el sentido de la inmigración, más allá de su experiencia personal?
-No disocio mi experiencia personal con este tema. De todos modos mi campo de estudio ha sido la Teología, la Biblia, los idiomas bíblicos como el arameo, hebreo, el griego, fundamentalmente aplicados al Nuevo Testamento. Además tengo otros tres campos a los que le he dedicado bastante tiempo y sigo investigando, que si bien no son directamente biblícos están íntimamente ligados a la Iglesia: la historia de la inmigración de los Alemanes del Volga en Argentina, la historia de las misiones jesuíticas y el tema del alcoholismo, que éste último se sale totalmente de la historia pero tiene vinculación directa con mi trabajo pastoral.

-Nos interesa el campo relacionado con la inmigración…
-En este tema me fascina la creación de una Argentina futura (todavía no está) compuesta por identidades múltiples y que necesariamente se tendrá que trabajar en esas identidades porque la verdad no es una decisión de las mayorías sino una construcción en conjunto.

-Quiere decir que se debe construir un Estado y una Nación pluricultural…
-Sería más o menos eso. A través del Isedet tenemos muchas relaciones con las culturas y el mundo indígena o pueblos originarios. Nuestra Facultad tiene una filial en Villa Río Bermejito, en el impenetrable Chaqueño, donde trabajamos desde hace quince años con el pueblo Kom, mal llamado Tobas. Colaboramos con ellos en la formación de líderes comunitarios, sean pastores, maestros, agentes sanitarios. Actualmente hay un intendente en El Espinillo que salió de esa experiencia.

-Argentina no toma muy en serio estas identidades…
-Así es. Y mientras ignoremos estas identidades indígenas seguiremos siendo un país que avasalla culturas e impone a la fuerza tal como se hicieron las Campañas al Desierto y al Norte y se seguirá negando derechos a los pueblos originarios que tienen igual o más derechos que todos los inmigrantes juntos. En este campo tenemos una gran deuda pendiente.

-Así se construyen categorías discriminatorias, de no reconocimiento del sujeto y del otro. Por ejemplo: el blanco tiene religión, el indio creencias. El blanco tiene idioma, el indio dialecto. El blanco tiene arte, el indio artesanía…

-Todas esas categorías son funcionales a la imposición y un obstáculo al diálogo. La cultura nunca es estática, sino dinámica y en ese dinamismo genera cambios. La cultura está llamada a ser vivida, no solamente exhibida. Y otra categoría discriminatoria es la de considerar que el indio es un problema, cuando en realidad el problema somos en todo caso los blancos que no hemos aprendido a convivir con ellos. Por eso se confunden también el concepto de tradición con el de tradicionalismo.

-¿Podría profundizarlo?
-La tradición es la fe viviente de nuestros muertos y tradicionalismo es la fe muerta de los vivos. La tradición es lo más parecido a la herencia cultural.

-¿Cómo diferenciar la apropiación cultural del sincretismo?
-En la medida que cada uno sea consciente de cuáles son sus raíces y qué es lo positivo que puede aportar para una construcción conjunta o colectiva. Trato siempre de hacer una diferencia entre la asimilación y la integración.

-¿Podría verlo a través del fenómeno de la inmigración?
-Es un campo ejemplar para verlo. Si vemos este fenómeno de la inmigración que fue intercontinental y de diferentes culturas podemos visualizar dos grandes formas, por supuesto hay muchas más que son intermedias. Uno puede estar convencido de que la cultura de origen es la única buena y superior y llegar a un nuevo país y considerar que ahí es todo malo e inferior. Esa persona terminará formando un gheto y eso ocurrió, ha ocurrido y sigue ocurriendo. Pensemos ahora al revés: un grupo social sale de un determinado origen donde ha tenido experiencias tan malas y tan terribles, que no quiere saber más nada con eso. Y podrá concluir que todo lo nuevo es mejor, que es como se llegó a decir “la América”. Eso es asimilación porque pierde las raíces y no aporta nada. Si las dos líneas o vetas son sentidas como negativas, es una postura que lleva al resentimiento social y que existe. Maldice a sus antepasados y a la cultura actual donde está inserto.

-¿Y qué pasa si se ven a las dos como positivas?
-Entonces se puede producir lo que califico como integración. Y la diferencia con la asimilación es que la integración no implica borrar lo que uno trae, sino hacerlo fructificar de manera que otro saque algún provecho. Ahora volviendo a la pregunta original: integración es el concepto más académico de lo que vulgar o despectivamente se denomina sincretismo. Lo voy a extender: sincretismo es una designación un poco negativa que hace referencia a una mezcolanza.

-¿Pero cuál es exactamente la diferencia entre sincretismo e integración, porque en la integración también se mezclan cosas?
-La diferencia está en la adopción y no en la imposición cultural. Es perfectamente posible vivir en armonía tomando elementos de ambas culturas. Es posible ser bilingüe o trilingüe y de la misma forma es posible ser multicutural e incluso en una misma persona o en una misma familia pueden confluir varias culturas. En mi hogar, mi señora tiene origen en los Alemanes del Volga (es de Urdinarrain) y esa cocina es cotidiana. Por mi origen traigo la cultura paraguaya con todos sus sabores. Y estamos en Argentina, donde la carne es predominante. En la alimentación está presente la integración cultural y eso sigue, porque a su vez los hijos siguen agrandando esta paleta de sabores.


Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©



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