El boom de la cerámica: Conectar con un pedazo de naturaleza y transformarlo
Por Camila Mateo
En el último tiempo la actividad de la alfarería creció enormemente en la ciudad, es por esto que desde EL ARGENTINO quisimos saber más sobre este fenómeno y consultamos a Ana Hernández, una gualeguaychuense que decidió jugársela por su sueño y abrir un taller donde cada día enseña el arte de moldear a mano a 60 alumnas.
A raíz de un episodio de estrés que vivió en el año 2016, y por recomendación de una amiga, Ana comenzó un taller de cerámica recreativa en Almagro, ya que en ese momento vivía en Capital Federal donde se licenció en Administración de Empresas.
“Es algo con lo que conecté mucho, era muy loco el proceso de la cerámica, te parece increíble poder hacer tus propias piezas y que puedas meterle tu parte artística a algo que vas a usar”, relata la joven emprendedora.
Dice que el mundo de la cerámica la “flasheo” desde entonces, y por tres años asistió a la hora y media de clase semanal que tenía en Almagro, fue una terapia y un gran descubrimiento.
Después de 11 años de vivir en Capital, decidió volver a Gualeguaychú. En el 2019 consiguió un trabajo en relación de dependencia vinculado a su carrera pero el afán de tener su propio taller de cerámica crecía cada vez más.
“Para mí era importante volver a esa rutina, pero yo ya sabía que iba a armar un taller en lo de mis papás. Lo armé y eran el torno, un par de herramientas, dos o tres paquetes de arcilla y con eso hacía algunas piezas, todo de forma recreativa”, explica.
En 2020 comenzó la pandemia y a Ana, como a muchos, le daba miedo ir a la casa de sus padres con el riesgo de contagiarlos. En ese momento, a su madre se le había desocupado un local ubicado en Ayacucho y San Martín, y le dijo que se animara a abrir el taller ahí.
Con ayuda de sus hermanos, que hicieron los muebles, y con gran apoyo de su familia y amigos abrió “Charo”, un espacio donde enseña el arte de la alfarería.
Al principio solo daba clases a gente conocida, luego fueron conocidos de conocidos hasta que el taller creció tanto que Ana renunció a su trabajo y se dedicó de lleno a su sueño.
“Fue una decisión difícil, pero siempre estuve muy acompañada. Yo soy muy sincera en ese punto, tuve la suerte de que me prestaran el local, y que me ayudaran a comprar el horno, que es lo más caro”.
Ana bromea y dice que podría poner otro taller, pero que todavía no se siente preparada para dar ese salto. Lo que sí observa es una gran demanda de parte de la población para tener acceso a este tipo de actividades, que en muchos casos termina convirtiéndose en algo más.
“Con el conocimiento que adquirís en un taller podes poner tu propio emprendimiento, aunque las clases son lo que te sostienen económicamente. Sé qué hay muchas chicas que se largaron y está buenísimo, porque siempre hay lugar para todas”.
El boom de la cerámica en Gualeguaychú no es más que el efecto dominó que se generó en Buenos Aires, y que produce que en la actualidad, todos conozcamos a alguien que realiza esta actividad.
Sobre todo, este crecimiento exponencial se dio con la pandemia, la cual destapó un montón de problemas vinculados con la salud mental, entre ellos la ansiedad. En este sentido, la cerámica ha sido una de las herramientas que la gente ha encontrado para hacerle frente a este mal de época.
“A mí me ayudó a bajar, la cerámica te enseña a esperar porque hay momentos del proceso que no podes acelerar, te enseña el desapego cuando se rompe alguna pieza y hay que volver a hacerla, te hace esperar el momento de cada cosa, entonces es para bajar un poco la ansiedad y desconectar”.
“Cuando mis alumnas están haciendo cerámica no tocan el celular, en ese momento es tanta la conexión que no te interesa agarrar el celu, está buenísimo por eso. Es conectar con un pedazo de naturaleza que después se transforma”.
Por lo general se comienza con piezas sencillas como una taza o un pequeño cuenco, que al cabo de cuatro clases está listo para usar.
Ana cuenta que el nivel de deserción en el taller es muy bajo, ya que la mayoría de las personas que inician, raramente dejan, porque el proceso de alfarería no solo les permite conectarse consigo mismas sino que se convierte en un espacio de encuentro con otras personas, donde se generan diferentes conversaciones.
“Es el momento de compartir, de activar la creatividad, de distenderse, de despegarte de la rutina, es mágico”, concluye.