Diálogo con Santiago Fracarolli, actor
“Un actor es una persona que no dejó de jugar” Por Nahuel Maciel EL ARGENTINO
Santiago Fraccarolli nació el 4 de octubre de 1977 en Gualeguaychú.
Tiene en toda su expresión el reflejo de una búsqueda que se ha hecho encuentro. Su persona lo anuncia en cada gesto: la actuación como una expresión propia pero que al ser compartida se hace colectiva.
Si el arte es esa expresión que permite crear y recrear diversas emociones; en él la actuación es algo que indefectiblemente se siente con el lenguaje del alma y por eso es universal.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, habló de la vocación y de la identidad como parte de una misma búsqueda. La identidad del terruño que permite experimentar ser ciudadano del mundo y al mismo tiempo pertenecer de manera innegociable a Gualeguaychú. Es el amor por la patria de la amistad y los sueños, pero también el sentimiento de reciprocidad con el prójimo. En él se da el prodigio del agradecimiento y la correspondencia. Agradecimiento hacia sus mayores y correspondencia con sus semejantes. Es esa genuina necesidad que abreva en la fuente de la esperanza.
Sus padres fallecieron jóvenes, pero de ellos conserva un diálogo tan imborrable como vigente. Aprender en el hogar a amar y a ser felices con lo más sencillo y simple, es su legado. Pero del mismo modo dirá que sería injusto si se quedara con lo último. También en ese mensaje comparte un destino de esperanza para vivir con alegría. Es de aquellos que saben que nada se logra sin esfuerzo y que se necesita compartir lo aprendido. Se trata de un entrenamiento permanente, tal como lo percibió en la gran sala que es Sportig Teatral y que dirige Ricardo Bartis.
De esa experiencia –como todo entrenamiento- extrae la preparación necesaria para hacer de la expresión y de la actuación un sentimiento compartido.
Sin solemnidad por las cosas serias, dirá que la actuación y con ella el actor, es propio de alguien que de la vida no olvidó cómo es jugar. Se trata de un tema presente en este punto preciso de las coordenadas del tiempo: el siglo XXI.
Este actor dice al final del diálogo que “la nuestra es una sociedad que no le da la espalda al río, y eso es muy bueno para su propio desarrollo”. Y ubica también el desafío en las coordenadas del espacio.
Santiago Fraccarolli es el mayor de cuatro hermanos (Lucas, Tomás y Marcos) e hijo de Gustavo Fraccarolli y Graciela Damato. En el siguiente diálogo repasa el sentido de familia pero también el de comunidad. Y con ese concepto, abreva en la importancia de la vocación y de la identidad para hacer de la vida un tránsito propicio hacia la felicidad.
-Primero unas referencias sobre su formación formal…
-La escuela primaria la cursé en la querida Escuela Rawson. Tengo mucho cariño por esos años y unos recuerdos muy gratos de esa infancia. Cada vez que recuerdo la escuela primaria me encuentro con un sentimiento de mucha felicidad. Me acuerdo de todas las señoritas maestras y tan sólo para nombrar a algunas y sin ser injusto con las demás, tengo un aprecio particular con “La Pampa” Dumón. Ella era maestra de tercer grado y tenía una dulce autoridad sobre nosotros. Recuerdo que ella me retaba mucho, porque yo hablaba todo el tiempo en clase y encima llevaba títeres para jugar en el recreo y a toda hora. Y como distraía a todo el grado, ella siempre me ubicaba pero con mucha ternura. Tengo hermosos recuerdos de esa escuela y con esas maestras de películas. Se me viene a la memoria otra docente de apellido Zapata y de la cual estaba intensamente enamorado. Y recuerdos de juegos maravillosos como la escondida, el quemado, la figurita.
-Luego la secundaria…
-La secundaria la hice en el Instituto Pío XII. Fue una etapa diferente, pero de la que también abrigo muy lindos recuerdos. La adolescencia es una etapa más conflictiva, incluso con uno mismo. Pertenezco a la promoción 1995 y todavía tengo amigos de esa época, lo que habla de una etapa muy potente. Fui carrocero y con mis compañeros ganamos el primer premio con “La deliciosa inspiración” en 1994.
-Se quedó en silencio de golpe…
-Estaba pensando que necesito y me hace falta estar siempre vinculado con Gualeguaychú. Y lo hago de muchas maneras: con los amigos de la primaria, de la secundaria, mi familia, mis sobrinos… las noticias que busco siempre de Gualeguaychú. La vida nos ha dado un vuelco a todos. Porque hace un par de años falleció nuestro padre y hace dos meses falleció nuestra madre y nos hemos quedado solos. Pero también la vida ha sido generosa con todos nosotros. Siempre pensamos que seríamos injustos con la vida si nos quedamos con lo último. Tuvimos una vida muy privilegiada, si por privilegio entendemos una felicidad compartida. En nuestra casa fuimos siempre muy unidos, con muchas risas, con diálogo, compartiendo con amigos. Además, nuestros viejos nos enseñaron a disfrutar la vida con las cosas más sencillas y simples. Disfrutar de un abrazo, de una mirada cómplice, de una sonrisa. A vivir con alegría.
-Volvamos a la experiencia carrocera que todos dicen que es impar…
-Por supuesto. Porque más allá de la competencia, uno vive la solidaridad, el ayudar al otro, el estar protagonizando un acto creativo. Creo que uno valora a la ciudad cuando es más grande o en mi caso cuando experimentamos la distancia. Y es ahí donde se observa con más claridad todo lo que esta comunidad les brinda a los jóvenes; el aprender a trabajar en equipo, a esforzarse con un objetivo en común, ser solidarios. También la ciudad te lleva a convivir con la naturaleza de manera amigable y respetuosa. En ese sentido, las vivencias con el río son también muy potentes. El río es como la tierra… tira. Y a veces siento una necesidad hasta física de ver ese río, respirar en ese verde tan intenso o simplemente tirarme en el pasto del Parque Unzué.
-¿Y después de la secundaria?
-A los 18 años me fui a Buenos Aires. Quería estudiar actuación, pero en mi casa me insistieron que estudiara una carrera más formal. Así me inscribí en cine, en realidad Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires. Luego me cambié a Diseño Gráfico. Y en paralelo, ya con un trabajo que me daba otra autonomía, comencé a pagarme las clases de teatro. Y no paré nunca. Soy diseñador gráfico egresado en la UBA y estudié Publicidad en una privada. Pero me siento un actor.
-Diseñador gráfico, publicista, con cierta búsqueda en el cine… actor. Se podría decir como síntesis el hombre de la expresión…
-Podría ser, porque siempre el arte estuvo cerca, diría que desde la infancia cuando llevaba los títeres a la escuela. Cuando era niño, todos mis amigos querían jugar a la pelota y yo quería hacer obras de teatro, escribir guiones, leer. Y en ese momento era un poco raro, porque hacía escenografías para mis amigos con cajas de cartones y papeles de colores. Incluso armaba programas y todo era un juego en el que participaban todos mis amigos e incluso mis vecinos. Y en la secundaria, especialmente con el certamen Gualeguaychú Joven en 1992, armé una obra en la que participaron todos mis compañeros y fue muy divertido. Por eso digo que el arte siempre estuvo muy presente en todas sus variantes.
-Es imposible la vida sin el arte…
-Por supuesto. El arte nos atraviesa en algún momento de nuestras horas cotidianas, incluso hasta cuando cocinamos. El arte es necesario y en mi caso es una forma de vida e incluso una manera de atravesar los dolores más profundos como las alegrías más inmensas.
-¿Cómo es esto de encarnar un personaje sin dejar de ser uno mismo?
-Creo que todos los personajes tienen algo de uno y uno le aporta algo propio a cada personaje. No importa si el personaje tiene miserias u oscuridades. Una de las funciones del teatro, de la actuación, es mostrarnos esos rasgos como un espejo, aunque a veces duela verlas. A veces molesta e irrita porque nos muestra lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Por eso las dos caretas que simbolizan al teatro abarcan todos esos sentimientos. Particularmente me identifico mucho con la visión del Sportivo Teatral.
-¿Qué es el Sportivo Teatral?
-Es el centro de Ricardo Bartis, quien es uno de los mejores directores de actores, un gran director de teatro. Es su centro donde produce sus obras y entrena a los actores. Y la palabra “entrenar” no es inocente, por eso el nombre de Sportivo. Porque vendría a ser como un club, un lugar de pertenencia, una sala. De ese lugar han surgido actores gigantesco como Mirta Busnelli, Luis Machín, María Onetto… todos con un sello particular.
-¿Y cómo fue la conexión con Bartis?
-Fue muy directa. Me hace recordar mucho a mi viejo. Y él entrena a actores críticos de la realidad. Entrena a actores que no son muñecos o marionetas que ejecutan lo que otros piensan, sino que son actores con pensamiento y con formas de ver la vida a través del arte.
-Ordenemos la cronología. Llegó a los 18 a Buenos Aires…
-Sí, y a los 20 años hago un viaje a Machu Pichu con amigos. Ese viaje me marcó mucho porque fue cuando me cuestioné por qué no estaba actuando que era lo que quería hacer en la vida. Por eso cuando regresé a Buenos Aires, lo primero que hice fue un seminario con Joy Morris, que era una mujer que estaba de moda y era oriunda de Estados Unidos y hacía seminarios de teatro. Ella estaba muy orientada a lo que se llama memoria emotiva, que es un modo de ver el teatro. Ese seminario no me colmó. Luego me inscribí en la escuela de Raúl Serrano, donde me formé durante tres años. Él fue un maestro inicial muy cálido. Una vez me eligió para una obra de teatro que se llamó “El movimiento continuo” de Armando Discépolo. Y cuando terminamos esa obra, el propio Serrano me sugirió que tenía que ir al Sportivo Teatral. Fue un gesto muy generoso como el de todo maestro.
-Y así llegó al Sportivo Teatral…
-Sí. Tenía 22 o 23 años y desde el primer día Bartis me voló la cabeza, porque me mostró otros mundos más amplios y no solo los realistas. Y así empecé un camino, con sus idas y vueltas, pero siempre con el horizonte de la actuación. Hace cuatro años que entreno con él. Más que aprendizaje, que lo tiene por supuesto, es un entrenamiento.
-La actuación es solo para los actores…
-De ninguna manera. Creo que todo el mundo actúa en la vida cotidiana. Si uno se pone a observar, se dará cuenta que todos actúan en la calle, haciendo un trámite, en el trabajo, en el almacén. Hay personas que no son conscientes que están actuando y sobreactúan otras. De chico tuve claro que esto era lo mío. Por eso de todas las obras y de todos los personajes he aprendido algo. Para mí un actor es una persona que no dejó de jugar. A medida que crecemos nos olvidamos de jugar y vamos perdiendo los colores. Me parece que el actor tiene al juego como algo importante y eso no lo deberíamos perder nunca.
-Hay que tener una formación permanente o llega un momento que no es necesario aprender más…
-Siempre, sin importar lo que uno haga, debe formarse de manera permanente. En el caso de un actor, esa formación se llama entrenamiento. Al menos ese es el modo del maestro Bartis. Claro que es un tipo difícil, de un carácter que no es fácil, que exige, que nos hace leer de manera permanente, no le da lo mismo hacerlo mal o bien. Y tiene el concepto de que el entrenamiento es una formación.
-Y qué siente al regresar a su pueblo con una obra de teatro como La Ponedora…
-Es muy movilizador, máxime porque lo hacemos en el Teatro Gualeguaychú que no es cualquier escenario. Tuve la suerte de ir a otros teatros, en otras ciudades o participar de festivales: pero Gualeguaychú me moviliza de una manera única y especial.
-Tantos años en Buenos Aires, igualmente se siente de Gualeguaychú….
-No importa en la ciudad en la que viva, siempre soy de Gualeguaychú. Mis amigos de Buenos Aires me dicen que ya no soy más de Gualeguaychú y que soy porteño. Y me lo dicen porque hace veinte años que vivo en esa ciudad. Pero siempre les respondo que jamás seré de otro lugar que no sea Gualeguaychú.
-¿Cómo es eso de lograr una identidad tan íntima con la tierra sin caer en un chauvinismo o en actitudes ombliguistas?
-Está claro que siempre es un riesgo para todos. Pero en mi caso la distancia me hace valorar todo lo que hablamos antes: el estar con amigos, el tener una historia en común, la naturaleza, el sentirse contenido en el otro, el sentir que la casa de un amigo es como si fuera propia. Sin pertenencia no podríamos vivir en otro lado. Yo puedo vivir en Buenos Aires porque tengo pertenencia en Gualeguaychú. Mi padre nos transmitió mucho esto de la identidad. Él se fue de su ciudad para estudiar Medicina y regresó para ejercerla en el hospital público, al que amaba como pocas cosas en la vida. Por eso pudo ejercer la medicina para la gente, privilegiando que era un servicio antes que un negocio. Él ejercía la medicina de un modo amoroso hacia la gente y especialmente con quienes más lo necesitaban. Y por eso eligió el hospital, a pesar de que en lo económico tal vez no era lo más conveniente. Fue su compromiso de vida y era feliz ejerciendo ese compromiso. Nunca fue un sacrificio.
-Le pesa la historia de sus padres…
-Todo lo contrario. Es un orgullo para todos los hijos y lejos de detenernos, nos impulsa. Y esto dicho sabiendo que nuestros padres se fueron de esta vida siendo jóvenes. Ellos siempre serán jóvenes para nosotros. Mis viejos nos enseñaron a estar juntos, a ser felices con cosas sencillas, a hacerle honor a los valores de la vida, a vivir plenamente la vida. Por eso no me pesa la vida de mi padre ni la de mi madre. En todo caso es un muy buen cielo donde mirarse constantemente. Cuando ando por Gualeguaychú no hay día que alguien me haga una referencia hacia ellos. Lo de mi padre fue muy impactante.
-Otra vez se quedó en silencio...
-Me estaba acordando que cuando lo despedimos a mi padre, íbamos hacia el hospital. Ese día llovía torrencialmente y todo el personal del hospital estaba en la vereda para saludarlo con mucha emoción.
-Dicen que el duelo es el tiempo que necesitan los que quedan para dejar ir aquello que es irremediable…
-Es cierto. Con la muerte de mi madre, que fue hace dos meses, lo tuvimos que aprender de nuevo. No nos enojamos con la muerte ni con las enfermedades. Por eso sostengo que sería injusto sino soy consciente del privilegio que tuve de tenerlos y aprender de ellos. Hemos tenido y tenemos una vida muy linda. Y crecer en Gualeguaychú tuvo mucho que ver con ese legado. El sentir que vivimos en una casa grande.
-Vamos a cambiar de plano así le damos tiempo para renovar el aire. Gualeguaychú tiene una intensa actividad teatral…
-Es muy fecunda esa actividad e incluso hay que valorar que se tenga una carrera de nivel universitario. Diría que en cada garaje hay una sala de teatro. Y es muy bueno que esto ocurra porque habla de un crecimiento cultural importante para vivir en comunidad. Además, el teatro que se hace aquí tiene un muy buen nivel, a pesar de que no siempre se tengan los recursos ideales. Por otro lado, el Carnaval es otro claro exponente de esto.
-¿Cómo es eso?
-Y en el Carnaval se produce el diálogo de las artes para un mismo mensaje. Soy de la generación que vio explotar el carnaval a niveles industriales, cuando pasó del desfile callejero al Corsódromo. Y la empresa que se armó fue fantástica. He salido en O´Bahía y en Marí Marí. Amo el carnaval y es un espectáculo que nos tiene que dar mucho orgullo. La ciudad ya no es solamente de los poetas, sino de los artistas. Esta es una ciudad donde el arte está presente siempre, donde el vecino necesita expresarse. Y así también hay que valorar otros espacios como Musicante, que es otra escuela de arte importante para descubrir esta trascendencia tan necesaria para la vida. Y lo mismo pasa con los artistas plásticos… los músicos. Y lo otro que hay que tomar conciencia es que esto no pasa en otras ciudades. Lo mismo ocurre con el paisaje. El vecino cuida la ciudad, aunque siempre tenemos que estar atentos a esto. La nuestra es una sociedad que no le da la espalda al río, y eso es muy bueno para su propio desarrollo.
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