+ Hna. María Isabel de la Santísima Trinidad, ocd
Por las Hermanas Carmelitas Descalzas
El 14 de marzo el Señor se llevó con Él, a nuestra querida Hermana María Isabel de la Santísima Trinidad, de nuestro Carmelo; la única fundadora de nuestro convento, que aún permanecía y que tanto compartió con nosotras.
Se llamaba Jorgelina Gencheff, y nació en el 10 de agosto de 1930 en Las Breñas (ciudad cabecera del Departamento Nueve de Julio, en el sudoeste de la Provincia del Chaco), en el seno de una familia de inmigrantes búlgaros, que, huyendo de la guerra, se radicó en ese lugar, en una colonia de compatriotas, aguerridos trabajadores en las siembras de algodón.
Allí nació ella, la única argentina, y la más pequeña de cuatro hermanas mujeres. Su infancia transcurrió en ese ambiente, y así se le imprimió a ella, en aquella chacra donde solía andar con su padre, el empeño, el tesón y la fortaleza en el trabajo, que luego desplegó ampliamente en el Carmelo.
Desde pequeña se manifestaron en ella sus dotes intelectuales. Se cuenta que, siendo muy niña, recitaba poesías de memoria alegrando las reuniones de amigos. Sus padres se ocuparon entonces de darle estudios y así fue primero a la casa de una hermana suya para la escuela primaria; y más adelante, realizó sus estudios secundarios en La Plata.
Allí vivió un especialísimo don de la Gracia de Dios. Su familia era de religión ortodoxa. Cerca de los 14 años, con una personalidad llena de amor a la Verdad que ella siempre buscó profundamente, se convirtió al catolicismo y recibió el Bautismo: el sello del Espíritu Santo, con el que el Padre la plenificaría en Cristo, que la enamoró para siempre; y la Hermana Isabel, respondió a ese Amor.
Participó en la Acción Católica, y al finalizar el secundario, comenzó a estudiar la carrera de Letras. Contaba ella que cuando pasaba en el colectivo por el Carmelo, sentía una irresistible atracción al convento.
Así se decidió por entrar en el monasterio de Azul (Provincia de Buenos Aires), adonde la llevó la Providencia divina.
Más tarde, al realizarse la fundación en nuestra ciudad -en 1962-, ella vino como una de las seis fundadoras, y aquí forjó los comienzos del convento y la vida de nuestra comunidad hasta el momento de su partida a la Casa del Padre.
Sus cualidades eran múltiples. Trabajó incansablemente en la huerta; realizó hermosas labores de bordado y tejidos para niños; fue tornera y sacristana; escribió innumerables novenas, poesías, cantos con la música correspondiente, y mucho más.
Gracias a ella contamos con la relación de nuestra fundación, que el año pasado compartimos por un video con ustedes, al cumplirse los 60 años de nuestra presencia en la diócesis.
Habría tanto más para decir … pero, en la vida de una carmelita, lo más importante queda en el Corazón del Esposo Cristo, a quien ella entregó su vida sin reservas, y con un apasionado amor silencioso.
En el último tramo de su vida, en su larga preparación para partir, dio un testimonio inequívoco de ese Amor: en su gratitud, en sus salidas llenas de humor y sabiduría, en su paciencia, en su silencio de Amor hecho ofrenda por la Iglesia a la que tanto amó, en su mirada profunda y mansa. Todo un testimonio de una mujer carmelita verdaderamente feliz y plena en su vocación y en su entrega a Cristo.
Por eso, nuestra Hermana Isabel se nos queda para siempre en el corazón, donde se guarda todo lo que no se puede expresar, y le decimos al Señor un ¡gracias! muy grande, por ella y por su fidelidad.