Diálogo con Emiliano García, videógrafo
“Hacer sociales es registrar un hecho potente y trascendente y que constituye una bisagra en la vida de las personas” Por Nahuel Maciel EL ARGENTINO
Hacer de lo complejo algo sencillo. Ese es el arte de Emiliano García a la hora de filmar una boda, un bautismo o un casamiento. Es que el oficio de videografo implica conocer las artes del llamado reportaje social. En la actualidad, el sector más comercial de este tipo de registro de imagen, trata de captar los aspectos de la vida cotidiana, familiares y especiales, dentro de un plano trascendental. De alguna manera, es la forma que tienen, por ejemplo, los novios de hacerse un homenaje a ellos mismos más allá de la boda como fiesta. Lo mismo ocurre con un cumpleaños o una fiesta empresaria. Lo importante es inmortalizar a las personas en un momento sublime de sus vidas.
Emiliano García es un experto en esta materia. Nació el 5 de julio de 1979 en Temperley, provincia de Buenos Aires. Es el mayor de cuatro hermanos (Gabriel, 37 años; Celeste, 35 años; y Joaquín, 27 años). “Mis hermanos representan un aspecto muy importante de mi vida”, dirá también a manera de presentación.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, el viernes por la mañana, de algún modo refleja que es posible hacer vídeos de bodas, bautismo y diversas celebraciones con sentido artístico y no solamente el registro por el registro mismo.
¿Pero cómo convertir estas celebraciones en un proyecto artístico? He ahí el talento que se requiere para trabajar en la edición y al mismo tiempo ceñirse al punto histórico que se está registrando.
-Primero alguna referencia de su infancia…
-La primaria la cursé en la Escuela N° 32 de Temperley. De esa época tengo muchos recuerdos hermosos. Ahora mismo me estoy acordando de mi señorita maestra que se llamaba Flora y que lamentablemente falleció hace dos años. Ella nos enseñaba lengua y lo hacía de una manera muy original. Sentía que ella presentaba su materia como si fuera un hermoso cuento. Por ejemplo, cuando teníamos que hacer análisis sintáctico, que es como las matemática de la literatura, ella lo daba de una manera simple y como si fuera un cuento y tal vez por eso jamás olvidaremos sus enseñanzas ni su ejemplo de vida. A través de ella también aprendí a poder contar las cosas lindas y no tan lindas que nos pasan en la vida. De alguna manera también aprendí a amar la literatura gracias a ella.
-Es curioso pero en este punto casi todos se quedan pensativos…
-Ahora estaba pensando que hasta los juegos eran muy diferentes a los de la actualidad. Claro que no teníamos celulares ni siquiera computadora. Jugábamos mucho a la mancha, al “poli ladron”, a la figuritas, a la bolita, a las escondidas… y por supuesto al fútbol o a la pelota como decíamos en ese entonces. A media cuadra de nuestro hogar hay una placita, donde nos juntábamos a jugar. Y como con mi hermano Gabriel, que nos llevamos tan sólo un año, éramos muy “pata dura” para jugar al fútbol; pero como éramos los dueños de la pelota sí o sí jugábamos en todos los partidos. Y nada de mandarnos al arco, como era costumbre para los que no sabíamos jugar al fútbol. Diría, con la sonrisa de la distancia, que éramos los Messi por el simple hecho de ser los dueños de la pelota.
-¿Y la secundaria?
-Hasta segundo año fue en la Escuela Nuestra Señora del Huerto de Temperley. Era un colegio de monjas y cuando ingresé era el segundo año que se había transformado en mixto. Eso también me marcó mucho, porque éramos apenas un puñado de diez o quince varones en todo el colegio, que tenía más de 600 mujeres. Encima cuando los varones ingresábamos por primera vez a esa institución, se hizo costumbre tener una suerte de madrinazgo a cargo de cinco alumnas de quinto año. Cinco alumnas de madrina por cada varón. Me sentía un rey, porque nos mimaban, nos hacían regalitos. Y en nuestra adolescencia pura eso era lo más parecido a ser un jeque árabe.
-¿Y luego?
-Por razones laborales de nuestros padres, nos mudamos desde Temperley a Gualeguaychú. Eso fue el 2 de enero de 1994. Mis padres no tenían raíces en Gualeguaychú, salvo un par de amigos. Por esa amistad solíamos venir de vacaciones o en una escapada de fin de semana largo a Gualeguaychú y vivíamos a pleno el río y el parque Unzué. Amábamos a Gualeguaychú y siempre la teníamos muy presente en nuestras vidas. Por eso cuando nuestros padres plantearon la posibilidad de venirnos a vivir para siempre, recuerdo que todos sentimos una felicidad inmensa. En ese entonces, tenía catorce años. Y esto dicho a pesar de que atrás íbamos a dejar, en mi caso, una novia, amigos, compañeros de colegio. Pero era tal las ganas de venirnos a Gualeguaychú, que no lo vivimos como un sacrificio, aunque sentimos, claro está, el desprendernos de esos sentimientos de pertenencia que habíamos logrado en Temperley.
-¿Y en la ciudad dónde sigue estudiando?
-Me inscriben en el Colegio Nacional Luis Clavarino. Nunca fui un excelente alumno, sino más bien regular. Promedio siete, ocho… casi nunca un diez. Pero en el Clavarino me fue muy bien y era casi el mejor del grado. Entonces mis padres percibieron que no era que me había convertido en un genio de la noche a la mañana; sino que les preocupó que no tuviera tanta exigencia. Así me pasaron a la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade”. Eso nos permitió tener más tiempo libre y superar esto de ser “los porteñitos” como nos decían a veces no tan cariñosamente, a pesar de que éramos bonaerenses. Por eso tal vez me refugié bastante en la lectura. Comencé a ir a la biblioteca del Instituto Magnasco para hacer mis tareas de secundaria y descubrí un mundo inmenso a través de los libros. Y mi madre me inculcó mucho esto de la lectura como el de escuchar buena música. Recuerdo que a los doce años llegó a mis manos Cien años de soledad de García Márquez y lo comencé a leer. Pero no fue grato, porque había muchos personajes, me perdía en la trama. Y mi madre me decía que ese era un muy buen libro, pero que no tenía edad suficiente para disfrutarlo en su plenitud. Años más tarde, cuando lo releí, me di cuenta que tenía razón. No era un libro para un niño de doce años.
-Era lector, entonces algo de escritura habrá experimentado.
-Por supuesto. Hacía cartitas de amor, era muy romántico. También recuerdo que en primer año de la secundaria, en el Colegio del Huerto, habíamos leído “El túnel” de Ernesto Sábato y ese libro me fascinó. Y así llegué a comprometerme con otros autores como Bioy Casares y Jorge Luis Borges.
-Finaliza la secundaria en la Enova. ¿Habrá sido carrocero?
-En cuarto año tuve esa experiencia. Fue algo novedoso para mí y muy agradable. Nunca fui siquiera bueno con las manualidades y aún hoy me siento bastante torpe en ese aspecto. Pero con la experiencia de carrozas fue algo distinto, porque se trabaja en equipo. En realidad me fascinaba la atmósfera que vivía alrededor de Carrozas. Participamos en la categoría Primaveral.
-Termina la secundaria, tenía un fuerte vínculo con la literatura. ¿Qué estudia?
-Nada. Porque a los 18 años fui papá. Me caso con Lorena, que me llevaba cinco años de diferencia y con quien tuve dos hijos: Ignacio que tiene 18 años y Delfina que tiene 17 años. Mi mamá siempre me dijo que iba a ser padre joven. Recuerdo que cuando le comenté que iba a ser padre, ella me dijo “tan chiquito”. El asunto es que ante la noticia de que iba a ser padre me voy a Buenos Aires a buscar trabajo. Tuve suerte porque enseguida conseguí para vender libros de una editorial. Pero en el primer día de trabajo, Lorena me llama para contarme que Ignacio se movía en su panza. Y sentí que esos momentos no me los podía perder por nada en el mundo. Así que en mi primer día de trabajo renuncié y me vine volando para Gualeguaychú. Comienzo a trabajar en el frigorífico de mi suegro, Antonio Castro, que en ese entonces nos dio una mano bárbara. Años más tarde me divorcio de Lorena, cuando ya teníamos dos hijos. Actualmente estoy en pareja con Miriam, con quien llevamos diez años de convivencia y tenemos a Bianca que tiene once años, y es una hija más para mí.
-¿Y cómo llega a trabajar con la imagen?
-Comienzo a estudiar diseño gráfico a distancia. Y a medida que avanzo me doy cuenta que me gustaba darle movimiento a las imágenes que pensaba. Así sigo indagando en el mundo del movimiento más que en lo estático. Será por eso que me gusta más el video que la fotografía. Y me engancho como un simple observador, que luego se compromete con lo filmado y cuenta una historia. El asunto es que incursiono en el mundo de la animación y así llego al video. Comienzo a trabajar en la productora de Diego Ingani, que se especializaba en lo que se llama “sociales”: cumpleaños, bautismo, casamiento. Y me doy cuenta que mi creatividad funcionaba más rápido de lo que pensaba. Con Ingani aprendí muchas cosas del oficio e incluso él me daba mucha libertad para crear. Pero también con el tiempo me di cuenta que necesitaba algo más.
-¿Y qué hizo?
-Una mañana me desperté y me acerqué al canal para hablar con Luis Panelo, a quien no conocía. Me presenté, le conté lo que quería hacer y al otro día comencé a trabajar en el canal. No comencé por lo estrictamente periodístico, sino que hacía la parte artística del canal. Fueron casi dos años y en el medio tuve una experiencia con el programa “Fuera de Juego” que conduce Daniel Enz, donde sí aprendí mucho más sobre el periodismo. No obstante, quería hacer otra cosa.
-¿Por dónde iba esa búsqueda?
-Creo que iba hacia tener una productora propia. En aquella época ya trabajaba para otras productoras, hacía algún que otro video, pero siempre para terceros. Me llamaban de varias productoras de Buenos Aires, pero había que trabajar mucho para ganar un poco de dinero. Siempre fue un rubro mal pago. Una vez un colega de Buenos Aires me animó a intentar generar mi propia productora. Lo cuento bastante lineal, pero fue un proceso difícil: pasar de un trabajo en relación de dependencia a otro totalmente independiente. Resumiendo, mi suegra me presta dinero para comprarme mi primera cámara y con ese equipo comienzo a fortalecer la independencia laboral que tanto quise tener y antes no me animaba.
-Fue una época de cambio de tecnología…
-Claro. Tenía experiencia en el manejo de equipos de cinta, VHS, mini cassettes. Mi hermano menor, que estudiaba cine me enseña lo que hacían sus compañeros con una cámara de fotografía que filmaba. Era tecnología digital y me doy cuenta que la calidad era otro mundo. Era una cámara de fotos DSRL, no filmadora; pero filmaba hasta once minutos de corrido. Así comienzo a estudiar ese sistema, que lo usaban un par de productora de Buenos Aires. Simultáneamente, mi hermana Celeste estaba estudiando fotografía y la convoqué para que colaborara conmigo, porque iba teniendo bastante trabajo. Y así comenzamos a darle un estilo muy personal a lo que hacíamos y nos animamos a tomar trabajos en la ciudad. Siempre en el rubro “sociales” y así fuimos creciendo y aprendiendo. Nunca dejamos de aprender ni de crecer.
-Pero tenían pocos recursos…
-Diría que escasos recursos tecnológicos. Pero esa carencia nos hizo ejercitar siempre la creatividad. Y para tornar lo que estamos registrando en algo atractivo, invariablemente nos lleva al mundo de la edición. Y así descubro todo un mundo que también me fascinó, porque la edición te permite contar una historia como quieras. Un gesto duro, en la edición puede aparecer como blando y los gestos te pueden anticipar lo que vendrá… lo mismo que la banda sonora que siempre tiene que jugar a favor de la historia.
-Siempre como autodidacta…
-Sí. Siempre buscando aprender cada vez más. Trabajar y aprender. Tengo un referente que se llama Francisco Montoro, que es un videografo español, al que tuve oportunidad de conocer. Él enseña que si imaginamos que este oficio es una pirámide, en la punta superior está el cine. Luego viene la publicidad, el video arte; la televisión y finalmente lo que él llama “BBC”, es decir, “bautismo”, “boda”, “comuniones”. Y en esa BBC me encuentro, aunque a raíz de esos trabajos puedo de vez en cuando hacer alguna publicidad, un video arte o televisión. Pero siempre regreso al plano “social” de los bautismos, bodas y comuniones; porque es desde esa plataforma que me convocan para lo otro. O utilizo los recursos de la publicidad, el video arte para filmar una boda.
-¿Por qué se desvaloriza el trabajo de quien hace “sociales”, como algo secundario, cuando en realidad está registrando un momento histórico y sagrado para los protagonistas de la fiesta y que es único?
-Tal cual. No es para nada trivial el trabajo. Hacer sociales es registrar un hecho potente y trascendente y que constituye una bisagra en la vida de las personas. De hecho antes de tomar un trabajo, con una agenda anual, tenemos varias entrevistas porque ambas partes debemos elegirnos para hacer ese registro. En el caso nuestro, se requiere de una empatía que tiene que existir y en una coincidencia en lo que se quiere compartir. Desde la banda sonora hasta cómo aparecerán los protagonistas de la fiesta.
-¿Por qué en los cumpleaños de quince se muestran a las niñas como si fueran modelos, como algo que no son? Incluso de un modo erótico que no es apropiado para esas edades.
-Por eso nosotros no hacemos tanto cumpleaños de quince, excepto que podamos prescindir de esa forma de mostrar a la cumpleañera. Pasa algo muy raro con las nenas de 14 años o 15 años que les gusta mirarse y que el comentario sea “no parecés vos”. Y eso es a nuestro criterio un error, no es un elogio. Porque no hay nada más lindo que mostrarse como uno es. Si bien es importante que tenga lo que se llama glamour o enfatizar el cambio de pasar de la niñez a la adolescencia, me parece que hay límites de exposición que no son los más adecuados. En nuestro caso enfatizamos que estamos frente a una nena y que detrás de esa nena hay una familia, más allá de que algunas puedan parecer que tienen veinte años. Por eso nos contratan más los padres o en todo caso las nenas que quieren mostrarse tal como son y haciendo lo que les gusta, sin sobre exponerse. Y buscamos resaltar lo mejor que tiene esa cumpleañera en su espíritu y eso es lo más difícil. Gracias a Dios hay clientes que quieren esa mirada y no sobreexponer tanto a esas criaturas. Como en todos nuestros trabajos, inicialmente comenzamos con un interrogante que cambia según sean los protagonistas de la fiesta, en el medio se mantiene el clima y al final aparece lo más importante: lo que se dice y la forma de decirlo; es decir, explotar de amor por lo que se está compartiendo. Porque en estas historias invariablemente el final tiene que ser feliz. Por eso, lo difícil es elegir la pregunta inicial que da juego a todo lo demás.
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