Entrevista a Domingo Oscar Carrazza
“Me preocupa que la dirigencia no aporte ideas para solucionar el conflicto con la ilegal Botnia”.
Domingo Oscar Carrazza nació el 20 de abril de 1958 en Gualeguaychú. Su padre –que este año hubiera cumplido cien años- se llamaba Domingo Antonio Paulino Carrazza, trabajador del Correo que llegó a ser jefe de esa repartición con tercer grado. Su mamá se llama Sara Dominga.
Una primera observación para esta breve presentación: en esta familia los Domingos son una constante.
El Flaco, como le dicen a este arquitecto que muy pronto cumplirá 25 años en la profesión, es el menor de tres hermanos. Tiene dos hijos y espera el tercero. Desde 1994 se dedica a la actividad privada con su estudio de arquitectura.
La primaria la cursó en Villa Ramallo, Provincia de Buenos Aires, donde realizó sus primeras experiencias hasta los nueve años. “Recuerdo de esa época estar jugando a los autos. Eran unos autitos de madera y en nuestra imaginación de gurí transformábamos las raíces de los paraísos, que eran muy generosas, en cruces de puentes y túneles viales”.
A los nueve años regresa a la ciudad y pasa por tres escuelas. “Porque era muy revoltoso, muy peleador. El recreo para mí era una instancia para salir a pelear. Lo digo a esto sin jactancia y con dolor y arrepentimiento. Pelear nunca es bueno”.
“Las maestras nunca nos echaban, sino que pedían a nuestras madres que nos cambiaran de escuelas, que no era lo mismo. Había otras formas”.
Así pasó por la Escuela Nº 20 “Domingo Faustino Sarmiento”, luego conoció la Escuela “Alfredo Villalba”, y el Flaco acota: “a la que llamábamos ‘La Ratonera’, cerca de la Cancha de la Liga, territorio muy de nuestra familia. Allí mi tía Angelita era casi una prócer. Lamentablemente también le pidieron a mi madre que me cambiaran de escuela”.
Y terminó los estudios en la Escuela Gervasio Méndez. Siempre por razones laborales del padre, se vuelven a mudar a Buenos Aires, esta vez a Malvinas Argentinas. “Cuando tenía quince años fallece mi papá y decidimos regresar a Gualeguaychú. Entonces los estudios secundarios los finalizó en la escuela nocturna del Colegio Nacional, trabajando con mi hermano como peón de albañil”.
Domingo Oscar “El Flaco” Carrazza es arquitecto. No es casual que “arquitectura” sea un término griego que significa “quien tiene el mando de una construcción” (“αρχ” –arch-, cuyo significado es “quien tiene el mando2”, y de “tekton”, es decir “constructor”).
La arquitectura es considerada una de las Bellas Artes de la Humanidad. Pero el oficio es algo más que levantar paredes, columnas y techos. Es crear espacios con sentido, donde las personas desarrollan su potencial.
En la entrevista que concedió a EL ARGENTINO, Carrazza explora los lineamientos básicos de la planificación urbana, pero también ofrecerá algunas definiciones: “toda política de Estado, de gestión de gobierno, debe despejarse de la actividad partidaria”. Y será mucho más concreto cuando se refiera a la lucha ambiental contra la ilegal Botnia a la que adhiere en forma absoluta e integral. “Me llama la atención que la dirigencia política de Gualeguaychú, que se ha destacado por su capacidad de gestión, no haya podido esbozar una hoja de ruta que conduzca hacia una solución definitiva”.
-¿Cómo llega a la Arquitectura?
-Ni bien pude trabajar, lo primero que agarré fue una pala y trabajaba con mi hermano en la construcción como peón. Y estando en cuarto año de la secundaria se me ocurrió tomar un curso de dibujo técnico en el Instituto Magnasco. Me acuerdo que andaba siempre “a los rajes”. Porque trabajaba de albañil hasta las cinco de la tarde. De ahí al Magnasco a tomar este curso y del Magnasco a la escuela nocturna para terminar la secundaria. El día siempre comenzaba muy temprano y todo finalizaba muy entrada la noche. Y en quinto año tuve la suerte de ingresar como dibujante en el Estudio de la familia Bértora que se llamaba Aica, Arquitectos e Ingenieros Civiles Asociados.
-Eso era un poco como empezar a jugar en primera…
-Sí, fueron muy generosos. Ese estudio había sido fundado por el ingeniero Ignacio Bértora, padre de “Nacho” Bértora que era arquitecto y con ellos estaba Raúl Melchiori. También estaba una arquitecta que siempre recuerdo con mucha gratitud, Ana María Fagonde, que era muy estricta pero muy generosa. Y “Nacho” que me daba mucha participación y a quien estoy también muy agradecido. Fue en ese ambiente que me nació la idea de estudiar Arquitectura. Y así me fui a estudiar a La Plata. Fue en 1978 y me fui solo, sin conocer a nadie y sin trabajo. Había tomado la precaución de ahorrar unos pesos y de conseguir trabajo en el Mercado de Abasto de la Ciudad de las Diagonales, donde estuve siete años. Mi primera pensión estaba en calle 10 y 45 y la compartía con Gustavo Martinelli, actual arquitecto.
-¿Y cuando se recibió qué hizo?
-Seguía trabajando en el Mercado de Abasto de La Plata, ya era cajero. Me recibí el 14 de junio de 1985. La fecha la recuerdo doble: no sólo porque comenzaba a ser profesional sino porque ese día el entonces ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille había anunciado el Plan Austral. Lo primero que se me ocurrió fue mudarme a Carmen de Patagones o a Viedma, Río Negro. El presidente Raúl Alfonsín había anunciado el traslado de la Capital Federal y pensaba que podía ser un lugar muy interesante. Fue mi hermano Horacio quien me convenció de probar primero en Gualeguaychú y de afincarme definitivamente en el lugar donde nacimos. La raíz familiar fue decisiva para regresar con el título bajo el brazo.
-Quedó claro que la Arquitectura le viene de lejos. Comenzó como peón de albañil, se capacitó técnicamente en dibujo y finalmente termina estudiando esa carrera en La Plata. ¿Y la política de dónde le viene?
-Mis primeros inicios no los podría ubicar con precisión. Sí tengo claro que siendo estudiante en La Plata no estaba tan comprometido con los centros de estudiantes; pero me fascinaba la actividad gremial en el Mercado de Abasto. Pero mi prioridad inicial era estudiar y trabajar para mantenerme. Y decido militar políticamente una vez que estoy recibido y en ese marco mis primeras experiencias son en Gualeguaychú.
-En ese entonces la sede del Justicialismo estaba en calle 25 de Mayo…
-Sí, ese fue el primer lugar. Estamos en el año 1986 y se comenzaba con las jornadas programáticas provinciales.
-Había dos grandes líneas: la ortodoxa y la renovadora…
-Sí, yo estaba enrolado en la renovación. Un amigo que se llamaba “Tito” Giménez, que era pediatra me aclaró el panorama y gracias a él conocí a Jaime Martínez Garbino. El peronismo me identificaba por historia familiar; aunque las propuestas de otros partidos también me parecían muy potables. Siempre fue amplio y tolerante en el campo de las ideas. En 1988, el primer gobierno de Jorge Busti, a través de Jaime, me propone hacerme cargo de la Zonal de Arquitectura. Esa experiencia fue muy fecunda porque me permitió conocer todos los edificios escolares de Gualeguaychú como de Islas.
-¿El tema de la infraestructura escolar era mejor, similar o peor al de hoy?
-Mucho peor. Hay que tener memoria y nos olvidamos muy rápido de las cosas. Cuando asumo la jefatura de la Zonal de Arquitectura en febrero de 1988 y me dio una carpeta con cuatro hojas que contenían las obras en marcha en Gualeguaychú e Islas. Encima me dijeron que debía buscarme a un administrativo y a un técnico. Y así empezó la Zonal de Arquitectura actual. Por eso pondero siempre trabajar en equipo, que es la única forma de optimizar los recursos humanos y económicos. Pero en aquella época teníamos escuelas ranchos.
-¿Puede dar un ejemplo más preciso?
-Muchísimos. Por ejemplo, la Escuela N° 12 de Ceibas tenía un secundario con más de 180 alumnos y tenía apenas dos letrinas. Ni siquiera baño. ¡Letrinas! Eso era lo único que tenía. Y por otro lado, simultáneamente, en la Escuela de Las Piedras, tenía ocho alumnos y estaban construyendo cuatro grandes baños nuevos. Con el agravante que esa escuela dentro de pocos años se podía quedar sin alumnos. Conclusión: era una desproporción, una injusticia producto de la falta de planificación. No digo que hoy los problemas hayan desaparecido; que nadie se confunda. Pero antes había algo mucho más grave y era la falta de planificación, de coordinación. Hoy pueden faltar recursos, pero medianamente hay planificación.
-Si usted se remonta a su infancia observará que antes el mantenimiento de las escuelas era diferente. El portero de la escuela era cerrajero, cambiaba los vidrios rotos y encima mantenía la escuela impecable.
-Es cierto eso. Pero también había otro compromiso, otro vínculo entre las familias y la escuela. Y eso estimula a cualquiera. Hoy no es así y eso desmotiva. Antes, es cierto, los alumnos llegábamos a tener una identidad también construida desde la escuela. Lamentablemente hoy eso es una aspiración que no siempre se logra. Siempre las cooperadoras eran las grandes sostenedoras de las escuelas y máxime en la zona rural. Pero los problemas de entonces se suscitaban, mayoritariamente, por falta de mantenimiento. Y esa falta de mantenimiento terminaba en obras de refacción de gran envergadura. Los domingos hacíamos jornadas de mantenimiento escolar con las cooperadoras. Un padre pintando una puerta, el otro pintando una pared o arreglando alguna instalación eléctrica. Había otro compromiso y se tenían menos recursos económicos pero más compromiso humano. Esa experiencia me hizo entender que toda política de Estado, de gestión de gobierno, debe despejarse de la actividad partidaria. Es la actividad partidaria una de los mayores obstáculos para avanzar en cualquier gestión de gobierno.
-Gualeguaychú se ha extendido hacia la ruta en gran parte por la barrera natural que es el río. Pero esa expansión no fue producto de una planificación ni ha sido algo ordenado. Los arquitectos han sido responsable de esto en gran parte…
-Lo interrumpo porque me estoy acordando de un amigo que siempre decía “hagamos la teoría de la realidad” para no discutir la teoría de lo que no existe. La incidencia del arquitecto es ínfima y tiene desde hace dos décadas un poquito, pero no mucho más, de influencia. Recién en la gestión de Manuel Alarcón se armó el Departamento de Planeamiento y como antecedente inmediato está la apuesta fuerte que se hizo en la gestión de “Balucho” Etchebarne a través de la Comisión de Planeamiento. Ahí se hizo el plan regulador.
-Bueno, pero la expansión tiene una relación con las normativas de edificación.
-Sí, pero no es tan lineal. Es cierto que las actuales normativas básicas son de 1991 y son cuatro o cinco. Todavía no se han renovado a pesar de que han pasado 19 años. Esto es un error, porque toda norma necesita modernizarse. Es decir, volver a armar la teoría de la realidad. Ahora es necesario tener en claro que a la ciudad la hacen las inmobiliarias, los propietarios, los comerciantes, los vecinos. No la hacen los arquitectos, más allá de las influencias que la profesión haya tenido en algunos rasgos.
-Hay dos obras públicas que fueron clave para la integración urbana: el Canal Clavarino y la Avenida Parque. Y hoy se observa algo similar con el olvidado Suburbio Sur…
-El proyecto ferro urbanístico se comienza a trabajar en 1992. En términos de comunidad no hace mucho tiempo. La idea era recuperar los terrenos ociosos del ferrocarril para transformarla en lo que hoy es la Avenida Parque.
-Ahora lo interrumpimos nosotros. Hay una virtud en la dirigencia de Gualeguaychú que se destaca del resto de los municipios: los dirigentes han tenido continuidad en las gestiones vinculadas con el interés general. Fue el senador nacional Ricardo Taffarel quien logró darle el cierre final al traspaso de los terrenos del ferrocarril a la Municipalidad…
-Así es. Es un proceso y en eso la dirigencia local es perseverante. El urbanismo tiene tres facetas: planificación, gestión y diseño urbano. El general Perón decía planificación centralizada y ejecución descentralizada. Y nosotros adecuamos la planificación centralizada con participación de los sectores involucrados y ejecución descentralizada con control de gestión. Esto es lo que falta. Lo que también hay que entender es que esa planificación no es monopolio del gobierno y mucho menos de los arquitectos. Es la planificación de la ciudad y debe pensarse siempre a largo plazo. Ahora bien, el que conduce los destinos de la ciudad debe gestionar y no sólo gestiona el gobierno, sino también las instituciones, el sector privado. Pero debe prevalecer la coordinación. Tener siempre una hoja de ruta y comprender que el gran diseñador del espacio urbano es el Municipio.
-Gualeguaychú es una sociedad muy politizada. Con un piso de exigencia que para muchas municipalidades es un techo inalcanzable. Sin embargo, llama la atención que la clase dirigencial no acierta en marcar una hoja de ruta en el conflicto por las papeleras.
-Ese es el gran desafío de hoy. No sé qué pasa. Pero la percepción que tengo, y ojalá me equivoque, es que el conflicto con la ilegal Botnia está rompiendo con esa impronta que ha caracterizado a la dirigencia de Gualeguaychú, dado que no observo capacidad de gestión y lo que es peor aún, no escucho ideas superadoras para una solución a este problema. No lo digo desde una actitud discriminadora o de reclamo llorón, sino en todo caso desde una actitud reflexiva en la que todos, sin excluir a nadie, debemos –me incluyo- dar su mejor esfuerzo en esta cuestión. Creo que deben existir ideas, pero no se están compartiendo. Me cuesta creer que con semejante nivel político no haya una puesta en común para encontrar una solución superadora. Y aquí sí involucro a los responsables de los últimos veinte años y a los que aspiran a ocupar una función pública. No puede ser que nadie esboce algo. Insisto, deben tener ideas, pero no las están expresando y eso es grave porque el conflicto se profundiza y necesita una urgente hoja de ruta, que marque un rumbo preciso y cierto. Y es en esto que visualizo un quiebre y ojalá se restaure para beneficio de todos. La dirigencia local le debe una propuesta a la Asamblea. Estoy convencido de que hay ideas. Yo mismo tengo ideas. Pero es necesario juntarse y establecer una hoja de ruta en común y plantearla a la Asamblea y a la comunidad. No alcanza con acoplarse, con adherir a una lucha, con sumarse. La dirigencia tiene la obligación de marcar esa hoja de ruta. Me preocupa que la dirigencia no aporte ideas para solucionar el conflicto con la ilegal Botnia.
Una primera observación para esta breve presentación: en esta familia los Domingos son una constante.
El Flaco, como le dicen a este arquitecto que muy pronto cumplirá 25 años en la profesión, es el menor de tres hermanos. Tiene dos hijos y espera el tercero. Desde 1994 se dedica a la actividad privada con su estudio de arquitectura.
La primaria la cursó en Villa Ramallo, Provincia de Buenos Aires, donde realizó sus primeras experiencias hasta los nueve años. “Recuerdo de esa época estar jugando a los autos. Eran unos autitos de madera y en nuestra imaginación de gurí transformábamos las raíces de los paraísos, que eran muy generosas, en cruces de puentes y túneles viales”.
A los nueve años regresa a la ciudad y pasa por tres escuelas. “Porque era muy revoltoso, muy peleador. El recreo para mí era una instancia para salir a pelear. Lo digo a esto sin jactancia y con dolor y arrepentimiento. Pelear nunca es bueno”.
“Las maestras nunca nos echaban, sino que pedían a nuestras madres que nos cambiaran de escuelas, que no era lo mismo. Había otras formas”.
Así pasó por la Escuela Nº 20 “Domingo Faustino Sarmiento”, luego conoció la Escuela “Alfredo Villalba”, y el Flaco acota: “a la que llamábamos ‘La Ratonera’, cerca de la Cancha de la Liga, territorio muy de nuestra familia. Allí mi tía Angelita era casi una prócer. Lamentablemente también le pidieron a mi madre que me cambiaran de escuela”.
Y terminó los estudios en la Escuela Gervasio Méndez. Siempre por razones laborales del padre, se vuelven a mudar a Buenos Aires, esta vez a Malvinas Argentinas. “Cuando tenía quince años fallece mi papá y decidimos regresar a Gualeguaychú. Entonces los estudios secundarios los finalizó en la escuela nocturna del Colegio Nacional, trabajando con mi hermano como peón de albañil”.
Domingo Oscar “El Flaco” Carrazza es arquitecto. No es casual que “arquitectura” sea un término griego que significa “quien tiene el mando de una construcción” (“αρχ” –arch-, cuyo significado es “quien tiene el mando2”, y de “tekton”, es decir “constructor”).
La arquitectura es considerada una de las Bellas Artes de la Humanidad. Pero el oficio es algo más que levantar paredes, columnas y techos. Es crear espacios con sentido, donde las personas desarrollan su potencial.
En la entrevista que concedió a EL ARGENTINO, Carrazza explora los lineamientos básicos de la planificación urbana, pero también ofrecerá algunas definiciones: “toda política de Estado, de gestión de gobierno, debe despejarse de la actividad partidaria”. Y será mucho más concreto cuando se refiera a la lucha ambiental contra la ilegal Botnia a la que adhiere en forma absoluta e integral. “Me llama la atención que la dirigencia política de Gualeguaychú, que se ha destacado por su capacidad de gestión, no haya podido esbozar una hoja de ruta que conduzca hacia una solución definitiva”.
-¿Cómo llega a la Arquitectura?
-Ni bien pude trabajar, lo primero que agarré fue una pala y trabajaba con mi hermano en la construcción como peón. Y estando en cuarto año de la secundaria se me ocurrió tomar un curso de dibujo técnico en el Instituto Magnasco. Me acuerdo que andaba siempre “a los rajes”. Porque trabajaba de albañil hasta las cinco de la tarde. De ahí al Magnasco a tomar este curso y del Magnasco a la escuela nocturna para terminar la secundaria. El día siempre comenzaba muy temprano y todo finalizaba muy entrada la noche. Y en quinto año tuve la suerte de ingresar como dibujante en el Estudio de la familia Bértora que se llamaba Aica, Arquitectos e Ingenieros Civiles Asociados.
-Eso era un poco como empezar a jugar en primera…
-Sí, fueron muy generosos. Ese estudio había sido fundado por el ingeniero Ignacio Bértora, padre de “Nacho” Bértora que era arquitecto y con ellos estaba Raúl Melchiori. También estaba una arquitecta que siempre recuerdo con mucha gratitud, Ana María Fagonde, que era muy estricta pero muy generosa. Y “Nacho” que me daba mucha participación y a quien estoy también muy agradecido. Fue en ese ambiente que me nació la idea de estudiar Arquitectura. Y así me fui a estudiar a La Plata. Fue en 1978 y me fui solo, sin conocer a nadie y sin trabajo. Había tomado la precaución de ahorrar unos pesos y de conseguir trabajo en el Mercado de Abasto de la Ciudad de las Diagonales, donde estuve siete años. Mi primera pensión estaba en calle 10 y 45 y la compartía con Gustavo Martinelli, actual arquitecto.
-¿Y cuando se recibió qué hizo?
-Seguía trabajando en el Mercado de Abasto de La Plata, ya era cajero. Me recibí el 14 de junio de 1985. La fecha la recuerdo doble: no sólo porque comenzaba a ser profesional sino porque ese día el entonces ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille había anunciado el Plan Austral. Lo primero que se me ocurrió fue mudarme a Carmen de Patagones o a Viedma, Río Negro. El presidente Raúl Alfonsín había anunciado el traslado de la Capital Federal y pensaba que podía ser un lugar muy interesante. Fue mi hermano Horacio quien me convenció de probar primero en Gualeguaychú y de afincarme definitivamente en el lugar donde nacimos. La raíz familiar fue decisiva para regresar con el título bajo el brazo.
-Quedó claro que la Arquitectura le viene de lejos. Comenzó como peón de albañil, se capacitó técnicamente en dibujo y finalmente termina estudiando esa carrera en La Plata. ¿Y la política de dónde le viene?
-Mis primeros inicios no los podría ubicar con precisión. Sí tengo claro que siendo estudiante en La Plata no estaba tan comprometido con los centros de estudiantes; pero me fascinaba la actividad gremial en el Mercado de Abasto. Pero mi prioridad inicial era estudiar y trabajar para mantenerme. Y decido militar políticamente una vez que estoy recibido y en ese marco mis primeras experiencias son en Gualeguaychú.
-En ese entonces la sede del Justicialismo estaba en calle 25 de Mayo…
-Sí, ese fue el primer lugar. Estamos en el año 1986 y se comenzaba con las jornadas programáticas provinciales.
-Había dos grandes líneas: la ortodoxa y la renovadora…
-Sí, yo estaba enrolado en la renovación. Un amigo que se llamaba “Tito” Giménez, que era pediatra me aclaró el panorama y gracias a él conocí a Jaime Martínez Garbino. El peronismo me identificaba por historia familiar; aunque las propuestas de otros partidos también me parecían muy potables. Siempre fue amplio y tolerante en el campo de las ideas. En 1988, el primer gobierno de Jorge Busti, a través de Jaime, me propone hacerme cargo de la Zonal de Arquitectura. Esa experiencia fue muy fecunda porque me permitió conocer todos los edificios escolares de Gualeguaychú como de Islas.
-¿El tema de la infraestructura escolar era mejor, similar o peor al de hoy?
-Mucho peor. Hay que tener memoria y nos olvidamos muy rápido de las cosas. Cuando asumo la jefatura de la Zonal de Arquitectura en febrero de 1988 y me dio una carpeta con cuatro hojas que contenían las obras en marcha en Gualeguaychú e Islas. Encima me dijeron que debía buscarme a un administrativo y a un técnico. Y así empezó la Zonal de Arquitectura actual. Por eso pondero siempre trabajar en equipo, que es la única forma de optimizar los recursos humanos y económicos. Pero en aquella época teníamos escuelas ranchos.
-¿Puede dar un ejemplo más preciso?
-Muchísimos. Por ejemplo, la Escuela N° 12 de Ceibas tenía un secundario con más de 180 alumnos y tenía apenas dos letrinas. Ni siquiera baño. ¡Letrinas! Eso era lo único que tenía. Y por otro lado, simultáneamente, en la Escuela de Las Piedras, tenía ocho alumnos y estaban construyendo cuatro grandes baños nuevos. Con el agravante que esa escuela dentro de pocos años se podía quedar sin alumnos. Conclusión: era una desproporción, una injusticia producto de la falta de planificación. No digo que hoy los problemas hayan desaparecido; que nadie se confunda. Pero antes había algo mucho más grave y era la falta de planificación, de coordinación. Hoy pueden faltar recursos, pero medianamente hay planificación.
-Si usted se remonta a su infancia observará que antes el mantenimiento de las escuelas era diferente. El portero de la escuela era cerrajero, cambiaba los vidrios rotos y encima mantenía la escuela impecable.
-Es cierto eso. Pero también había otro compromiso, otro vínculo entre las familias y la escuela. Y eso estimula a cualquiera. Hoy no es así y eso desmotiva. Antes, es cierto, los alumnos llegábamos a tener una identidad también construida desde la escuela. Lamentablemente hoy eso es una aspiración que no siempre se logra. Siempre las cooperadoras eran las grandes sostenedoras de las escuelas y máxime en la zona rural. Pero los problemas de entonces se suscitaban, mayoritariamente, por falta de mantenimiento. Y esa falta de mantenimiento terminaba en obras de refacción de gran envergadura. Los domingos hacíamos jornadas de mantenimiento escolar con las cooperadoras. Un padre pintando una puerta, el otro pintando una pared o arreglando alguna instalación eléctrica. Había otro compromiso y se tenían menos recursos económicos pero más compromiso humano. Esa experiencia me hizo entender que toda política de Estado, de gestión de gobierno, debe despejarse de la actividad partidaria. Es la actividad partidaria una de los mayores obstáculos para avanzar en cualquier gestión de gobierno.
-Gualeguaychú se ha extendido hacia la ruta en gran parte por la barrera natural que es el río. Pero esa expansión no fue producto de una planificación ni ha sido algo ordenado. Los arquitectos han sido responsable de esto en gran parte…
-Lo interrumpo porque me estoy acordando de un amigo que siempre decía “hagamos la teoría de la realidad” para no discutir la teoría de lo que no existe. La incidencia del arquitecto es ínfima y tiene desde hace dos décadas un poquito, pero no mucho más, de influencia. Recién en la gestión de Manuel Alarcón se armó el Departamento de Planeamiento y como antecedente inmediato está la apuesta fuerte que se hizo en la gestión de “Balucho” Etchebarne a través de la Comisión de Planeamiento. Ahí se hizo el plan regulador.
-Bueno, pero la expansión tiene una relación con las normativas de edificación.
-Sí, pero no es tan lineal. Es cierto que las actuales normativas básicas son de 1991 y son cuatro o cinco. Todavía no se han renovado a pesar de que han pasado 19 años. Esto es un error, porque toda norma necesita modernizarse. Es decir, volver a armar la teoría de la realidad. Ahora es necesario tener en claro que a la ciudad la hacen las inmobiliarias, los propietarios, los comerciantes, los vecinos. No la hacen los arquitectos, más allá de las influencias que la profesión haya tenido en algunos rasgos.
-Hay dos obras públicas que fueron clave para la integración urbana: el Canal Clavarino y la Avenida Parque. Y hoy se observa algo similar con el olvidado Suburbio Sur…
-El proyecto ferro urbanístico se comienza a trabajar en 1992. En términos de comunidad no hace mucho tiempo. La idea era recuperar los terrenos ociosos del ferrocarril para transformarla en lo que hoy es la Avenida Parque.
-Ahora lo interrumpimos nosotros. Hay una virtud en la dirigencia de Gualeguaychú que se destaca del resto de los municipios: los dirigentes han tenido continuidad en las gestiones vinculadas con el interés general. Fue el senador nacional Ricardo Taffarel quien logró darle el cierre final al traspaso de los terrenos del ferrocarril a la Municipalidad…
-Así es. Es un proceso y en eso la dirigencia local es perseverante. El urbanismo tiene tres facetas: planificación, gestión y diseño urbano. El general Perón decía planificación centralizada y ejecución descentralizada. Y nosotros adecuamos la planificación centralizada con participación de los sectores involucrados y ejecución descentralizada con control de gestión. Esto es lo que falta. Lo que también hay que entender es que esa planificación no es monopolio del gobierno y mucho menos de los arquitectos. Es la planificación de la ciudad y debe pensarse siempre a largo plazo. Ahora bien, el que conduce los destinos de la ciudad debe gestionar y no sólo gestiona el gobierno, sino también las instituciones, el sector privado. Pero debe prevalecer la coordinación. Tener siempre una hoja de ruta y comprender que el gran diseñador del espacio urbano es el Municipio.
-Gualeguaychú es una sociedad muy politizada. Con un piso de exigencia que para muchas municipalidades es un techo inalcanzable. Sin embargo, llama la atención que la clase dirigencial no acierta en marcar una hoja de ruta en el conflicto por las papeleras.
-Ese es el gran desafío de hoy. No sé qué pasa. Pero la percepción que tengo, y ojalá me equivoque, es que el conflicto con la ilegal Botnia está rompiendo con esa impronta que ha caracterizado a la dirigencia de Gualeguaychú, dado que no observo capacidad de gestión y lo que es peor aún, no escucho ideas superadoras para una solución a este problema. No lo digo desde una actitud discriminadora o de reclamo llorón, sino en todo caso desde una actitud reflexiva en la que todos, sin excluir a nadie, debemos –me incluyo- dar su mejor esfuerzo en esta cuestión. Creo que deben existir ideas, pero no se están compartiendo. Me cuesta creer que con semejante nivel político no haya una puesta en común para encontrar una solución superadora. Y aquí sí involucro a los responsables de los últimos veinte años y a los que aspiran a ocupar una función pública. No puede ser que nadie esboce algo. Insisto, deben tener ideas, pero no las están expresando y eso es grave porque el conflicto se profundiza y necesita una urgente hoja de ruta, que marque un rumbo preciso y cierto. Y es en esto que visualizo un quiebre y ojalá se restaure para beneficio de todos. La dirigencia local le debe una propuesta a la Asamblea. Estoy convencido de que hay ideas. Yo mismo tengo ideas. Pero es necesario juntarse y establecer una hoja de ruta en común y plantearla a la Asamblea y a la comunidad. No alcanza con acoplarse, con adherir a una lucha, con sumarse. La dirigencia tiene la obligación de marcar esa hoja de ruta. Me preocupa que la dirigencia no aporte ideas para solucionar el conflicto con la ilegal Botnia.
Por Nahuel Maciel
El Argentino
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