Informe especial
El fútbol barrial como una práctica socio cultural que genera identidades
El puntero derecho impone su cuerpo sobre el último defensor que queda mordiendo el polvo de la precaria canchita. Define ante la salida presurosa del arquero, la pelota se va rosando el palo derecho y termina perdida en el patio trasero de una casita de uno de los tantos planes de viviendas que se han erigido en la periferia de la ciudad.
Curiosamente, de afuera del campo de juego no llega ningún insulto; el entrenador no emite ningún reproche, tampoco lo hacen ninguno de los papás ubicados fuera del campito, mucho menos los compañeros de equipo. Y, a la voz de “sigan, sigan” del entrenador el partido se reanuda con el mismo disfrute que antes de la jugada en la que la pelota besó el poste del arco y desapareció.
Esta escena se repite en decenas de canchitas de los suburbios de la ciudad. Esos espacios se vuelven privilegiados para contener socialmente a cientos de adolescentes y niños, y es el fútbol una de las expresiones populares y una de las herramientas más genuinas para lograrlo.
Tal vez inconscientemente los referentes barriales tienden a crear por medio de este deporte una atmósfera que genera identidades, no solo con el círculo más próximo sino para con los vecinos de los demás barrios.
Y no es sólo a través del deporte que se logra generar o recuperar la identificación con un grupo y un lugar de pertenencia, la misma función cumplen dentro de los barrios expresiones de la cultura popular como murguitas, clubes, merenderos y salones comunitarios.
Jueves 13 de mayo, 17:30. Comienzan a arribar los primeros chicos a la canchita del Barrio Molinari. En total suman aproximadamente veinte chicos, entre 6 y 12 años de edad. Pantalón, remera y los más variados tipos de zapatillas gastadas parecen ser el uniforme oficial del elenco.
“Nunca faltan”, dice Raúl López, entrenador de Los Tropicales del Sur. “A veces vienen más, a veces menos, pero siempre vienen a las prácticas”, añade.
“Los Tropicales del Sur” es precisamente el nombre del salón comunitario, de la murga y del Club de Fútbol del Barrio Molinari. “Ellos ya se identifican con este nombre”, reveló acertadamente a EL ARGENTINO, López.
Esa identidad de la que habla Raúl López, en gran parte generada por la pertenencia al equipo de fútbol, ha sido objeto de estudio de diversos intelectuales que reconocen a esta práctica como “fuerte generadora de identidades”. Es que a partir de ella es que muchos ciudadanos encuentran un denominador común, un punto de unión superador de las diferencias de estilos y gustos, forjando una fuerte idea de pertenencia a un lugar determinado, en este caso la canchita del barrio. En términos más populares, “la camiseta” es parte del corazón, ese sentimiento que se hace pueblo.
Raúl López, que oficia de entrenador y consejero, buscó en pases, paredes y gambetas la manera de canalizar los intereses particulares de los más pequeños. Inculcarles la disciplina a través de un deporte, la responsabilidad de cumplir un horario, la importancia de la buena alimentación, estar lejos de los vicios, que aprendan a trabajar en equipo, confiar en sus compañeros y en ellos mismos como personas capaces de lograr un triunfo y también aprender de las derrotas. Estas son algunas de las cosas que se inculcan a través de un deporte popular.
Es que a través del fútbol de barrio cientos de chicos dejan de ser “invisibles” para la sociedad para pasar a ser jugadores que participan en torneos interbarriales. Algunos llegan al sitio de ídolos. Esa interrelación contribuye a aprender a convivir con el “otro”, que puede pensar y vivir otra realidad, pero que termina compartiendo una pasión popular.
Para utilizar palabras del antropólogo argentino contemporáneo, Néstor García Canclini “en tiempos egoístas y mezquinos, el mercado se encarga de regular las relaciones sociales, pensando a los sujetos como consumidores”.
García Canclini concluye que hoy las identidades se configuran en el consumo. Se “es” en cuanto se “posee” algo. Cuando en realidad para ser no hace falta tener en términos materiales.
Contra este pensamiento egoísta que advirtió García Canclini, el fútbol barrial irrumpe como una posibilidad de impulsar acciones colectivas generadoras de lazos de pertenencia. Es en “el campito” donde múltiples sectores que estaban desunidos, desarraigados de sus lazos históricos y de sus espacios de pertenencia, se articulan en la práctica amateur.
La competencia, la rivalidad y la desunión quedan para el fútbol profesional. En el barrio, el fútbol busca transmitir otro tipo de valores.
Desde esta óptica, Raúl López asegura que “la competencia del fútbol de barrio es una competencia sana. Es sólo para participar y para que se hagan amigos entre los chicos de otros barrios, como el Guevara, El Zuppichini, los del Barrio Norte e incluso de otros clubes como puede ser los de La Cuchimarra”.
Cambio de frente
En el Club Social, Deportivo y Cultural “La Cuchimarra” sucede una situación similar. A La Cuchimarra pertenecen parte de La Cuchilla I, II y Barrio Esperanza.
Fabricio Franco es el entrenador de “La Cuchimarra”, donde existen tres categorías, que rondan entre los 6 y los 12 años de edad y la de mayores, que juegan en la Liga de Fútbol Amateur.
Ariel Olivera integra la comisión del Club y asegura: “Lo que nosotros vemos en el barrio es la ausencia de un trabajo de fondo de parte del Estado para querer cambiar la realidad que aquí se vive. Frente a esto, nosotros encontramos en el deporte, en especial en el fútbol, una manera de empezar a relacionar a la gente del barrio y también una manera de intentar cambiar las cosas. Y lo estamos logrando”, expresa con más esperanzas que quejas.
Un ejemplo puntual que comenta Olivera es que “antes, los más grandes se juntaban por grupos en diferentes esquinas. Había grupos diferenciados y muchas rivalidades. Hoy están todos juntos en el fútbol. Se preparan todos para un partido, se juntan a cenar, hacen rifas para recaudar fondos para las camisetas. Tienen un objetivo”. Es a través de ese compromiso con el deporte que se genera en los niños y adolescentes más responsabilidades en todos los aspectos del la vida diaria.
Que los chicos no repitan o dejen de llevarse materias son algunos de los logros de esta experiencia. Para esto se los incentiva con participar en los torneos si no se llevan materias a diciembre y al parecer está funcionando muy bien, sobre todo en los más chicos.
A su vez, los que juegan en las categorías mayores se encargan del mantenimiento de las canchas de la Liga de Fútbol Amateur, con eso cubren una gran parte de lo que les costaría estar en la Liga.
#Barrera de contención
Agustín “Mingo” Muñóz, del barrio La Cuchilla, es consciente de lo que logra la pelota: “Nosotros lo que hacemos con el fútbol es una contención. Los chicos saben que pueden competir pero solo con sus pares de otros barrios. Porque el objetivo es formar un enlace con grupos de otros barrios y con las otras personas que trabajan en esto”.
Para Muñoz, es fundamental “rescatarlos de la calle. No queremos formar un club o jugadores profesionales, porque somos conscientes de que aunque sea un solo chico el que saquemos de la calle, vamos por buen camino”.
Estudio fútbol
No es casual que la práctica del fútbol haya llegado a ser objeto de estudios de muchos investigadores de las más diversas disciplinas.
El sociólogo Pablo Alabarces ha realizado numerosos análisis de esta práctica deportiva. En “Fútbol y Patria”, asegura que “el fútbol durante el Siglo XX funcionó como fuerte operador de identidad, siendo un eje eficaz de identidades locales que encontraron en este deporte un punto de articulación (en sus prácticas y repertorios culturales, en la invención de una cultura futbolística, de una tradición, de un estilo nacional pero también de variados estilos locales)”.
El club de barrio, los salones comunitarios o merenderos, las murgas barriales también son actividades y espacios que suman sus significaciones para estos grupos sociales, que encuentran allí, en esa esquina o en esa fiesta popular, elementos que crean identidad, frente a la ausencia sin aviso del aparato estatal.
El fútbol barrial, más que nada en niños y adolescentes, enriquece y adquiere nuevas significaciones, en tanto se convierte en un espacio social que los une y los revaloriza. Y va generando un sinfín de cambios en sus vidas cotidianas. Estos amplios sectores sociales, muchas veces desarraigados y al margen de la vida social se sienten alguien detrás de la camiseta.
Es necesario comprender el fútbol y el espacio más amplio del barrio como un espacio donde los sujetos producen y reproducen sentido generando una identidad de grupo. Es en “la canchita” donde muchos sectores de la sociedad civil, opacados y periféricos, construyen nuevas identidades, movilizan su vida cotidiana y establecen nuevas redes sociales. Es en “el campito” donde le hacen un quiebre de cintura al otro vecino, similar al que en la vida diaria le realizan a su no deseada y cruda realidad.
Por Rocío Fernández
EL ARGENTINO ©
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